Historias contadas por Fidel
- Por María Julia Guerra Ávila y Maribel Flamand Sánchez
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A propósito del aniversario 97 del natalicio del Líder Histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, compendiamos algunas de sus historias, que contara a Frei Betto entre los días 23 y 26 de mayo de 1985, y que fueran publicadas en el libro Fidel y la Religión.
Me decían judío: Es curioso por qué me llamaron Fidel. El bautizo era una ceremonia muy importante… como en aquella época los peligros de muerte eran mucho mayores, y en el campo las perspectivas de vida eran bajas, cada familia campesina pensaba que el padrino era el segundo padre del hijo, el que debía ayudarlo, que si el padre moría su hijo tendría alguien que lo ayudara, que lo apoyara. Buscaban a los amigos de más confianza; a veces era un tío el que bautizaba.
A mí me habían asignado como ahijado de un amigo de mi padre que era un señor muy rico; incluso tenía ciertas relaciones de negocios con mi padre… Vivía en Santiago de Cuba. Parece que no se dieron las circunstancias propicias para que coincidiera una visita de aquel rico que iba a ser mi padrino y un cura en Birán, y como consecuencia, esperando que ocurrieran esas circunstancias, yo estaba sin bautizar, y recuerdo que me decían “judío”. Decían: “Ese es judío”. Yo tenía 4 o 5 años y me criticaban diciendo que era “judío”, yo no sabía lo que era judío.
Antes de que me bautizaran me enviaron a la ciudad de Santiago de Cuba. La maestra le hizo creer a mi familia que yo era un alumno muy aplicado, le hizo creer que era despierto, que tenía capacidades para el estudio, y con esa historia, realmente, me mandaron para la ciudad de Santiago de Cuba, para una casa pequeña de madera…
…La hermana de la maestra se casó con el Cónsul de Haití en Santiago de Cuba, y como yo estaba allí y mi padrino rico no acababa de aparecer por ninguna parte…había que buscar una solución al problema. Entonces me bautizaron y mi padrino fue el Cónsul de Haití, que estaba casado con la hermana de la maestra, Belén, una noble y buena persona, que era profesora de piano aunque no tenía empleo ni alumnos.
Me echaron el agua bendita y me bautizaron… tenía padrino y madrina. Pero no fue el rico millonario que me habían asignado y que se llamaba don Fidel Pino Santos.
Aquella profesora negra: Le daba clases a mi hermana, una profesora negra, de Santiago de Cuba, muy bien preparada, la profesora Danger, se llamaba. Entonces ella se entusiasma porque yo iba a las clases de mi hermana, que se preparaba para ingresar en el Bachillerato, y contestaba todas las preguntas de todas las materias que explicaba la profesora, lo cual provocó en ella sincero entusiasmo. Yo no tenía edad para ingresar en el Bachillerato, y ella empezó a hacer un plan para que yo estudiara el ingreso y el primer año de bachillerato al mismo tiempo, y cuando adquiriera la edad que hiciera los exámenes.
Fue la primera persona que conocí que me estimuló, que me puso una meta, un objetivo, y generó en mi un impulso; logró entusiasmarme con el estudio en esa temprana época, porque yo digo que a esa edad se puede entusiasmar a la gente con un determinado objetivo. ¿Qué edad tendría? Tendría 10 años, tal vez 11 años.
Ciertamente, quien estuvo más cerca de ser un preceptor, fue aquella profesora negra de Santiago de Cuba, que daba clases por su cuenta, que preparaba alumnos para ingresar en Bachillerato e impartía clases a alumnos de Bachillerato. Esa fue la que trazó una meta, forjó un entusiasmo…
No imaginaban que estaban preparando a un guerrillero
Era el Colegio de Dolores, de Santiago de Cuba. Allí estaba a mi alcance el mundo del deporte y de las excursiones al campo y las montañas. Me interesaban mucho los deportes: practicaba, sobre todo, el básquet, el fútbol y la pelota… además jugaba voleibol, hacía todos los deportes. Siempre me gustó mucho el deporte. Eso me servía de entretenimiento, invertía las energías en todo eso.
Ellos –se refiere a los Jesuitas- estimulaban el deporte, las excursiones a las montañas, y en el caso mío, me gustaba el deporte, las excursiones, las caminatas, escalar montañas, todo aquello ejercía gran atractivo sobre mí. Incluso, en ocasiones, hacía esperar dos horas a todo el grupo porque andaba escalando una montaña.
