Proteger el amor

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Felicito a esos hijos que jamás pierden la memoria y agradecen a quienes les dieron la vida. Mucho dice de los buenos descendientes cuidar a sus progenitores, cuando más lo necesitan y, no solo ayudarlos a ir al médico, bañarlos o darle de comer, sino, tal vez lo primordial: brindarles amor constantemente.

Ahora, que abunda la desatención a papá o mamá, tiene mucho mérito protagonizar una historia diferente. El proteger a sus ascendientes dice mucho de los vástagos, porque se puede ser magnífico padre, profesional o vecino, pero tener abandonados a sus viejos los califica negativamente.

La prole lleva una vida ascendente, pero la existencia de esos mayores es descendente. En esta sociedad que marcha tan deprisa, en muchas ocasiones, ellos resultan desplazados, por diversos motivos reales y muy difíciles de asimilar.

Quienes peinan canas pueden tener carencias de salud, alimentación, económicas, de compañía familiar, soledad, desplazamientos y de otras relaciones humanas, las cuales progresan con la edad y no deben desconocerse.

Los retoños, en la medida que son mayores, vivan en la casa paterna o no y, aunque tengan formada su propia familia, deben ser responsables de las obligaciones morales y cívicas que tienen para con sus padres, quienes les dieron todo lo necesario, para llegar hasta donde están hoy.

Es un privilegio tenerlos, por lo que sería recomendable revertir la mala costumbre de abandonarlos, es cierto que ya no son fuente de suministro económico, pasan a ser origen de problemas y, lamentablemente, algunos jóvenes no quieren tener más dificultades. Piensan que lo mejor, para ellos, es llevarlos a un asilo o residencia, para atenderlos en ocasiones y no estorben más a la familia.

Entran en dilemas cuando fallecen e inician el problema del testamento para el reparto de la posible herencia. Aunque hay quienes, en vida, reparten entre los hijos sus bienes, creyendo que así les trataran mejor y son varios los casos que los echan a sus suertes.

Si es un crimen darles la espalda a los que tanto se sacrificaron por nosotros, constituye un pecado mayor no atenderlos debidamente cuando están enfermos y son capaces de mirar esperanzados a los suyos, esos que, sin pensarlo dos veces, cuando los necesitaron se lo dieron todo ¿entonces?

Quien es capaz de olvidar sus raíces, no debe tener ningún valor para nadie más, como mínimo, ante esa dura realidad seamos, por lo menos, agradecidos.  
 
 Hilda Pupo Salazar
Author: Hilda Pupo Salazar
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Periodista especializada en temas de educación y valores. Autora de las columnas Página 8 y Trincheras de ideas.

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