Como las secuoyas gigantes
- Por Ania Fernández Torres
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Como a una hija me dolía verlo envejecer y enfermar y el momento de su despedida me sorprendió fuera de Cuba. Lloré tres días seguidos, sola y sin consuelo, aún no he podido hacer palabra impresa ese dolor porque siempre es más fácil hablar del nacer que del morir, de ahí surge esta crónica para evocar al hombre en mi recuerdo, con el abrigo y el pecho abiertos frente a la tormenta, en medio del ciclón.