Heridas que no cierran
- Por Claudia Arias Espinosa
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La historia de Cuba tiene cicatrices. Algunas, las que muestra con orgullo, fueron causadas por décadas de sacrificio en pos de la independencia. Otras, no son sino la huella que dejó una nación, ensañada en asimilar nuestra isla bajo su sistema de dominación. Esas, más recientes, duelen todavía en la memoria de los cubanos.
Quedan también heridas que no han cicatrizado. Heridas abiertas por la injusticia, como esta que nos miramos cada 6 de octubre, cuando el calendario indica que sobre el crimen de Barbados, impune a pesar de las abrumadoras pruebas contra sus autores materiales e intelectuales, se acumula un año más.
Quedan también heridas que no han cicatrizado. Heridas abiertas por la injusticia, como esta que nos miramos cada 6 de octubre, cuando el calendario indica que sobre el crimen de Barbados, impune a pesar de las abrumadoras pruebas contra sus autores materiales e intelectuales, se acumula un año más.
El desgarro fue causado en 1976. La aeronave CU-455 de Cubana de Aviación despegó normalmente con rumbo Kingston-La Habana, pero siete minutos después, la torre de control del aeropuerto internacional Seawell recibió al piloto, Wilfredo Pérez “¡Cuidado!” y al copiloto, Miguel Espinosa, “Fello, fue una explosión en la cabina de pasajeros y hay fuego”.
A 28 millas del aeropuerto, había detonado la primera carga de dinamita que Hernán Ricardo y Freddy Lugo colocaran entre las filas de asientos 7 y 11. La tripulación, sin embargo, logró controlar parcialmente la situación. A 18 millas de Seawell, solicitaron pista y desplegaron el tren de aterrizaje.
Explotó entonces la segunda carga de dinamita, oculta en el baño trasero de la cabina de pasajeros. La torre de control escuchó a Felo “¡Cierren la puerta, cierren la puerta!”… y a Miguel “¡Eso es peor! ¡Pégate al agua, Fello, pégate al agua!” Y nada más.
El avión cayó desde los seis mil metros, cerca de la costa de Barbados. Varios lo vieron con el corazón en un puño. Al fondo del océano, 73 personas inocentes: Felo, ese año seleccionado Héroe Nacional del Trabajo, 24 jóvenes del Equipo Nacional de Esgrima y otros 32 cubanos; once guyaneses y cinco coreanos. Solo los restos mortales de ocho cubanos pudieron ser recuperados.
La herida se hizo más grande con el sufrimiento de las familias, mutiladas también por el atentado terrorista, y la conmoción de un país que no cedía ante la lógica según la cual actos como aquel quebrantarían la Revolución.
“No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!” sentenció Fidel Castro en el acto de despedida de duelo de las víctimas, efectuado en la Plaza de la Revolución el 15 de octubre.
Después, Ricardo gritando “pusimos la bomba, ¿y qué?”; Lugo admirando a Bosch como se admira a un héroe; Bosch jactándose de haber volado un avión cargado de comunistas en presencia de la periodista venezolana Alicia Herrera; Posada Carriles viviendo tranquilamente en Miami hasta el final de sus días…la hicieron más profunda. La historia de Cuba tiene heridas, viejas heridas, sí, que todavía no cierran.