El cliente
- Por Maribel Flamand Sánchez
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En la Cuba revolucionaria siempre existieron personas con negocios propios. Recuerdo al viejo Chacón, quien vendía unos turrones de coco melcochados, que eran una delicia. Rememoro también al barbero Plácido, en casi todos los barrios había al menos uno; a Onelia la costurera y su esposo, el sastre Otilio. La memoria me trae de vuelta también al amolador de tijeras, quien al sonido singular de su silbato, cuan flautista de Hamelín, era seguido por la muchachada.
Todos fueron modelos de honestidad para con sus oficios y de respeto al cliente, gente meticulosa con la calidad de cuanto hacía. Por tal precedente presumí que, en la actualidad,Trabajo por Cuenta Propia (TCP) también equivaldría a eficacia y excelencia en los servicios y productos. Pero supuse mal, pues ni la competencia propicia que todos los que ejercen esta modalidad de empleo sean todo lo dedicados, apasionados, honestos y corteses, que demanda el quehacer de quien pretende triunfar en ese mundo.
La pizza es de los alimentos preferidos por mi hijo, por eso decidí que parte del menú para su almuerzo de cumpleaños sería una “hawaiana” familiar. Me costó mucho más tiempo solicitarla que el lapso empleado en la elaboración y cocción del alimento, pues la joven dependiente, ocupada en una animada conversación, móvil mediante, no advertía la cola que crecía del otro lado del mostrador. Lógicamente algunos se marcharon.
Otro sitio a donde acudía con frecuencia en busca de espaguetis para llevar a casa se ha especializado también en el maltrato al cliente. Allí las interrupciones deliberadas del servicio son frecuentes y ni dependientes ni propietario se inmutan cuando el consumidor abandona molesto la cola.Al parecer la demanda alta de este alimento y en correspondencia el abultamiento de los bolsillos los hace desestimar a quien debe ser el motivo principal por el que se elaboran y comercializan las pastas alimenticias.
En fecha reciente, en un restaurante del centro de la ciudad de Holguín, un colega exigió la devolución del vuelto. El sirviente, cual camaleón ante peligro inminente,cambió literalmente de color y luego de lanzar bandejas y cuantos utensilios encontró a su paso, regresó con 20 monedas de un peso que arrojó sobre la mesa, como castigo a quien debería servir con ímpetu.
El TPC tiene una alta aceptación en el país. Holguín está entre las seis provincias con mayor cantidad de esta fuerza, sobrepasan los 43 mil. Necesidades económicas, oportunidad de ganar más que trabajando con el Estado son de las motivaciones principales para quienes optan por el cuentapropismo, pero no existen dudas de que también hay quienes optan por esta modalidad de empleo pensando solo en una manera fácil y rápida de obtener dinero. Craso error, pero de qué otra manera pensar sobre quienes asumen actitudes, que lejos de atraer, alejan al cliente.
La capacitación por parte de entidades del gobierno ha acompañado a este sector para contribuir con su desarrollo, perfeccionamiento y sostenibilidad, pero además de gestión empresarial y cultura tributaria hay que enseñar también valores, como la honestidad y respeto, igualmente habilidades para la adecuada selección del personal, más allá de la apariencia física.
Las generalizaciones suelen ser injustas, por eso hago la salvedad para propietarios de cafeterías, bares y restaurantes, reparadores de equipos electrodomésticos y automotores, peluqueras, manicuras…, que asumen la forma no estatal de gestión de manera responsable.
Nadie duda de su valía pues genera empleo, incrementa la oferta de bienes y servicios, libera al Estado de actividades no fundamentales y los impuestos constituyen fuentes de ingresos para los presupuestos locales.Pero para la sostenibilidad de un negocio es imprescindible cumplir las expectativas del cliente, despertar en este nuevas necesidades y dar respuestas inmediatas a las solicitudes de la persona o entidad a la cual se sirve.
Ninguna empresa existe sin clientes, verdad básica que debería resultar suficiente para convencer sobre la importancia de brindar un buen servicio. El líder del movimiento independentista indio, Mahatma Gandhi, legó, para el caso, una verdad inexorable al expresar que “un cliente es el visitante más importante. Él no depende de nosotros, nosotros dependemos de él. No es una interrupción en nuestro trabajo, es el propósito. No le hacemos un favor al servirle, él nos hace el favor al darnos la oportunidad de hacerlo”.
Así asumieron sus oficios el vendedor de turrones, la peluquera, el sastre, el barbero y la costurera de mi barrio de antaño, por eso trascendieron en mi memoria, como seguro repercutieron en la vida de todos los que alguna vez se sirvieron de ellos.
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