Bitácora de una mujer-radio y la COVID-19
- Por Félix Hernández
- Publicado en Holguín
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‘’No basta trabajar, es preciso agotarse todos los días en el trabajo’’. Así ando, de frente al sol, la lluvia, el fango, por veredas, trillos, callejones, caminos vecinales llenos de polvo, carreteras repletas de arrugas, desniveladas, y otras un poco más lisas, todas zigzagueantes, subiendo y bajando lomas resbaladizas, bordeando el peligro de derriscos que ponen los pelos de punta, en medio del verdor campestre, entre cafetos, un árbol de flores blancas situadas en la axila de las hojas, donde las abejas liban el néctar y abundan muchos otros insectos como la cuarentiña, una hormiga que pica en caliente, el mosquito, un díptero que susurra en los oídos y clava su molesto aguijoncito en piel ajena para vivir de la sangre del ‘’forastero’’ sin pedírsela.
Sí, así ando, por donde el casi invisible jején vuela y no se sabe dónde pone el huevo, la boquirrajada rana que salta y con su característico croar disfruta de los humedales, el caguayo o el chipojo que cambian de color e impresionan, los reptiles que se parapetan en los colchones de hojarascas y en la cima de la copiosa arboleda canta el sinsonte, gran imitador de sonidos. Por aquí he visto al tocororo, el ave nacional, que esporádicamente aparece con su linaje de rey de los montes de Cuba.
Así ando y continúo, atravesando ríos caudalosos y riachuelos que son fuente de vida en la montaña porque sus cristalinas aguas sirven no solo para el consumo humano y de los animales, sino para lavar, bañarse, limpiar y otros quehaceres hogareños. También para irrigar plantaciones que aportan los alimentos nutricios, muchos de los cuales son transportados a puro lomo de arrias de burros aparentemente mansos que a una voz del dueño son capaces de adelantar camino o cambiar de rumbo porque están domesticados para desandar con pesadas cargas por estos lugares que son una simbiosis de frescos y hermosos parajes, a la vez que agrestes praderas campestres.
Ando a veces envuelta en nubes, ya blancas u oscuras, que se entretejen en las más elevadas montañas, donde entre una rica e inmensa profusión de árboles y malezas se levantan como queriendo tocar el cielo los enormes pinares, una riqueza maderera que sirve de sostén a las más modestas construcciones lugareñas o de grandes edificaciones que se levantan como símbolos de bienestar y desarrollo económico-social. En estas arboledas es común ver a la paloma rabiche, muchas veces ‘’escondida’’ de los cazadores que quieren hacer un buen sopón o de un depredador contumaz llamado guaraguao, temido por sus filosas y largas uñas que, cuando agarra, no hay presa que se le escape. En esta campiña nací o tal vez sea mejor decirlo a través de la voz del popular humorista villaclareño Chaflán: ‘’No sé si nací o si me sembraron…’’ Pienso que me plantaron.
Crecí y ando entre gente buena, de corazón noble, sonrisa amplia, de manos callosas que son expresión inequívoca de laboriosidad extrema. Me eduqué en el amor a los lugareños asentados en zonas aisladas, de poca accesibilidad, o en barrios construidos con el sudor de la frente desde tiempos inmemoriales o más recientes al influjo de los beneficiosos cambios sociales. En este lomerío aprendí a querer las bondades de la naturaleza y a sentirme cada vez más parte de ella. Desde niña oí decir que las primeras familias llegaron de pueblos cercanos. Vinieron atraídos por la riqueza forestal de la zona, la cual talaban para construir edificaciones de diversos usos, incluidas viviendas.
Otro atractivo era y es el clima, muy propicio para el cultivo agrícola, cuya producción toda la vida ha servido para la subsistencia alimentaria y la comercialización. Por donde me desplazo el tabaco tuvo un papel protagónico y luego el café le arrebató la supremacía. Hay quienes afirman que el sabor y el olor del café de aquí son únicos. Tal vez sea por la calidad del suelo, la sombra que cobija el cafeto, la humedad, el despulpado y, muy importante, el amor y las manos que lo cultivan.
El nombre de mi casa grande, por donde transito a mis anchas, se lo debemos al río y a los aborígenes que poblaron este hermoso paraje. No es posible pasar por alto y dejar de hablar de este accidente geográfico. El río Sagua de Tánamo nace en la cordillera conocida como Sagua-Baracoa. En su andar saltarín por unos 110 kilómetros de longitud baja de la montaña con una arrogancia inigualable. Se cree invencible y es verdad, pues cuando crece enfurecido pone a correr a todo el pueblo. Esta, nuestra peculiaridad orográfica mayor, tiene varios afluentes, entre ellos: Santa Catalina, Caibo, Romero y San Miguel. No hay un sagüero que no le deba un ‘’favor’’ y también un susto. Hay quienes atestiguan, y en alguna medida pueden tener razón, que el que se baña en estas cálidas aguas deja de ser visitante para convertirse en residente permanente, mucho más rápido si se encuentra a una sirenita con cuerpo y alma de mujer cándida, amorosa, o a un ‘’pescador’’ de anzuelo y carnada que es una invitación a picadas sorpresivas de amor a primera vista a orillas del río y bajo la sombra de un frondoso árbol. Créanme que la pasión de ser lugareña no me ciega.
