La lista
- Por Liset Prego Díaz
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Comenzaba septiembre y con él su odisea. Más difícil que llegar a Ítaca resultaba acopiar todos los artículos que la enseñanza prescolar exige a los padres de los parvulitos.
La escuela de hoy se diferencia mucho de aquella de sus recuerdos donde escaseaba la plastilina, no tenían acuarelas para todos y la libreta era la mitad de un cuaderno, confeccionado con papel de dudosa calidad. Tampoco habían televisores en las aulas ni conocía de loncheras: para el pan tostado y el refresco bastaba una jabita tejida o el lujo de aquella de plástico aún en venta en las redes de comercio en pesos cubanísimos, también denominados CUP.
Pero su generación nada tiene que ver con esta. No puede negarse el desarrollo, tampoco el vergonzante subdesarrollo al cual se enfrenta aun cuando afirmen: todo está preparado para comenzar el curso.
Este septiembre ella no lo estaba, la lista de cosas que debía llevar iba desde un delantal pasando por toallita, servilleta, mantel, pelota de trapo, pompón, bastón, papel, file, entre otros útiles y aditamentos que debían confeccionar los padres de los principiantes.
Mucho cuesta a mamá ponerse en plan art attack y crear marcadores, figuras geométricas ¿esquema mudo?, cartón de apoyo y los textiles antes mencionados. Una naciente y creativa industria artesanal, por contradictorio que suene, viene a salvar a las que no fueron dotadas con habilidad para las manualidades, y de la cola de las mochilas sale la madre preocupadísima a luchar su lista porque “su hijo no va a ser menos que nadie”.
No recuerda que su madre tuviera tales conflictos en su paso por la enseñanza primaria y aunque ahora el cambio climático es muy evidente, ni en los tórridos fines de curso se habló de “poninas” para un ventilador.
Pero los niños padecen y qué no darían sus padres por garantizarles el confort, entonces vuelve la recaudación, ahora también por una lámpara, y ya que están aquí por un poco de pintura, que el aula está muy feíta, ¿y la palangana con su respectivo palanganero? No queremos que se enfermen los pequeños.
Es empática, se pone en los ajustados zapatos de los docentes que se ven en la obligación de pedir tal o más cual cosa para que las condiciones en las aulas y el proceso de enseñanza-aprendizaje fluya de manera óptima. No duda de sus buenas intenciones y de cuánto afecta a su desempeño profesional, las carestías que enfrentan a diario y ponen a prueba su creatividad y talento.
Tampoco desdeña cuánto impacta la falta de compromiso de muchos padres, la prueba más contundente son las típicas reuniones donde cuesta encontrar quien represente en la escuela a la familia.
Todos se preocupan por sus hijos pero no quieren un compromiso mayor que el de su descendencia, algunos tienen muchas responsabilidades, otros saben que quienes hoy dicen “yo hago lo que sea, pero no me pongan”, mañana se echarán para atrás, y los demás no quieren ser perseguidores de quienes incumplen porque asumieron responsabilidades convocados por la costumbre de la unanimidad y luego huyen.
Se habla continuamente de la necesaria vinculación entre la comunidad y los centros docentes, de la obligatoria participación y responsabilidad de las familias con la formación de sus niños, pues la escuela solo es un agente en este proceso en el que los verdaderos encargados están en casa.
Pero esa perpetua “caridad” de la que se sostienen muchas cuestiones en las escuelas, es agotadora y evidencia cuán necesitada de inversiones y recursos se encuentran dichas instalaciones. Además hay que deslindar obligaciones estatales y familiares.
Mucho se ha dicho de que los profes no deben pedir, ni recoger dinero para cosa alguna. Sabe de cerca de alguien que hace pocos años se fue con los fondos de 100 pesos per cápita, que acumulaban los muchachos de una secundaria para la fiesta de graduación. Tristemente esa fue la última enseñanza de la teacher.
No obstante confía en que este no sea un denominador común y quisiera que semejante rol de menesteroso no fuera habitual entre los maestros. Porque una cosa es lo que por voluntad se genere desde las preocupaciones paternas y otra que las condiciones elementales para la estancia en un centro, sean precarias y comprometan a la familia en papeles que para nada le competen.
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