Baraguá o la dignidad de los cubanos

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La Protesta de Baraguá fue un hecho trascendental en la historia de Cuba.
 
Comenzaré con una obviedad: 10 años es mucho tiempo. Llenos de felicidad pasan rápido, dicen, y en ese caso, 10 años no son nada, aunque todos sabemos que la felicidad es un estado más bien intermitente.

En cambio, la guerra es un estado de constante sufrimiento, de permanente sacrificio. Una guerra puede durar 10 años y parecer interminable, sobre todo, cuando se está del lado más vulnerable.

Así fue nuestra Guerra Grande, la primera de nuestras luchas armadas por la independencia de España: el enfrentamiento de un pueblo primerizo, carente de toda experiencia militar y política, contra el ejército mejor armado de ultramar.

Aquel primer fracaso, doloroso, era comprensible. Las experiencias primeras suelen ser eso, experimentos de prueba y error, oportunidades para aprender ciertas lecciones que no deben repetirse.

No debía repetirse, por ejemplo, la constitución de una forma de gobierno ineficaz, con un poder legislativo incapaz de ejercer sus funciones en la manigua; ni la ausencia de un necesario mando militar para llevar a cabo la guerra; o las discrepancias en cuanto a formas y métodos de conducir la revolución entre sus principales líderes.

Durante 10 años, cubanos de las clases pudientes y cubanos que solo poseían su libertad recién conquistada, lucharon por el mismo ideal: la independencia del país. Pero 10 años no fueron suficientes para llegar al consenso y, agotados, perdieron la voluntad, la fe en la victoria.

La metrópoli comprendió entonces que había llegado el momento para la política de pacificación. El responsable de aplicarla, Arsenio Martínez Campos, arribó a La Habana el 3 de noviembre de 1876. Su gestión fue efectiva. Por un lado, dictó órdenes dirigidas a poner fin al combate insurrecto, y por otro, adoptó medidas para quitarle a la revolución su razón de ser.

Proclamó el indulto a todos los desertores, la entrega de cinco pesos oro (veinte si llevaban un caballo útil para el servicio) y recursos para subsistir. Prohibió las torturas, represalias y condenas a muerte de los mambises presentados. Suspendió los procesos de destierro por causas políticas. Decretó el cese de los embargos de bienes a insurrectos que no fueran reincidentes…

Los mambises, que se alimentaban con las galletas que encontraban en los bolsillos de los españoles caídos; desenterraban a los muertos para vestir sus ropas y especulaban que su cabeza valía 4.25 centavos (uno si eras mujer), aceptaron la tregua que ofrecía el general español, como se acepta un vaso con agua después de una larga caminata bajo el sol.

Eventualmente, Arsenio Martínez Campos, en nombre de España, y los representantes cubanos, firmaron el Pacto del Zanjón, con el cual terminaba la guerra de liberación nacional.

En las jurisdicciones de Santiago, Guantánamo y Baracoa, sin embargo, no había calado la campaña de pacificación. Allí operaban, bajo la dirección de Antonio Maceo, las tropas más aguerridas y cohesionadas del Ejército Libertador.

Sorprendidos al conocer del Pacto, decidieron entrevistarse con el general español, para comunicarle su negativa a aceptar una situación jurídica que no implicara la independencia y la abolición de la esclavitud.

Maceo solicitó el apoyo de los jefes de otras regiones y muchos dieron su disposición. Además, se encargó de garantizar la más absoluta seguridad para Martínez Campos y sus seguidores, pues en las tropas de Flor Crombet planeaban un atentado.

El 15 de marzo de 1878, en Mangos de Baraguá, tuvo lugar la entrevista. Por la parte cubana, el mosaico que la propia causa había conformado: blancos, negros, mulatos libres, ex–esclavos, cuyo valor y calidad patriótica les merecía un alto rango militar. Por la parte española, militares de academia.

Cuentan que intercambiaron frases amables, hasta jocosas con los insurrectos, pero no lograron convencerlos de acatar el Pacto del Zanjón.

Con mesura, la parte cubana expuso sus razones para continuar la guerra. Ni siquiera aceptaron reiniciarla en el plazo que el general español consideraba prudencial. Ocho días serían suficientes.

Martínez Campos y sus compañeros se retiraron, contrariados, de Mangos de Baraguá, mientras escuchaban gritar al oficial cubano de Cambute, Florencio Duarte: “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!”

Diez años de guerra, que parecían interminables, no habían logrado desgastar el bronce, y culminaron con un último acto que salvó, para la historia, la dignidad de los cubanos.
 

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Comentarios  

# Cándido 16-03-2020 13:50
Felicidades mi amiga, realmente, me encanta leer tus artículos, y más aún, cuando se tratan de echos de tanta importancia y valor de nuestra historia, como fue la protesta de Baraguá.

Cuídate mucho.
Un beso
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# Claudia 19-03-2020 14:18
Cándido, gracias por leer y comentar. Me alegra que le agraden los artículos sobre temas históricos. Nos esforzamos mucho. Saludos y extreme todas las medidas para evitar el coronavirus.
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