Hospital de campaña, ¡a la orden!
- Por Claudia Arias Espinosa
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La orden de convertir la Escuela Militar Camilo Cienfuegos Holguín (EMCC) en hospital de campaña llegó el 12 de julio. Seis días después todo estuvo listo.
“Espero que sea pincha lo que andes haciendo y no que te hayan ingresado”, me escribe un amigo por Messenger cuando, esta semana, le digo que estoy de visita (sí, como periodista).
Aquí se respira orden, texteo. Y la mañana es apacible, como si dentro de estas edificaciones no se viviera el drama de la COVID-19.
Así funciona un hospital de campaña
El Puesto de Mando se dispuso justo entre las torres A y B, donde se encuentran los cuatro dormitorios que acogen a pacientes positivos, militares y civiles del Consejo Popular Alcides Pino.
En la pared del frente, una pizarra llena de datos: total de camas (174), camas ocupadas (137), posibles altas (32), PCR pendiente de resultado (56)… Cada cifra está escrita sobre un borrón de tiza.
La información es actualizada constantemente.
Nos recibe el jefe del hospital, el Coronel Delio Meléndez Batallán. “En mis 30 años de servicio es una de las misiones más importantes que he cumplido en las Fuerzas Armadas”, asegura y nos explica un protocolo bien diseñado:
Se reajustaron, delimitaron y aseguraron las áreas de la escuela; un grupo de trabajo recibe a los ingresos y, al despedirlos, recoge sus opiniones; se reparte desayuno, almuerzo, cena y meriendas en los horarios sugeridos por los pacientes; se definió un período para recepcionar, desinfectar y entregar paquetes provenientes de los hogares; se habilitó un número telefónico para mantener informadas a las familias…
Estas y otras indicaciones para facilitar la organización están contenidas en un boletín que se les entrega a los recién llegados. Impreso en la portada, “Cuba salva”.
La atención médica
El doctor Maikel Odoris León Rodríguez solía trabajar en el policlínico Alcides Pino. Ahora se desempeña como director de asistencia médica en el hospital de campaña.
Su equipo está compuesto por 25 médicos, casi todos graduados recientemente. Cada día (con sus 24 horas) cuatro de ellos, junto al indispensable personal de enfermería, se entregan al cuidado de los pacientes.
“El protocolo de actuación comienza en la mesa coordinadora del área de salud, donde se clasifican los pacientes. Los positivos al test de antígenos o que presentan un cuadro clínico que evidencia cierta positividad, vienen para acá”, explica.
“A las 24 horas del test rápido se les realiza el PCR. Al tercer o cuarto día, una placa, en coordinación con el Hospital Militar. Así, se les hace un seguimiento evolutivo y el tratamiento correspondiente a la primera etapa de la enfermedad”.
Ya no hay asombro por COVID-19 en la expresión de Maikel. Son viejos conocidos. Si evoluciona favorablemente, tras la evaluación clínica el paciente es dado de alta al quinto día. Si se complica, es evacuado hacia centros médicos de moderado y alto riesgo.
Siempre deseamos que todo marche bien. Cruzo los dedos.
Y en la retaguardia…
Un par de años atrás, hubiera conocido a Ana María Silva en la cremería del boulevard. Pero la COVID-19 nos reunió en el hospital de campaña, donde es parte de los 32 facilitadores que se encargan de la limpieza, distribución de la comida, fregado, lavado, entrega de la paquetería familiar…
“Espero que los pacientes se hayan ido complacidos, porque no hemos tenido la gran cosa para darles, pero sí mucho amor y atención. Eso no les ha faltado”, dice y no parece que hoy termina una rotación de diez días. ¡Le sobran ánimos a esta mujer!
Después de la ceremonia de despedida y reconocimiento de los facilitadores, Gerson Londres, que es suboficial de comunicaciones en una unidad militar, me cuenta esta, su tercera experiencia en zona roja:
“Subir y bajar hasta un quinto piso, varias veces al día, es agotador; pero uno siempre trata de ser carismático, de hacer reír a los pacientes y que se sientan en familia”.
Camila Acosta, por otro lado, colabora con el departamento de estadísticas. A veces, cuando entra a los dormitorios con todos los medios de protección, los pacientes asumen que es doctora y le hacen preguntas de las que no tiene idea.
Entonces, ella intenta ayudarlos en todo lo que pueda. “Es una labor bonita. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va hacer?”, declara. Sentada aquí, en la plaza que antecede al hospital de campaña, parece estar en el aula de la Universidad de Holguín donde estudia Contabilidad y Finanzas.
Los choferes son otra fuerza indispensable. Sin Juan Ramón, que maneja día y noche; sin Noel, que el mes pasado trabajó 404 horas, sin Liorvis, que con solo 20 años está a cargo de la ambulancia… No fluyera la dinámica del hospital. Tampoco sin el apoyo del personal de la escuela.
¡Son muchas las personas con las que Holguín tiene una deuda de gratitud inmensa!
Lecciones de la EMCC
En una situación que tiende a la confusión y el desespero, intuyo que la disciplina propia de lo militar propició la dinámica del Hospital de Campaña EMCC. Después de todo, lo planteó Kaguta Museveni, presidente de Uganda, en el discurso que se viralizó hace poco más de un año:
“El mundo se encuentra actualmente en un estado de guerra. Una guerra sin soldados humanos, sin fronteras, sin acuerdos de alto el fuego. El ejército no tiene piedad; no respeta a los niños, las mujeres ni los lugares de culto. Es invisible, despiadado y despiadadamente efectivo. Su única agenda es una cosecha de la muerte”.
Por otro lado, sabemos que un día no basta para apreciar la escala del sacrificio de quienes aquí trabajan, ni de sus familias. Para entenderlo de veras hay que ponerse en sus cubrezapatos y atender esta casa grande como si fuera nuestra.
Tampoco podremos calcular en la justa medida el impacto social de su labor, porque para eso habría que estar en la piel de los mil 756 enfermos de COVID-19 que encontraron en las torres A y B alivio y bendiciones.
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