Semilla que fructifica a diario
- Por Ania Fernández Torres
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Negro, pobre y nacido en la barriada de Los Sitios en La Habana, con esas condiciones, en la republica aquella, era realmente imposible lograr su sueño de ser violinista. Pero Lázaro Peña traia una estrella, la de los luchadores, de integridad a toda prueba.
Como muchos niños de su época debió encontrar la manera de ayudar al sustento de su familia pues, tras el fallecimiento del padre, la economía familiar ahondó su crisis y fue su madre, una humilde despalilladora quien le abrió las puertas a esa tradición, transmitida entre generaciones y que ubica al tabaco cubano como el mejor del mundo.
Cultivó Lázaro esa herencia legada por nuestros aborígenes, en la que cuentan más de 500 años de historia e identidad y en la cual curtidos hombres y mujeres elaboran totalmente a mano los afamados Habanos, como se conoce al producto final en el mercado internacional.
Siempre que sus actividades al frente del movimiento sindical lo permitían se iba a la fábrica a torcer puros, a compartir con los suyos, quienes en homenaje a su natalicio celebran cada 29 de mayo el Día de los trabajadores Tabacaleros.
De la importancia de este cultivo para Cuba bastaría decir que, para lograr un Habano, ya sea un Cohiba, un Montecristo, un Partagás, un Romeo y Julieta, un Hoyo de Monterrey o un H. Upmann (las seis marcas globales cubanas más conocidas en el orbe), se necesitan más de 500 procesos manuales, incluyendo los agrícolas y de fábrica.
Tal vez fuera suficiente conocer que, en la campaña tabacalera 2018-2019, participan más de 600 formas productivas, de ellas unas 20 empresas estatales y el resto en formas de propiedad cooperativa o privada y en esta están integradas alrededor de 200 000 personas.
Pero justo hoy es necesario recordar al quien fue lider de los tabacaleros y con solo los 18 años pidió afiliarse el Partido Comunista de Cuba, fundado en 1925 por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño, y que en 1929 fue una organización ilegalizada por el tirano Gerardo Machado, justo después de subir al poder.
El delgado y avispado joven, dentro del partido clandestino, repartió proclamas y participó en protestas y ya 1934 integró su Comité Central, posteriormente fue electo como Secretario General del Sindicato de Tabaqueros y miembro del Comité Ejecutivo de la Confederación Nacional Obrera de Cuba.
Cuentan los que le conocieron que se ganaba el aprecio de todos. Era franco hasta los tuétanos, lleno de energía, amante de la música, apasionado del béisbol y el boxeo, de espíritu autodidacta y acendrado sentido de la justicia. Sin embargo, desde las tribunas obreras su verbo era agudo, crítico e implacable contra las iniquidades.
Fue Lázaro Peña quien denunció, con nombres y apellidos, al asesino del líder azucarero Jesús Menéndez, desde el mismo Manzanillo, donde fue ultimado el General de las Cañas.
Se opuso firmemente a los desmanes de los gobiernos auténticos (1944 - 1952), los cuales crearon el engendro del mujalismo, práctica que minó la unidad del movimiento obrero cubano.
El tirano Fulgencio Batista no le permitió su ingreso a Cuba, en octubre de 1953, cuando regresaba de un congreso sindical celebrado en Viena. Con el triunfo de la Revolución, se incorporó de nuevo, como un soldado más, a la reorganización del movimiento sindical de la Isla.
Los trabajadores, y en especial los tabacaleros, lo recuerdan como su mártir y capitán eterno de la Clase Obrera. En su funeral, el Comandante en Jefe Fidel Castro resaltó su entrega y dijo: “No venimos aquí a enterrar a alguien que ha muerto.
Venimos aquí a depositar una semilla”. En buena tierra, como la nuestra para el tabaco, fructifica a diario esa semilla.