¿Se quedó Holguín sin Jigüe?
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Tras sus hazañas conquistadoras en México, el capitán español García Holguín abandonó la rica nación azteca para asentarse en tierras de la nada lucrativa Isla de Cuba. Su extraña decisión roza más la leyenda que la realidad, pero hasta hoy a él debemos la fundación del hato, devenido pueblo y ciudad, que heredó su apellido y nos legó un gentilicio.
El primer asentamiento del hato se ubica en la zona de El Yayal, en la periferia del que conocemos como casco histórico. Luego lo trasladó hasta Cayo Llano, su localización actual, acontecimiento que se sitúa, por tradición, el 4 de abril de 1545. Quizás, entre tanta vegetación, no logró percatarse de que la extensa llanura donde planeó plantar bandera estaba delimitada por dos ríos. Al descubrirlos fueron bautizados como “Isabel” y “Fernando”, en honor a los reyes españoles que apoyaron el proceso del Descubrimiento entre el Viejo y el Nuevo mundos.
Estos dos ríos, hoy Jigüe y Marañón, están íntimamente ligados a la tradición. El primero de ellos debe su nombre el mito del Jigüe de Holguín, que a principios del siglo XIX circuló con fuerza en el entonces caserío. En esa época era también llamado río del cementerio, ya que su cauce pasa cerca de la morada de los muertos por las calles Luz y Caballero y Martí.
Con el auge que tomó la producción azucarera, a principios del siglo XIX, llegaron a la comarca esclavos africanos que propagaron el mito del jigüe y rápidamente lo pusieron a vivir en todas las corrientes de agua dulce, pozas, charcos y arroyos…
Esta deidad o fantasma negro se transformó en leyenda y el nombre le quedó al río. El historiador local Juan Albanés Martínez recogió –hace varias décadas- de labios de Mercedes Losada, “mulata buena gente, cuidadora de panteones…”, la leyenda del Jigüe de Holguín:
“(…) a Don Emiliano Espinoza, que vivía frente a la Plaza de San Isidoro, le cocinaba una negra (…) muy trabajadora, muy aguantona, madre de unos cuantos vejigos, uno de ellos muy sobresalío´; era chirriquitico, cabezón, hocicú, algo trabaíto, a más de biyaya y gandío´.
“El negrito se juyía, iba a hartarse de guayabas al pie del río del Cementerio, el río Carabalí. La vieja (…) se cansó de ese huyayo y juró ponerlo a raya. Se buscó un cuero de vaca, medicina buena para enderezar al cabezón.
“El negrito se juyó. Ya era media noche y andaba por ahí (…). La madre lo espera, no viene, se cansa, coge su cuero (de vaca) y se va a las costas del río. El cielo estaba cerrado. (…) Llegó al río y vio un bultico como de cristiano, en pelota, tóo en cueros, durmiendo boca abajo. (…) La negra se lanza chiflando de rabia sobre el dormilón, lo coge por la quilla, mete mano al cuero, ¡y ay, mi niño! ¡Jesús!, venga pela y pela. ¡Ah! El vejigo mugía como un ternero.
“Ella hace un paro para secarse el sudor, el negrito de aprovecha’o se zafa, chaquetea y chaquetea, se tira al agua, cae como un carey, lo cubre el agua… y bururú-barará, no apareció más. Vienen ahora los gritos de la madre, porque su hijo se había ‘aogao’. Llega a la casa demoñingada, gritando, ojisaltona, más aquí, asómbrate mi´jo… el muchacho, el muy cari-vaqueta, estaba durmiendo tranquilo (…) Ella cayó en la cuenta de que le había dado un componente del caray a un jigüe…El Jigüe, después de la cujeada brava, no apareció más…”
Han pasado dos siglos de la historia que narra esta leyenda. Existiese o no, dudo que el Jigüe quiera volver al río que le dio nombre, tras el furioso desarrollo de una ciudad que poco ha preservado el cauce de su afluente que, alguna vez, le sirvió para satisfacer la sed de la civilización.
Comentarios
Es cierto que sus aguas fueron potables, pero la agresión medioambiental ha sido extrema y lo ha llevado a las lamentables condiciones actuales. Es una lástima que un área pertenenciente al patrimonio histórico-cultural de nuestra ciudad haya sido tan descuidada por los holguineros.