El amor puede doler, pero ¿a veces no es demasiado?

  • Hits: 1928

Todo el mundo te dice que termines tu relación. Que te hace mal. Que no es para ti. Y que estás sufriendo. En el fondo, sabes que difícilmente vas a poder obtener algo bonito de ese vínculo, pues el estado de la relación se ha degenerado demasiado en los últimos meses, o al menos, lo agradable ya no resulta suficiente.

 Sin embargo, pensar en tomar la decisión de alejarte te da vértigo. Te invaden una serie de miedos y pensamientos catastróficos del estilo: “Nunca más encontraré el amor”, “¿cómo voy a seguir con mi vida?”, “¿y si me arrepiento?”.

De por sí, aceptar que nuestra pareja ya no nos hace felices es un gran paso. Los proyectos y los sueños se van debilitando y eso nos genera mucha tristeza. A su vez, las heridas del pasado resurgen con toda su potencia.

Es natural sentir frustración, pues las cosas se están dando de una forma diferente a la que nos gustaría. Pero la relación pende de un hilo y lo sabemos. Sin embargo, allí estamos, intentando que ese hilo tan fino no se rompa. ¿Por qué nos quedamos en relaciones que nos duelen?

Las creencias acerca del amor romántico nos han hecho mucho daño. Las venimos aprendiendo desde que éramos pequeños. Nos moldeamos a partir de ideas irracionales y en base a ellas construimos las relaciones en nuestra adultez.

Si creemos que “si no duele no es amor real”. Si consideramos que el amor auténtico debe vivirse con intensidad y provocar profundas heridas, es esperable que terminemos por normalizar el sufrimiento. Claro que las emociones displacenteras son parte de los vínculos, pero cuando ya no hay espacio para lo placentero o es mínimo, todo pierde sentido.

El miedo a la soledad o a no volver a encontrar una pareja representa una de las causas más habituales que explican por qué muchas veces nos mantenemos en vínculos que nos duelen. Tememos no tener a alguien que nos proteja y acompañe, sin advertir que incluso en pareja, nos sentimos solos.

En relaciones que llevan unos cuántos años esta sensación se hace más latente, pues la persona no recuerda cómo se sentía la soltería. A su vez, influye la connotación social negativa que hay en relación con esto: creemos que no estar en pareja es algo malo y que deberíamos evitarlo a cualquier costo. Erróneamente, asociamos la compañía al bienestar, y la soledad al malestar. No siempre es así.

Si el único modelo de relación que conocemos es el que produce una alta dosis de sufrimiento, edificándose en base a dinámicas disfuncionales, acabaremos por naturalizar este tipo de vínculos. Pensaremos que no es posible construir un amor saludable y agradable.

De la mano de una autoestima debilitada, podemos llegar a creer que no merecemos un amor mejor del que estamos viviendo. Por esto, nos terminamos conformando con una realidad tan dolorosa y miserable. La inseguridad en uno mismo se torna peligrosa, ya que a veces nos lleva a tolerar e incluso a justificar actitudes agresivas.

El dolor que se siente al separarse de una persona a la que se quiere o se quiso mucho, es grande. Cuando nos sucede, nos prometemos a nosotros mismos jamás volver a pasar por lo mismo. Sin embargo, cuando la angustia merma, la absurda promesa se desvanece.

Optar por quedarnos en una relación por miedo al dolor producto del proceso de duelo es más habitual de lo que imaginas. Nos asusta la idea de atravesar una pérdida y tener que reinventarnos.

A menudo cargamos con una buena dosis de exigencias sociales, expectativas ajenas y mandatos familiares. Estas cuestiones influyen en las elecciones que hacemos a diario: desde cómo vestimos, qué persona elegimos como pareja y hasta cuándo prolongamos la relación.

En ocasiones, la preocupación por las opiniones de las personas que nos rodean es tan sólida que nos impide tomar una decisión alineada con nuestro bienestar. Desligarse por completo del qué dirán es prácticamente imposible. Sin embargo, recuerda que hagas lo que hagas, el resto siempre tendrá algo para decir.


Escribir un comentario