Un edificio muy viejo con una memoria enorme

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El majestuoso edificio estaba ante mí. Después de escuchar tanto su nombre, de conocer las huellas que le dejó la historia, la herida colectiva en el corazón de la gente que padeció los sucesos que lo enaltecieron más, después, mucho después, nos mirábamos la cara.

Un montón de ideas llegan, logro bajar los párpados e imaginar la realidad del relato de un libro de cabecera; escuchar los tiros como en el patio, a las cinco de la mañana; levantarme de la cama dando brincos y gritando que habían atacado el Cuartel. Siento la confusión.

Veo a Nilsa encaramarse cerca del Arzobispado y apreciar los muertos tirados. Experimento la necesidad de saber, de llegar al Hospital Militar y preguntar, de sacar las reservas de valentía y decir que iba a ver a los heridos, los héroes, los revolucionarios.

Corro para que no me agarren, me monto en una guagua para escapar. Me ahoga la indignación. Respiro la rebeldía de las calles. Más tarde escondo en la casa a uno que estaba huyendo, como mismo hacían otras personas del pueblo.

Me vuelvo la Vilma que he leído tantas veces; envuelta en el contexto de Julio de 1953. Asumo la mirada de la gente fuera del epicentro, que también sintió al “Moncada”, símbolo, que en forma de edificio, me saluda.

La manía de perpetuar el momento lleva a un visitante, como yo, a pedirme que apriete el obturador. Abarcarlo todo siempre es difícil y el hombre se minimiza, se pierde en la imagen general de la construcción histórica; pero todos se fotografían, y no importa cuan diminuta sea su silueta, tan solo se quiere la muestra de haber estado allí.

Las paredes hablan por sí solas, como si cada orificio hiciera sentir el olor a pólvora. La entrada al Museo sobre los hechos relacionados con el asalto refresca la memoria.
 
Las paredes hablan por sí solas, como si cada orificio hiciera sentir el olor a pólvora.

Era la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres. En Oriente se habían iniciado las tres guerras independentistas.
  
Santiago se situaba junto al mar y rodeada de montañas, distante de la capital. Razones para escoger al cuartel como inicio para desatar la lucha armada contra Batista. Varios motivos llevaron al fracaso, pero Fidel siempre estuvo consciente que de todas maneras el movimiento triunfaría. Años después afirmó: “El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias”.

Cuando vemos el mar de pañoletas de la “Ciudad Escolar 26 de Julio”, las sonrisas de los niños, se valida que el esfuerzo de la Generación del Centenario no fue en vano.

Fidel, que en “La Historia me Absolverá” pasó de acusado a acusador, no solo denunció los problemas sociales existentes, convirtió su alegato de autodefensa en el programa político de la nueva contienda, iniciada con los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

Las vitrinas ocupadas por uniformes ensangrentados, las salas “del horror” con que contaba la fortaleza, las salpicaduras, los instrumentos, junto a la gigantografía de cómo quedaron deshechos los cuerpos de los jóvenes revolucionarios por las torturas, ofrecen una esquela de terror a simple golpe de vista.

El edificio del Moncada es una píldora contra el olvido, un lugar de obligada visita, el sitio donde se salta a los libros, se siente, se emociona, se hincha el amor patrio. Por eso mi encuentro con la construcción, entre lo público, resultó íntimo. Solo de esta forma empática se puede entender al año 1953, a Julio, al 26.



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