Precaver para no lamentar
- Por Maribel Flamand Sánchez
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El país está ya en la etapa de transmisión autóctona limitada, un periodo más complejo de la epidemia. Los casos de contagiados aumentan por días, sobrepasan los 700, desdichadamente también la cifra de muertos se acrecienta.
Las autoridades gubernamentales y sanitarias del país insisten en el aislamiento social, como principal medida preventiva para frenar la proliferación de la COVID-19, sin embargo, persisten actitudes indolentes e irresponsables.
Continúan las aglomeraciones en colas, ya sea para adquirir artículos para el aseo personal o de la vivienda, alimentos, también en los bancos. Asistir a esas entidades parece ineludible, el uso del nasobuco ya no es problema, pero por qué cuesta tanto mantener la distancia prudencial entre las personas.
Por inquietudes que nos llegan de los lectores se sabe de viviendas donde continúan funcionando salas para juegos electrónicos con la consiguiente afluencia de grupos de niños, adolescentes y jóvenes, en los barrios no cesan las reuniones en las esquinas ni los juegos de dominó, tampoco acaba la grabación de memorias, aparatico que puede resultar una vía para el contagio, y vecinos y vecinas voluntariosos no asimilan las transformaciones en las rutinas cotidianas del país al molestarse cuando no les permite la entrada a tu hogar.
Las medidas organizativas, que progresivamente se implementan en los marcos sociales y laborales, también en la economía, responden a la necesidad de reducir al mínimo la interacción cotidiana entre los individuos, pero su efectividad depende sólo de la manera como la asumamos cada uno.
Continúa faltando percepción del riesgo, habilidad para detectar, identificar y reaccionar ante una situación potencial de peligro, aun cuando contamos con niveles altos de información precisa, pronta, frecuente, en un lenguaje entendible para todo tipo de público y a través de canales confiables.
Una colega afirma, y comparto su apreciación, que ante los altos niveles de infestación del nuevo coronavirus vale más pecar de exagerado, en cuanto a las acciones de recogimiento e higiene, que de confiados. Se sabe que el 80 por ciento de los afectados con la COVID-19 no presenta síntomas lo cual la hace más peligrosa. No se trata de aterrorizarnos, sino de tener conciencia clara de la situación y poner en práctica las medidas necesarias para no enfermar.
En la medida en que se tenga una adecuada percepción del riesgo aumentan las posibilidades de evitar el contagio. Las medidas son sencillas como lavarse las manos con agua y jabón o hipoclorito frecuentemente, cubrirse la boca y la nariz con el pliegue del codo o pañuelo desechable al toser o estornudar, evitar el contacto estrecho con personas que presenten síntomas gripales, usar correctamente el nasobuco…, pero sobre todo permanecer en casa.
Ante la aparición de eventos de infección local en el país las medidas se hacen más rigurosas, pero necesarias y cumplibles para establecer y cortar las posibles cadenas de transmisión, como el aislamiento preventivo no sólo de personas y familias, sino también de zonas determinadas, el incremento de las pesquisas en las comunidades, que deben realizarse con toda la responsabilidad, que ello implica para garantizar su efectividad, la suspensión del transporte público y con ello la movilidad entre territorios, la restructuración del comercio…
Si algo está dejando claro el nuevo coronavirus es que todos somos vulnerables, a él le sirve cualquiera, como dice la estrofa de un tema musical, por tanto no queda otra que cuidarnos y preservar a los nuestros, y cuando esto no ocurra las autoridades competentes han de actuar con rigor, tal como lo establece el código penal en sus artículos relacionados con la prevención y el control de las enfermedades transmisibles.Pero seamos sensatos, vale más precaver que tener que lamentar.
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