No me criticaban cuando hacía alguna cosa de esas, cuando mi tardanza obedecía a un gran esfuerzo, lo veían como prueba de espíritu emprendedor y tenaz, si las actividades eran arriesgadas y difíciles ellos no las desestimulaban.
Es que yo mismo tampoco me imaginaba que me estaba auto preparando como guerrillero, pero cuando veía una montaña me parecía casi un desafío. La idea de escalar aquella montaña, llegar hasta arriba, se apoderaba de mí. ¿En qué forma ellos me estimularon a eso? Creo que nunca me pusieron obstáculos para hacer eso.
El inicio de la sensibilidad por la causa de los pobres
Yo tengo que buscar algunos fundamentos en mi experiencia desde muy niño. Primero, tuvimos una vida en común, muy en común, allí donde nací, donde vivía, con la gente más humilde, todos aquellos muchachos que andaban descalzos. Y ahora me doy cuenta de que tienen que haber pasado todo tipo de necesidades… Teníamos una relación muy directa, eran nuestros compañeros y nuestros amigos en todo, y eran los que iban con nosotros por los bosques, por los árboles, por los potreros, a cazar, a jugar, y cuando llegaban las vacaciones eran los compañeros y los amigos nuestros.
No pertenecíamos a otra clase social. Digamos, con los que andábamos todo el tiempo y teníamos relaciones todo el tiempo, era con toda aquella gente, en una vida bastante libre en la zona.
Nos metíamos en los barracones con los haitianos… nunca en la casa nos hicieron un señalamiento: no te juntes con este o con el otro, ¡jamás! Es decir que no había una cultura, como te dije, de familia de clase rica o terrateniente.
Influyeron los profesores, sin dudas, los jesuitas, y más aún el jesuita español, que sabe inculcar un gran sentido de la dignidad personal, independientemente de sus ideas políticas. El sentido del honor personal… el aprecio por el carácter y la rectitud de la gente, por la franqueza, la valentía de la persona, la capacidad de soportar un sacrificio, esos valores los sabían exaltar.
No hay dudas de que los jesuitas influyeron con el rigor de su organización, disciplina y sus valores, influyeron en ciertos elementos de la formación de uno y en un sentido también de la justicia, quizás bastante elemental, pero que significa un punto de partida.
Las ideas no se matan
Para el grupito nuestro, se refiere al grupo de revolucionarios atacantes al Cuartel Moncada que lo acompañaba, cuando nos capturaron, el elemento determinante fue aquel teniente del ejército. Este hombre parece que había estado por la universidad; era un autodidacta, quería estudiar por su propia cuenta, y seguramente que había tenido algún contacto o me había visto alguna vez en la universidad.
Tenía, indiscutiblemente, una predisposición por la justicia; era un hombre honorable. Pero lo curioso, lo que refleja su pensamiento es que en los momentos más críticos él está repitiendo, así en voz más baja, yo lo oigo cuando les está dando instrucciones a los soldados que no disparen, que las ideas no se matan. ¿De dónde sacó aquella frase? Tal vez algunos de los periodistas que lo entrevistaron después sepan, nunca tuve la curiosidad de preguntárselo.
Además, el otro gesto. Le digo quien soy y dice: “No se lo diga a nadie, no lo diga a nadie”. Y después la otra frase cuando se tiran todos, que suenan unos disparos por allá y dice: “Ustedes son muy valientes, muchachos, ustedes son muy valientes”. Ese hombre, incuestionablemente simpatizaba de alguna manera o tenía alguna afinidad moral con nuestra causa y fue realmente el hombre que determinó la supervivencia de nosotros en aquel momento.
Al teniente lo licenciaron del ejército y, cuando triunfa la Revolución nosotros lo ingresamos en el nuevo ejército, lo ascendemos a capitán y fue jefe de la escolta del primer Presidente que designó la Revolución. Desgraciadamente, como a los ocho o nueve años del triunfo de la Revolución este hombre enferma de cáncer y muere, el 29 de septiembre de 1972, siendo oficial del Ejército. Todos le guardaban mucho respeto y consideración. No se le pudo salvar la vida. Pedro Sarría se llamaba.
Fuente: “Fidel y la Religión. Conversaciones con Frei Betto”.