Cuando recorro mi sitiería de naturaleza viva me emociono tanto que les confieso que he cometido un desliz al no decirles antes que Sagua de Tánamo está geográficamente en el extremo oriental de Cuba, en el nordeste de la Isla, y a unos 900 kilómetros de La Habana. Si atravesamos el macizo montañoso llegamos a la ciudad de Guantánamo, si nos desviamos hacia el extremo nordeste arribamos a Moa, la capital cubana del níquel. De continuar por esa vía, pero un poquito hacia el sur, desembocamos en la primera Villa del país, fundada por el conquistador español Diego Velázquez, el 15 de agosto de 1511 con el nombre de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. Rumbo al norte aparece el océano Atlántico y en ese precioso litoral encontramos la ciudad marina de Cayo Mambí, cuyo municipio se nombra Frank País.
Les menciono todos estos lugares con el ánimo de que los visiten cuando pase la tormenta de la COVID-19. Claro, bajo el compromiso de que antes de coger esos derroteros quiero que se queden aunque sea por un rato en mi querida Sagua de Tánamo. Por aquí ando a toda hora del día y andan también profesionales de muchas especialidades en los más diversos saberes porque el cambio dejó atrás los tiempos de olvidos y desesperanzas.
Me confundo entre médicos, enfermeras, ingenieros, maestros, arquitectos, veterinarios, geólogos, mineros y otros hombres y mujeres de ciencia. Sigo y me codeo con personas comunes que son decisivos en la vida cotidiana: campesinos, trabajadores agrícolas, guardabosques, comerciantes, gastronómicos, reparadores de enseres menores, choferes y, por qué no, con vendedores ambulantes de lo que se puede y de lo que no se admite. Todos son, somos, transeúntes del tiempo que como las hormigas, las abejas o los arácnidos no perdemos la oportunidad de tejer sueños cotidianos de esperanzas. En este medio me muevo día a día.
Crecí como las pompas de jabón en mi preparación para la vida. Bueno, a decir verdad, me prepararon y me preparé. Agradezco mucho, mucho a mi familia, especialmente a mi madre, Elida. Ella es el altar de mi vida. Cuánto desvelo y sacrificio ha tenido que hacer. A mi padre Freddy no lo recuerdo físicamente. A través de fotos conservo su imagen. Falleció cuando casi yo abría los ojos al mundo, mas lo veo, lo siento, anda conmigo porque mi madre se encargó de darme el amor y el cariño de los dos. Lo visito en el camposanto frecuentemente y recibo su aliento desde la fecunda eternidad. A mi padrastro Manuel Guilarte le debo muchos gestos de cariño y gratitud. ¿Y mis hermanos? Mayelín, Mariseidis y Leobel son mis guardianes y también fuente de inspiración, en tanto el cariño y las tiernas miradas de mis sobrinos Aslhey, Brayan, Leonardo, Kevin y Bexabé me hacen pensar en los niños que tendré llegado el momento. Soy joven, pero tengo la corazonada de que va llegando el tiempo de sembrar nuevas semillas de amor y cariño en estas montañas para seguir apostando por la vida y la felicidad.
Como no basta con nacer y crecer, quise desarrollarme y estudié. Ha pasado el tiempo y siento envidia cuando veo a los estudiantes de primaria, secundaria y preuniversitario con sus uniformes. Por ahí anduve y llegué a la Universidad. Me hice profesional porque aproveché las oportunidades y me apropié de conocimientos, no exenta de pasar las mil y una noches de sacrificios, al lado o lejos de los seres queridos. Doy saltos como la liebre pero siempre regreso al nido, a mi Naranjo Agrio, a mi Sagua de Tánamo, el terruño añorado. Sí, vuelvo una y otra vez porque este es mi paraíso natural, donde trato de hacer realidad cada día del año un pensamiento del francés Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna y con cuya frase inicié esta confesión: ‘’No basta trabajar, es preciso agotarse todos los días en el trabajo’’.
Eso hago, me agoto y sigo bajo el legado que dejó para la posteridad Confusio, el gran pensador chino, quien llegó a una conclusión definitivamente sabia, hermosa y práctica: ‘’ Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida’’. Me gradué en Comunicación Social y escogí ejercer el periodismo, mi pasión y desvelo. ¿Por qué? Para contar esas historias de vida que me encuentro en mi constante andar por las mismas veredas, trillos, callejones, caminos vecinales, carreteras llenas de huecos, subiendo y bajando lomas resbaladizas y bordeando el peligro de derriscos escalofriantes. En el diario quehacer disfruto del verdor de la campiña, de los pueblos y ciudades con el sano orgullo de ser una periodista montañesa, legítima, autóctona, cargada de sueños, todos vinculados al esfuerzo, a la capacidad de superación y de la gente amorosa que me rodea. Gente que en un abrir y cerrar de ojos, sin pensarlo, sin buscarlo y mucho menos quererlo, ven amenazada seriamente su existencia física, terrenal, por una pandemia que sentí muy de cerca. Estuve aislada varios días porque en el ejercicio de mi profesión, de mi trabajo como periodista tuve contactos con personas que dieron positivo a la fatídica enfermedad.
