Cortar el hilo invisible

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Este artículo contiene spoilers del filme El hilo invisible (2017). 



Reza una vieja frase que "traduttore, traditore"¹ y siempre que hablo sobre El hilo invisible (2017), me refiero a ella como El hilo fantasma. Esta traducción amateur mía pienso que se acerca más al espíritu de su título original: Phantom Thread.

Mientras que invisible es apenas una descripción del hilo (hartos estamos del uso de hilos como conector metafórico entre amantes), fantasma implica una permanencia limítrofe en el mundo de los vivos, una suerte de voluntad, acaso como la de la madre fallecida del protagonista que en medio de fiebres alucinógenas se manifiesta en una de las mejores escenas.

La madre de Woodcock encierra en sí misma todos los temas y conflictos del protagonista masculino. Oculta en las costuras del traje de su hijo, nos anuncia los rezagos edípicos² de este genio y a su vez, el vestido de bodas que la caracteriza (la primera obra maestra del talentoso sastre) es un recordatorio de la compleja relación de nuestro personaje con el matrimonio, de la suerte de maldición que le impide conservar una pareja que no es otra sino su personalidad recalcitrante.

Entonces, pude volver a ver la película, esta vez en la pantalla de un cine. Sin contratiempos salvo la lástima que me produce la poca asistencia que hubo, aunque las razones del público, aparte del desconocimiento, son comprensibles pues estamos ante una obra que se narra y cuece en las pasivas llamas de una chimenea.

El hilo invisible es una película escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson (P. T. Anderson para abreviar), cineasta que ha vuelto a acaparar titulares este año con su más reciente estreno One Battle After Another (2025), filme que hasta el momento no he podido ver y que espero con ganas.

Fiona Apple y Paul Thomas Anderson.

Hasta hace unos meses, el nombre de P. T. Anderson pertenecía solo al ex-novio de una de mis artistas favoritas, la siempre genial Fiona Apple. Los únicos méritos que le concedía eran dirigir para ella un par de videoclips chulos como Hot Knife y el que acompaña al mejor cover de los Beatles jamás hecho (no acepto discusiones) Across The Universe.

Abandonado por mi musa de ojos azules con nombre princesa féerica (Fiona Apple McAfee Maggart) y dejando alguna que otra foto que me produce esa satisfacción extraña aunque paradójica de ver parejas talentosas que nunca funcionaron, P. T. Anderson se volvió ruido de fondo en mi memoria, coprotagonista de una jocosa anécdota sobre una extraña noche de cocaína junto a Quentin Tarantino, donde la babosería mutua llegó a ser tan prolongada que Apple llegaría a dar fe de su capacidad para curar drogadictos. Entonces me vi sus películas.

Todavía no quiero alzarlo en mi panteón de dioses paganos del celuloide, necesito someter las películas suyas (que consumí en maratón) al paso del tiempo, pero puedo asegurarles que estamos ante uno de esos artistas de un talento que hasta al más profano resulta evidente.

Si bien hay episodios que me faltan en su, por lo demás corta, filmografía, he visto lo suficiente para notar que El hilo invisible pertenece a su segunda etapa, inaugurada por el magistral Petróleo Sangriento (2007), donde P. T. Anderson abandona el frenetismo y la coralidad de sus primeros compases en Boogie Nights (1997) y Magnolia (1999) para centrarse en estudios de personaje más íntimos y pausados, aunque no por ello menos impactantes.

Nos encontramos entonces con un filme de élite en todo sentido: por la reputación de su cineasta, la calidad que rezuma y su interés en la alta sociedad británica de mediados del siglo XX, o más bien, en aquel que brinda a la élite los atuendos que lucen.



La película narra el romance entre Reynolds Woodcock, el jefe de una de las sastrerías más reputadas de Inglaterra, y Alma, una joven de procedencia humilde de la que Reynolds se encapricha tras una visita al campo.
Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es un solitario cuyo perfeccionismo y obsesión lo llevan a ser despiadado ante las interrupciones (por mínimas o humanas que estas sean) a su rutina, al punto de que solo su hermana Cyril (Lesley Manville) parece soportarlo. Escribir que Day-Lewis ofrece una interpretación brillante es tan redundante como decir que el agua moja.

Alma (Vicky Krieps), por su parte, lejos de ser un adorno más para Reynolds, intenta de forma reiterada penetrar en las zonas más sentimentales de este individuo que la supera en clase y edad, en general fallando estrepitosamente y quedando asfixiada ante un universo de rigurosidad que la supera.

La exploración de varones psicológicamente complejos y moralmente ambiguos no es terreno extraño para Paul Thomas Anderson. Tampoco lo es el romance, solo que esta vez se da el gusto de dar privilegio a la perspectiva femenina del asunto (al menos lo más que puede), siendo Alma quien cumple el papel de narradora.

El filme es pausado e intimista y la cinematografía refleja esto con planos sin demasiado movimiento, la paleta de colores y la poca variedad de escenarios (muestra de la domesticidad rayana en la reclusión de Reynolds).



P. T. Anderson consigue que los objetos apreciados por su belleza dentro del filme, dígase los vestidos (por algo ganó el Oscar a Mejor Diseño de Vestuario) y en menor medida la propia Alma, sean valorados con una mirada libre de artificios. La banda sonora, por su parte, se acopla a la perfección con temas de piano elegantes, minimalistas y pegadizos.

Para no destriparles la sorpresa, trataré de ser ambiguo y solo diré que cerca de la segunda mitad del filme, los conflictos entre Alma y Reynolds escalan hasta comportamientos que no se pueden calificar de otra forma salvo criminales.

Un exceso inesperado que introduce gran tensión al filme y, al menos durante mi primer visionado, me tuvo al borde de la silla. Su reincidencia, más adelante en la historia, dota de una coherencia macabra a esta memorable parejita.

Este giro hacia el morbo parece sacado de una novela gótica y resulta solo incoherente con la presentación hasta ese punto de la bonachona aunque orgullosa Alma. Quizás, algún signo más claro de los extremos a los que está dispuesta a llegar, colocado en los compases iniciales, se agradecerían. Claro, puede que ya estén ahí, y sea yo quien no los notara.

En todo caso, El hilo invisible me parece una obra de una belleza narrativa y visual notables, con un romance que subvierte las expectativas, aunque resulta algo complaciente con la parte masculina.



El amor de Reynolds y Alma, sostenido por la dependencia y un irresponsable juego con la muerte, emerge como un círculo (vicioso, si se quiere) y constituye la romantización pura y dura de una relación de métodos abusivos, pero cuyos sentimientos aparentan ser genuinos si tomamos al pie de la letra las palabras de nuestra para nada fiable narradora.

Una experiencia en que las muestras de cariño son escasas y tímidas (casi pudorosas para alguien que dirigió una película sobre un actor de cine para adultos) y un final feliz de muchísima ambigüedad, que a los más escépticos con los happy (and not-so-happy) ends plantea la pregunta: ¿Convendría tomar esta telaraña de hilos fantasma y cortarla en pedacitos? ¡Es que se ven tan bien juntos!

1- Traduttore, traditore: Del italiano, "traductor, traidor". Hace referencia a la dificultad de ser fiel a un texto al traducirlo.
2- Complejo de Edipo: Concepto del psicoanálisis que describe los sentimientos de deseo de un niño hacia el progenitor del sexo opuesto y rivalidad con el del mismo sexo.


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