Crónica de una fecha anunciada
- Por Yenny Torres Bermúdez
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Temprano en la mañana…
Vestido, collares, tacón… media hora para el maquillaje y una sonrisa que se pinta sola. Un día especial lo amerita. Es una fecha a la que se apuesta como si fuese la cumbre de la felicidad, una salida para ingresar a la cartera, en lugar de ingresar la cartera en un sitio de salida, o lo que es lo mismo, cobrar en lugar de gastar. Realmente sui géneris ¿verdad?
Quisiera decir que estaba como la Cucarachita del cuento, pero realmente llevamos tanto tiempo analizando lo que queremos, posponiendo sueños, reparando zapatos, remodelando ropa, dividiendo una croqueta en dos, saliendo al parque a tomar solo aire, colocando cubos bajo las goteras… que llegado el momento del ¿qué me compraré? solo queda jerarquizar las necesidades.
Desde que se anunciara la buena nueva del salario para los presupuestados, miles de ideas han rondado nuestras cabezas. Que si el ahorro para los quince de la niña; la añorada visita al hotel; el gusto de comer algo “bien rico”, en una paladar quizás; el enchape de la meseta; comprar carne en lugar de embutido; el paseo una vez al mes; la queratina para el pelo rebelde; papel sanitario, champú Sedal en vez de medicinal o Kerol; refresco de piña y no de Piñata; triciclo para cuando sofoca la Diana; otro ventilador para el eterno verano; alquilarse para aliviar la convivencia; viajar en avión… Hace años anhelamos este día.
Por eso me sentí diferente. Iba a cobrar mi primer salario, sí, porque tras cinco años de graduada, sería el primer pago real, serio. La primera vez que mis padres no tendrían el patrón de toda la vida: ajustarse el doble para sacar mi “estipendio” a fin de mes.
Todos frente a Economía, - último- la mejor cola, puro nervio, igual tema de conversación, alguien saca los valores del porciento a pagar como militantes, sindicalistas…otro alaba la estimulación. Finalmente el broche me indica que debo cambiar de monedero.
Pienso en el amigo que llegó hace tiempo “llorando” a la casa, por haber cobrado solo mil 500, lamentando todo a lo que renunciaría si su empresa mantenía ese rumbo. No conoce de Universidad, ni nada por el estilo; pero sí de centros nocturnos, motorinas, marcas… No se concebía vivir con ese dinero. Entonces solo quedaba el consuelo a través de la comparación- “si yo subsisto con 400 cómo no vas a hacerlo tú con más del triple”. Río pensando en cuán feliz hace cobrar, incluso menos, que en la mala racha del amigo.
Y no se trata de conformismo o subvaloración, todavía falta mucho por transitar, y hasta meditar en torno a la nuestra y otras profesiones; pero con los primeros pasos se inicia la marcha. Este sueldo eleva los ánimos, hace sentir hasta importante. Tampoco alcanzará; “se irá como el agua”, más en estos tiempos de “sudar” tanto. No obstante, la calidad de vida cambia, eso se agradece. Pese a las inconformidades, bienvenidos sean el aumento y el gozo que cabe en los bolsillos.
Llegado el cierre de la jornada laboral…
Primero lo primero, por eso me dispuse a hacer la cola en el mercado “El Trópico” (tan ´tropical´ como su nombre), el mismo día del cobro, para que no haya confusión. Por un lado la fila del picadillo, por el otro el chorizo y más adelante la del llamado “animal con la cola más larga”: el pollo. El cubano carcajea hasta de su desgracia, por eso inventa chistes de abajo a arriba, de carencias, vicisitudes y “hasta etcétera”. Se había “agotado” el ahumado. Nosotros también estábamos cansados, pero a diferencia de este, nos mantuvimos allí.
Lo interesante comenzó cuando me dijeron el precio del pollo recién comprado, mas pagué, pues se insistió en un gramaje superior. Ante la duda, me dirijo a la pesa de comprobación, pero esta estaba desconectada y la persona encargada, ausente. El restante personal de servicio desconocía un pronto regreso. Pido a otro expendedor que use su pesa y enuncia no poder hacerlo,- para eso está la otra. Definitivamente tengo que recurrir a algo que no me gusta en estos casos: mi carné de periodista. Al instante, en la pesa que no se podía, se pudo.
Tras comprobar los kilogramos, toman la calculadora y verifican cinco pesos cobrados de más, dicen poder pedirlos al responsable y justifican con que de seguro el hielo tenía que ver; pero la urgencia por un transporte directo a casa y la posibilidad de romper con la “dicha salarial” del día me hicieron anunciarle que podían tomarse la “impuesta” propina.
Error de mi parte.
Frente a mi refrigerador, casi dispuesta a “hacer paqueticos” lo adquirido, me percato de otro “paquete”. O la calculadora estaba mal o la “cadena” era más larga de lo que pensaba. No eran cinco, sino 16 pesos los cobrados por encima. No podría describir la experimentada mezcla de indignación, impotencia, dolor…el reproche por no enfrentar a tiempo, la angustia por la dibujada “lucha”, el robo a la cara, el sentimiento de nación herida, sociedad lacerada, de haber puesto en primer lugar la idea de un día perfecto ante la de años de padecimiento. Debía retornar, reclamar. No era solo el dinero, era la putrefacción a la que estamos llamados a desafiar.
Los minutos transcurridos después de la compra seguro harían caer la culpa sobre el “hielo”. Insistí en volver, mirarles la cara, exigir; pero la demora del transporte y las responsabilidades familiares no me permitieron regresar. Entonces queda el sin sabor de no haber podido ayudar este día a Cuba, secuelas emotivas, la ruptura de mi jornada perfecta.
Invertí la misma cantidad que cobraba antes esa misma tarde, compré un detalle para quienes me ayudaron a llegar hasta aquí y me senté a escribir. A fin de cuentas son las palabras las únicas que me permiten hablar de lo bueno y lo malo de un ciclo presagiado ideal y que demuestra que el progreso incluye “valores” extras al salario.
Pese a la alegría “monetaria” queda el recodo de pena en la obsesión por concebir una patria mejor. Ojalá no sea igual de “crónica” la experiencia de todos los que como yo, esperaban ansiosos la fecha anunciada.
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