Morir sin irse
- Por Yenny Torres
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Mi abuelo murió, pese a seguir viviendo. Aun sin detenerse las agujas de su tiempo. Comiendo, respirando. Murió.
Como a los niños, debía escogerse qué audiovisuales presentarle, pues el televisor y las noticias sobre la guerra en Medio Oriente podía parecerle una ventana por donde divisaba tanques, que pronto atacarían su hogar.
Aquel día que me tocó cuidarlo solo quería salir, así que le seguí los pasos, en medio de la calle se bajó los pantalones y dijo -voy a ensuciar.- Para qué hablar de sitio adecuado, pudor, normas sociales... no lo entendería y solo serviría para alterarlo o deprimirlo. En ese momento solo me quedó obviar el entorno, la gente y mis adolescentes años para centrarme en él, ayudarlo.
Su fortaleza física obligó a extremar cuidados ante recurrentes agresiones. Quien siempre gustó del baño y la limpieza comenzó a aborrecer el agua. No quería cambiarse de ropa ni usar productos de aseo. Como el “querubín” que ya era, no probaba medicamento alguno, ni incentivos con caramelos, galleticas u otra golosina lograban abrirle la boca.
Lloraba aclamando “Mamá Cía, Papá Toño”, o sea, los abuelos que lo criaron, desaparecidos medio siglo atrás. Lloraba, como si realmente fuera que no querían ir a su encuentro, como sintiéndose solo, arrinconado, pidiendo la mano de sus padres. Apenas nos notaba allí.
Llegó el momento en que dejó de conocer hasta al amor de su vida, su “viejo”, que en verdad era su hijo.
En sus monólogos introspectivos conversaba con un ser imaginario: - Se parece, se parece, se parece a tío Lorenzo, - repetía, y luego seguía charlando con aquel ente que quizás en algún momento existió, pero que ahora era solo un espejismo.
Lo que nunca perdió fue el tono jocoso de sus décimas, por eso, en sus “ataques” de compositor, al mencionar palabras con terminación igual a la de pollo, meollo, royo... ya se sabía con qué cerraría sus versos. Siempre conduciría por esta línea su rima. Y cuando parecía desmayar por los fallos de su próstata, ante el tacto rectal del urólogo, sacó fuerzas no se sabe de dónde para gritar -so mar....iposa, déjame tranquilo.
Acabando de comer, decía estar loco de hambre, pues en esa casa no le daban ni un “boca´o”. A mi fiel y dedicada abuela le contaba que su mujer andaba buscando macho. Ella se bebía las lágrimas y continuaba con el cuido y la ternura.
Mi abuelo desafió la demencia durante años, cada día recordaba menos e “infantilizaba” más, hacía menos y demandaba más, todos le echábamos de menos aunque lo veíamos más.
Mi abuelo se marchó mucho antes de decir adiós y esa muerte se sufre por partida doble.
El 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzheimer, enfermedad mental que ocupa la mayor parte de los casos de demencia en el mundo. Se estima que para el año 2050 más de 130 millones de personas padezcan este trastorno, el cual afecta también, sobre todo, al cuidador. Prevenir es primordial, pues con la pérdida de los recuerdos, se escapa igualmente la vida.
Pasaba horas sin llegar a casa, preso en extensas meditaciones. Cada vez más usuales. Luego llegaron los rumbos equívocos y las noticias de haberlo visto caminar por otros lares. Extraviado. Hablar del tema era una ofensa, así que había que seguirlo a hurtadillas, inventando pretextos en caso de sorprendernos.
Una vez que la “goma” empezó a borrar sus ideas de arriba a abajo la situación empeoró. Esa muerte uno la sufre un tanto más. Sobre todo en los instantes en que brotaban las lagunas lúcidas: -No soy nadie, no sirvo... -y otras tantas expresiones desgarradoras, breves momentos de autorreconocimiento.
Como a los niños, debía escogerse qué audiovisuales presentarle, pues el televisor y las noticias sobre la guerra en Medio Oriente podía parecerle una ventana por donde divisaba tanques, que pronto atacarían su hogar.
Aquel día que me tocó cuidarlo solo quería salir, así que le seguí los pasos, en medio de la calle se bajó los pantalones y dijo -voy a ensuciar.- Para qué hablar de sitio adecuado, pudor, normas sociales... no lo entendería y solo serviría para alterarlo o deprimirlo. En ese momento solo me quedó obviar el entorno, la gente y mis adolescentes años para centrarme en él, ayudarlo.
Su fortaleza física obligó a extremar cuidados ante recurrentes agresiones. Quien siempre gustó del baño y la limpieza comenzó a aborrecer el agua. No quería cambiarse de ropa ni usar productos de aseo. Como el “querubín” que ya era, no probaba medicamento alguno, ni incentivos con caramelos, galleticas u otra golosina lograban abrirle la boca.
Lloraba aclamando “Mamá Cía, Papá Toño”, o sea, los abuelos que lo criaron, desaparecidos medio siglo atrás. Lloraba, como si realmente fuera que no querían ir a su encuentro, como sintiéndose solo, arrinconado, pidiendo la mano de sus padres. Apenas nos notaba allí.
Llegó el momento en que dejó de conocer hasta al amor de su vida, su “viejo”, que en verdad era su hijo.
En sus monólogos introspectivos conversaba con un ser imaginario: - Se parece, se parece, se parece a tío Lorenzo, - repetía, y luego seguía charlando con aquel ente que quizás en algún momento existió, pero que ahora era solo un espejismo.
Lo que nunca perdió fue el tono jocoso de sus décimas, por eso, en sus “ataques” de compositor, al mencionar palabras con terminación igual a la de pollo, meollo, royo... ya se sabía con qué cerraría sus versos. Siempre conduciría por esta línea su rima. Y cuando parecía desmayar por los fallos de su próstata, ante el tacto rectal del urólogo, sacó fuerzas no se sabe de dónde para gritar -so mar....iposa, déjame tranquilo.
Acabando de comer, decía estar loco de hambre, pues en esa casa no le daban ni un “boca´o”. A mi fiel y dedicada abuela le contaba que su mujer andaba buscando macho. Ella se bebía las lágrimas y continuaba con el cuido y la ternura.
Mi abuelo desafió la demencia durante años, cada día recordaba menos e “infantilizaba” más, hacía menos y demandaba más, todos le echábamos de menos aunque lo veíamos más.
Mi abuelo se marchó mucho antes de decir adiós y esa muerte se sufre por partida doble.
El 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzheimer, enfermedad mental que ocupa la mayor parte de los casos de demencia en el mundo. Se estima que para el año 2050 más de 130 millones de personas padezcan este trastorno, el cual afecta también, sobre todo, al cuidador. Prevenir es primordial, pues con la pérdida de los recuerdos, se escapa igualmente la vida.
Comentarios
Muchas gracias, Yenni
En estos precisos momentos trascurro por otro episodio similar, ahora con mi madre y por supuesto es real que esta enfermedad afecta mucho al cuidador. Aunque directamente no está a mi cargo su cuidado, por mucho que hagamos sus hijos, incluyendo la cooperación de otros familiares, no es posible contarlo, eso hay que vivirlo, para saber como se sufre doblemente al ver como cada día ella se hace más inútil e incapaz y los cuidadores irremediablemente se desequilibran.
Coincido contigo, como dijera Martí, en prever está el arte de salvar..., no quisiera que mis descendientes pasen conmigo similar trance.