Café bajo la lluvia
- Por Claudia Arias Espinosa
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Estas son fechas de recordación. De sentarse con los compañeros y compartir las pequeñas historias que pertenecen a los grandes hombres, como Hugo Chávez.
En Chávez se mezclaban la persistencia y lo asertivo. Cuando Cuba enfrentaba los efectos del Periodo Especial, el entonces teniente coronel lideraba una rebelión militar contra el paquete de medidas económicas neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI), implementadas por el presidente venezolano de la época, Carlos Andrés Pérez.
El 4 de febrero de 1992, alrededor de 2 mil 300 jóvenes tomaron la sede del gobierno regional en Maracaibo, la estación estatal Venezolana de Televisión, en Caracas, y otros puntos. Este primer intento por reorientar el destino del país falló, y los implicados terminaron en prisión.
“Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital (…) Nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor” declaró ese mismo día, tras ser aprehendido.
Curiosamente, varios analistas consideran que la aceptación de su derrota fue, en gran medida, la causa de su éxito posterior. En 1998, ganó la presidencia del país con el 56,24 por ciento de los votos: un logro trascendental en la historia política contemporánea de Venezuela.
Sin embargo, usted quizá recuerda mejor el cierre de su última campaña electoral. Fue en el 2012, y se enfrentaba a Henrique Capriles, por aquel entonces gobernador de Miranda.
Ese día llovía a cántaros, pero los venezolanos se congregaron para verlo. Así que salió a la tarima para saludarlos y de paso, pidió un cafecito en su acostumbrada taza de peltre. Se lo tomó allí mismo, bajo la lluvia... Esas elecciones las ganó con el 55 por ciento de los votos.
¿Recuerda a Rosa Inés? En sus alocuciones, hacía siempre un paréntesis para ella. Era comprensible. Chávez fue el segundo de seis hijos de un matrimonio humilde. La abuela paterna, Rosa Inés, se encargó de su crianza. Sabia debió ser, cuando el nieto, convertido en presidente de la República, compartía sus enseñanzas con todos los venezolanos.
Debió enseñarle, por lo menos, a ser humano, sensible
“Es como aquella niña. ¡Ay!, aquí la llevo. Se llamaba Génesis. Un día, en un acto, me llegó corriendo entre el público. Creo que fue en el Poliedro. Fue y me abrazó. Ella tenía un cáncer en el cerebro. Y me dicen que no le queda sino un año de vida”, cuenta Chávez, desde las páginas de los Cuentos del Arañero.
“¿Qué hago yo por esta niña, Dios? Ella me regaló una bandera, allá la tengo y la tendré conmigo hasta el último día de mi vida, porque esa bandera es ella que está conmigo.
“Ella me dijo: ‘Chávez, toma mi bandera’. ¡Ah! ¡Qué dolor cuando supe la realidad! Hablé con Fidel y le hicimos un plan.
“La mandé pa’ Cuba con la mamá. La pasearon, la hicieron pionera. “Seremos como el Che”, dijo. Yo tengo hasta el video. Fue feliz hasta el último día de su vida. ¿Ve?, ¿qué más uno puede hacer? Es un angelito que anda por ahí cuidándonos. Allá está hecha bandera y aquí está hecha vida, Génesis…”
Estas son fechas de reflexión. De repasar los detalles de su obra e inspirarnos en sus gestos. De intentar, al menos por un día, ser de esos hombres que como Chávez, no pueden quedarse de brazos cruzados y reaccionan por igual al llamado del país que al abrazo de una niña.
Las anécdotas no pueden mostrarnos la complejidad del que fuera presidente de Venezuela entre 1999 y 2013, pero tienen la capacidad de acercarnos, de convertirnos en viejos conocidos, cuyas conversaciones de esquina empiezan “recuerdas aquella vez…”
En Chávez se mezclaban la persistencia y lo asertivo. Cuando Cuba enfrentaba los efectos del Periodo Especial, el entonces teniente coronel lideraba una rebelión militar contra el paquete de medidas económicas neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI), implementadas por el presidente venezolano de la época, Carlos Andrés Pérez.
El 4 de febrero de 1992, alrededor de 2 mil 300 jóvenes tomaron la sede del gobierno regional en Maracaibo, la estación estatal Venezolana de Televisión, en Caracas, y otros puntos. Este primer intento por reorientar el destino del país falló, y los implicados terminaron en prisión.
“Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital (…) Nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor” declaró ese mismo día, tras ser aprehendido.
Curiosamente, varios analistas consideran que la aceptación de su derrota fue, en gran medida, la causa de su éxito posterior. En 1998, ganó la presidencia del país con el 56,24 por ciento de los votos: un logro trascendental en la historia política contemporánea de Venezuela.
Sin embargo, usted quizá recuerda mejor el cierre de su última campaña electoral. Fue en el 2012, y se enfrentaba a Henrique Capriles, por aquel entonces gobernador de Miranda.
Ese día llovía a cántaros, pero los venezolanos se congregaron para verlo. Así que salió a la tarima para saludarlos y de paso, pidió un cafecito en su acostumbrada taza de peltre. Se lo tomó allí mismo, bajo la lluvia... Esas elecciones las ganó con el 55 por ciento de los votos.
¿Recuerda a Rosa Inés? En sus alocuciones, hacía siempre un paréntesis para ella. Era comprensible. Chávez fue el segundo de seis hijos de un matrimonio humilde. La abuela paterna, Rosa Inés, se encargó de su crianza. Sabia debió ser, cuando el nieto, convertido en presidente de la República, compartía sus enseñanzas con todos los venezolanos.
Debió enseñarle, por lo menos, a ser humano, sensible
“Es como aquella niña. ¡Ay!, aquí la llevo. Se llamaba Génesis. Un día, en un acto, me llegó corriendo entre el público. Creo que fue en el Poliedro. Fue y me abrazó. Ella tenía un cáncer en el cerebro. Y me dicen que no le queda sino un año de vida”, cuenta Chávez, desde las páginas de los Cuentos del Arañero.
“¿Qué hago yo por esta niña, Dios? Ella me regaló una bandera, allá la tengo y la tendré conmigo hasta el último día de mi vida, porque esa bandera es ella que está conmigo.
“Ella me dijo: ‘Chávez, toma mi bandera’. ¡Ah! ¡Qué dolor cuando supe la realidad! Hablé con Fidel y le hicimos un plan.
“La mandé pa’ Cuba con la mamá. La pasearon, la hicieron pionera. “Seremos como el Che”, dijo. Yo tengo hasta el video. Fue feliz hasta el último día de su vida. ¿Ve?, ¿qué más uno puede hacer? Es un angelito que anda por ahí cuidándonos. Allá está hecha bandera y aquí está hecha vida, Génesis…”
Estas son fechas de reflexión. De repasar los detalles de su obra e inspirarnos en sus gestos. De intentar, al menos por un día, ser de esos hombres que como Chávez, no pueden quedarse de brazos cruzados y reaccionan por igual al llamado del país que al abrazo de una niña.
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