Calixto García: orgullo de la historia de Cuba
- Por Claudia Patricia Domínguez
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El redoblar de los tambores anunció su llegada al mismo tiempo que Lucía, aun jadeante de las contracciones del trabajo de parto, vaticinaba- tras la primera mirada a su pequeño recién nacido- una vida de guerrero al servicio de su pueblo.
La marcha militar que cada domingo escoltaba a las tropas españolas desde su cuartel hasta la Iglesia San Isidoro para asistir a misa, aquella mañana del cuatro de agosto de 1839 acompañó el primer llanto de quién fuese un ícono de la rebeldía nacional y de las gestas libertadoras de Cuba.
Calixto Ramón García Iñiguez nació ese día en la casa marcada hoy con el número 147 de la céntrica esquina Frexes y Miró en la oriental ciudad de Holguín. Con 29 años de edad, el joven se incorporó inmediatamente al estallido insurreccional del 10 de octubre de 1868, donde las exigencias de las contiendas independentistas condicionaron su formación militar.
La noticia del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en el ingenio de La Damajagua lo tomó sorpresivamente de visita en su tierra natal, regresando esa misma noche a Jiguaní, donde se levantó en armas tres días después en la finca de Santa Teresa bajo las órdenes de Donato Mármol.
La firmeza de su carácter y el amplio dominio de la balística de la época lo convirtió en poco tiempo en el primer jefe mambí en utilizar la artillería, conocimientos que adquiridos de forma autodidacta sentaron precedente en el arte militar cubano.
Protagonista de numerosos combates, el Mayor General más allá de un estratega a toda prueba era un hombre amante de su familia y con gran sentido del humor, como lo definiera el periodista Nicolás de la Peña en su libro “Así fue Calixto, el Mayor General”.
En el texto, de la Peña nos cuenta sobre la picardía de un padre celoso que cuidaba adelantar una hora al reloj de la sala para que la visita del novio de su hija Leonor fuera rápida, o el romanticismo con el que era capaz de describir una noche de añoranza en la manigua a su amada esposa Isabel Vélez.
Pero como ha de esperarse de todo jefe militar en tiempo de guerra a este temperamento tierno también se le anteponían fuertes arranques coléricos, defecto que reconocía aun cuando no era de los que pedía excusas una vez pasada la ira.
Por ello en cierta ocasión le pidió a su secretario Manuel Rodríguez Fuentes, a quien estimaba mucho, que la próxima vez que volviera a recriminar injustamente a un oficial se acercara de forma discreta y en voz baja exclamara: “¡Ave María Purísima, General!”.
Su humorismo también estuvo presente en otros pasajes de su vida como en aquella ocasión en que el prefecto llegó alarmado a informarle que las ratas se estaban comiendo su artillería a lo que García replicó “…¡vuelva enseguida al almacén y establezca una guardia de gatos!”.
Así era Calixto, el hombre que no necesita encomio porque lleva su historia marcada en la frente herida como lo calificó el apóstol José Martí, después de conocer el valor y gallardía de efectuarse aquel disparo en la barbilla ante la eminente captura de las tropas enemigas.
Al igual que Maceo y otros patriotas, se opuso con toda su energía al Pacto del Zanjón hasta reiniciar la lucha, a la cual se sumó nuevamente en mayo de 1880, fracasada la paz por las condiciones que proponía el alto mando militar de la metrópoli en la Isla.
La participación de sus tropas en Santiago de Cuba fue decisiva para el desenlace de la guerra hispano-cubano-norteamericana, época en la que advirtió sobre la necesidad de estar prevenidos, pues cuando los americanos llegaran a Cuba necesitaban encontrarse con un gobierno fuerte y organizado con el que se vieran obligados a tratar.
Lamentablemente sus palabras no fueron escuchadas y luego de la rendición de Santiago mantuvo la firmeza ante la arrogancia de los jefes militares yanquis, quienes no permitieron la entrada del Ejército Libertador a la rendida capital de Oriente.
Posteriormente al envío de la carta al General William Shafter, jefe de las fuerzas norteamericanas, donde le reveló con crudeza sus verdaderas intenciones con Cuba le fue designada la que sería su última misión viajar a Washington para lograr el licenciamiento de los combatientes al Ejército Libertador y lograr se reconociera por ese gobierno la existencia de la Asamblea de Representantes de la Revolución.
La tristeza por la patria que aun no lograba ondear la bandera de la estrella solitaria junto a la añoranza por la su hija Mercedes, enferma de tuberculosis desde hace varios meses se confabularon con el clima frío de Washington y una cruenta neumonía cegó para siempre la vida del general de las tres guerras en tierras extranjeras.
A 122 años de su muerte este 11 de diciembre, Cuba no olvida a quien fue uno de sus hijos más fieles que natural de Holguín dejó en su epistolario múltiples muestras del cariño y orgullo que sentía por su ciudad natal.
“Me pongo orgulloso de mis holguineros cuando los veo que pegan, aunque yo les llame-hueviblancos-cuando me incomodo; es porque yo quisiera que fueran los que más hicieran, que no en vano he nacido entre el Marañón y el Jigüe, y ahora que soy viejo voy queriendo más a mi pueblo”.