Carlos Lam Mora y el propósito del arte

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Foto: Centro de Comunicación Cultural La Luz.
El silencio nunca existe alrededor de Carlos Lam Mora. La invitación a sentarse a su lado y escucharle, contiene un dilema para cualquiera: Carlos se presenta como un Ingeniero Industrial, graduado en 1997; 27 años de carrera en los que tomó la dirección del turismo holguinero y posteriormente a nivel nacional hasta el año 2011.

Asumió en 2014 la dirección de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem) Holguín, donde se mantiene hoy en día. Basta escucharle un poco para encontrar la incógnita: sentarse a conversar con Carlos, quien está a punto de cumplir sus cincuenta años, diez de estos dedicados a la Cultura cubana, no es hablar con un director… es escuchar a un artista.

Él invita a atender a un repertorio exquisito de música cubana, cortesía del propio catálogo de Egrem. Alguna buena trova transcurre desde el primer momento: es entonces cuando Lam escucha la insinuación de ser llamado «artista» y difiere. Explica que artista es un término fuerte, universal, y que él se ve más a sí mismo como un gestor cultural, sobre todo hacia la música. La formación que lo respalda le brinda cierto matiz analítico, del tipo que le hace leer primero la letra de una canción y luego oír la música. Para Carlos, el artista cubano es una fuente inagotable de identidad y visión, por lo que su función tanto en la Egrem, como cubano, es escucharlos.

Responsabiliza a su educación por ser el hombre que es ahora. Tuvo muy buenos maestros. Viene de una generación que, después de cuarenta años, aún mira hacia atrás con agradecimiento. Siempre ha sido un hombre de sueños: la vocacional, su título universitario y quien es ahora viene de un camino de metas, sacrificios y esfuerzos. La vocación de dirigir la ha tenido durante mucho tiempo, desde antes de 1995, cuando fue el jefe de la delegación universitaria que representó a Holguín en el Congreso Latinoamericano de Estudiantes de Ingeniería Industrial (Clein). Contaba con 21 años en ese entonces.

Los catorce años que entregó al Ministerio de Turismo los recuerda con gratitud. El tiempo que le dedicaron a su formación, la influencia de figuras visionarias y futuristas y la confianza brindada que le permitió formarse en cuatro países de Europa son parte de lo que es Lam hoy en día, del esquema de superación que es su referente como directivo. Sus años en el turismo transcurrieron en dos empresas: Cubatur, una agencia de viajes, que fue su especialidad, e Islazul, en Holguín. Su recorrido por el turismo terminó en La Habana: era Lam no solo un mejor ingeniero, sino un hombre más universal.

La Egrem le brindó la oportunidad de desplegar su carrera y visión. Al inicio todo eran números, pero el arte rompe en la coherencia cuando es necesario. Diez años atrás, la empresa en Holguín era pequeña: pequeñas tiendas en el aeropuerto, parque Calixto García y en la Plaza de la Marqueta, además de una Casa de la Música. Nadie puede contar mejor las historias que hacen a la Egrem Holguín lo que es hoy en día que Lam: “pocos recuerdan el intento, lamentablemente fallido, de un «Ilé de la Rumba», un sueño que intentó insertar a Holguín en la ruta de la rumba, que estaba en su momento pronta a declararse Patrimonio Material de la Música en Cuba. Fue el «Ilé» algo muy importante en el recorrido de la empresa, prácticamente hecho por las mismas manos de la Egrem. Paralelamente, se construía AlbumKfé El Chorrito, hoy en día una esquina emblemática de la Plaza de la Marqueta y también refugio del cantautor holguinero.“

La visión de Lam en la Egrem parte de intercambiar con el artista. En pleno 2024, entre cambios de identidad en industrias musicales y despegue de reconocimiento, de evolución cultural en un marco general cubano, de Mipymes y formas de gestión no estatal, de avances veloces en el país, Lam siente la responsabilidad de sensibilizarse con el artista. No es músico de profesión, pero lo que no conoce, lo lee y busca esa evolución paralela a las industrias del mundo y, sobre todo, al cambio propio de Cuba.

Le corresponde la búsqueda infinita de ideas. Lam no se detiene: desde hace unos años, mantiene una idea sólida, que estuvo a punto de construir hasta los años de la Covid-19: “no una «Fábrica de Arte», porque de esas solo puede haber una, pero si un escenario amplio, holguinero y auténtico, lleno de características propias, pero con ciertas similitudes estructurales y artísticas a lo que sucede espectacularmente en la Fábrica de Arte en La Habana.” El pronto aniversario 60 de la Egrem y el impulso que diez años le han brindado son las razones perfectas para que la idea tome un poco más de fuerza.

Sueña también con un espacio contemporáneo, un híbrido entre un lugar natural y una buena gastronomía, refugio para la creación de la música. No solo para los trovadores, sino para el músico holguinero: encontrar una buena descarga de jazz, que sea pequeña; un espacio ni limitado, ni masivo. Lam sueña con ese lugar único e íntimo, lleno de esencia. Lo respalda una pequeña experiencia, cuando la música se convirtió en algo al alcance de un toque, los discos en físico comenzaron a guardar polvo. Encontró la Egrem entonces lo utilitario de la belleza, en una alianza con Victoria Natural, local que encontramos hoy en día en la esquina del parque Calixto García, único lugar en Holguín donde se vende la música con una ambientación única, rodeada de hierbas antiguas.

La única materia prima necesaria es el talento y Lam sabe que lo tenemos. No todas las provincias tienen un conservatorio de música, como lo tiene Holguín, o jóvenes de esa edad que estudian artes plásticas, que se forman como artistas. Tiene Holguín una materia prima de juventud que puede impactar en un momento inmediato hacia esa evolución que las artes, en especial la música, buscan.

Carlos Lam sabe que en diez años se ha convertido en un mejor cubano, un mejor hombre, un mejor padre. Confiesa algo que ha aprendido: “es ese el propósito del arte. El mejorar. El arte pule la belleza del ser humano.” La confesión viene con un agradecimiento hacia los artistas, porque Lam nunca deja de agradecer. Agradece a Cuba, a su salud, a sus metas. Agradece a lo que es: un seguidor y conquistador de sueños.

No hay silencio siquiera cuando la conversación con Carlos acaba, no solo por la música, que en el momento es una composición de guitarra y voz; son las palabras de Lam, que parecen tener vida propia. Existen, de pronto, escenarios tan reales que no parecen sueños: un almacén de arte donde los músicos encuentren refugio, la Egrem como su disquera, y los artistas como en su casa. Un lugar donde los discos se vendan como y con libros, donde haya más guitarras que bocinas, donde la materia prima no sea más que el propio Holguín.

Así, en el silencio —repleto de música— de Lam, todo es posible.

 


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