La historia del teatro contada en primera persona
- Por Claudia Patricia Domínguez
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En Holguín nunca existió un teatro como yo. Recuerdo ahora cuando aún me nombraban Oriente, era pequeño, de madera, totalmente insignificante. No obstante por mis tablas pasaron importantes personalidades internacionales como las mulatas de Bombay, el Bataclán de París y la inolvidable Vedette Josephin Baker.
Pero mi querido Wenceslao Infante proyectó en mí uno de sus más grandes sueños empresariales, quería convertirme en un verdadero teatro, uno que marcara pauta a lo largo y ancho de nuestra isla. Él no pudo lograrlo pero sus hijos convirtieron en realidad lo que tanto anheló.
Una vez hecho escombros comenzó la obra a cargo de Saturnino Parajón, el mejor proyectista de teatro en Cuba. Créanme, el dinero no fue obstáculo en mi construcción. En tan solo un año me convertí en el teatro más trascendental de la cultura holguinera, con un nuevo diseño decorativo que rompía con el ambiente tradicional del parque Calixto García.
Nunca olvidaré el esplendor de mis primeros días, me convertí en el centro de atención de los periódicos del país. Incluso en La Habana se habló de mí. Alguien dijo que yo era la más perfecta construcción de aquellos años y por eso precisamente todos querían presentarse en mis tablas. Ahora recuerdo la primera función llena de sabor y cubanía con el ritmo de la Orquesta Hermanos Avilés.
Después de aquel primero de enero del 1959 todo fue distinto para mí… sí, todo fue distinto. Primero recibí al gran Raúl Camayd y a su teatro lírico para convertirme inmediatamente en su casa.
Cuántos recuerdos, cuántas experiencias, cuántas actuaciones fenomenales de Joan Manuel Serrat y los grandes espectáculos de la antología de la zarzuela española y la Ópera de Pequín. Con el tiempo cambié mi nombre por el del Comandante Eddy Suñol, para marcar la nueva etapa que vivía. Fueron años de intensa labor.
Luego de más de 60 años como único teatro de mi provincia, regalándole a mi pueblo un espacio de disfrute y deleite artístico todo se convirtió en nada. La necedad hipnotizó a esos que me pensaron eterno y no percibieron mi deterioro en ascenso.
Aunque no lo crean un teatro tiene corazón y el mío ya lo había perdido. Sus dos componentes esenciales me fueron arrancados a la fuerza. Estaba desposeído de mis artistas y de mi querido público. Mis ojos se clausuraron en una espera que se hacía eterna.
¡Silencio! El tiempo ha dictado sentencia. Llegó julio de 2011 y las puertas volvieron a abrirse. El esfuerzo de quienes creyeron en la cultura se materializó en mi nueva imagen. Mi querido e inseparable público holguinero volvió a llenar de calor mi interior y una vez más me convertí en cómplice de esos seres intranquilos que tras el telón se preparan para entregar lo mejor de su arte. Hoy para ser un sueño, no hacen falta alas.
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