De cara a la COVID-19 ando, camino a paso acelerado por aquello de que nunca te das cuenta de lo que has hecho para solo ver lo que queda por hacer, al decir de la célebre investigadora francesa Marie Curie. La radio de por sí es exigente. Mucho más en tiempos de crisis, ya sean provocadas por inundaciones, huracanes o enfermedades epidémicas o pandémicas. Las nuevas circunstancias de la COVID-19 nos pusieron una vez más en aprietos, pero aceptamos el reto y fuimos a la carga para decirle y persuadir a través del micrófono a muchas, muchas personas a la vez que se cuiden, quédense en casa, usen el nasobuco, lávense las manos cuantas veces sean necesarias, al primer síntoma concurran al médico, observen y cumplan las medidas orientadas porque una persona precavida vale por decenas y cientos de despreocupados e indisciplinados escurridizos. En esa misión y visión nos insertamos los periodistas de cuerpo y alma.
Personalmente creo haber contribuido en la información y orientación de las masas populares que las aprendí a querer desde mi formación humanista, como ente social salida de la nobleza de los montañeses que, como dijo el gran repentista cubano Chanito Isidrón, somos voces campesinas que conquistan las ciudades. Con entrega apasionada, en Radio Ecos de Sagua, hacemos las coberturas periodísticas oportunas, precisas, en contacto constante y sonante con las audiencias que son nuestra razón existencial como medio de comunicación. Sin escatimar tiempo y espacio el colectivo de radialistas, unidos cual As de Espada, alimentamos la parrilla de programación dedicada casi por completo a la pandemia y bajo la premisa de que el trabajo hecho con gusto y amor se convierte en una creación original y única que fortalece el espíritu y alimenta los sentimientos de las almas nobles. Desde nuestras posibilidades tecnológicas empleamos las redes sociales de manera sistemática para abordar tópicos de interés local, nacional e internacional relacionados con la COVID-19 y la retroalimentación nos dice que las publicaciones han tenido una amplia repercusión en los internautas, para quienes hemos sido, además, un puente de comunicación con familiares y amistades dentro y fuera del país. Vale entonces el sacrificio y el riesgo de estar expuestos a contraer la enfermedad en cualquier momento. Bien sabido es que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz y como me ‘’sembraron’’ en una zona montañosa digo que cabe también en un grano de café.
Comento esto porque me otorgaron la Distinción Jóvenes por la Vida y fui seleccionada como Personalidad de la provincia de Holguín en el año 2020. En nombre de mis colegas recibí ambos reconocimientos y siento un sano y noble orgullo. Sí, sano y noble porque sonrío a la vida; disfruto los momentos felices; cultivo la amistad como a las flores; me entrego al amor con pasión; me encanta la alegría; aborrezco la tristeza, el dolor, el rencor, el odio; vivo por la bondad, la solidaridad y el humanismo como rasgos distintivos de las buenas personas.
Reciban mis votos de gratitud por dejarme contarles ‘’secretos’’ que enriquecen mi alma y mis sentimientos, por compartir con ustedes algo de lo que he hecho como joven de estos tiempos. No es nada extraordinario. Es igual, parecido o menos a lo que muchos de ustedes, mis interlocutores, han aportado también en aras de embellecer la vida porque, como el Apóstol, creemos en la virtud. Mi fuerza reside únicamente en la tenacidad convertida en mi propia sombra. Siento que con un modesto y persistente trabajo he ayudado a salvar vidas, aun poniendo en riesgo la mía. Me considero una más de los llamados popularmente ‘’médicos del alma’’.
Confieso que me siento útil. Doy gracias a la profesión escogida y la admiro porque el que no admira no ama. Así ando yo, Yariseidis Hernández Llorente, desafiando el tiempo, mi tiempo. Ando por veredas, trillos, caminos vecinales y carreteras. Recorro plantaciones agrícolas a campo traviesa, de frente al sol, bajo la lluvia, surcando el pegajoso fango. Me deleitan los encantos de la campiña natal, de los barrios, pueblos y ciudades. Invado consultorios del médico y la enfermera de la familia, policlínicos, hospitales y también centros decisivos para la producción y los servicios. Estoy convencida que es hermoso aportar al bien común. Disfruto de los momentos de felicidad que nos regalan o regalamos. Quisiera que todos pudiéramos tocar siempre a la puerta donde vive la alegría, mas a veces tenemos que enfrentar los avatares que nos impone el mundo terrenal. Todo, entremezclado, es parte inseparable de mi razón existencial. Gracias a la vida que me ha dado la posibilidad de considerarme útil como joven que me dispongo a celebrar el 4 de abril, siempre consecuente con mi tiempo y el tiempo de todos.