Sensibilidad ante la tragedia

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¿Quién establece los límites de lo permitido en las redes sociales? ¿Es correcto que prime la anarquía con respecto a la propagación de contenidos, sin que medie la ética o el sentido común? ¿Cómo diferenciar lo común de lo personal en un ciberespacio superpoblado?

Estas y otras muchas interrogantes han llegado a la mente de no pocos individuos, en los últimos días. Bien dicen los mayores que las desgracias nunca viene en solitario, pues recientemente el pueblo de Cuba ha comprobado lo efímera que es la existencia humana.

Hay noticias fatales, de las que nadie quiere ser portavoz, y la pérdida de una vida conmociona e invita a la reflexión. Nunca es fácil decir adiós. Sobre el tema, cualquiera diría que a diario fallecen personas, pero lo cierto es que no siempre se mediatizan sus despedidas de este mundo.

Primero fue Jhonatan Oliva, el niño de 13 años que desapareció en medio de una tormenta, mientras caminaba por una calle fatal y succionado por una alcantarilla de una Habana inundada, a raíz de las intensas lluvias que se ensañaron con la región occidental del país. Ese día, hubo testigos.

No pasó mucho tiempo para que otro titular sacudiera a toda Cuba y la sumiera en el dolor, por la pérdida de uno de sus más queridos artistas: Paulito F.G., destacado intérprete que hizo vibrar a varias generaciones al ritmo de su contagiosa música, falleció en un lamentable accidente de tránsito. Ese día, también hubo testigos.

Quienes presenciaron ambas fatalidades se quedaron con un recuerdo negro, lamentable, de esos que los años no borran y estremecen cada vez que vuelven a resurgir en la memoria. Hubo quien no atinó a nada y se quedó paralizado por la conmoción de lo ocurrido; sin embargo, a otros les pareció necesario tomar evidencia con sus teléfonos móviles.

El asunto no quedó ahí. Algunos no tuvieron suficiente con documentar lo que nadie en su sano juicio desearía volver a ver y decidieron publicarlo en sus perfiles personales, a sabiendas, claro está, del impacto que ocasionarían en la comunidad digital.

Ambos hechos se viralizaron en un espacio muy breve de tiempo. Enseguida surgieron jueces y espectadores cargados de suposiciones, cuestionamientos, críticas y deseos de evidenciar más de lo ocurrido. ¿En qué momento el dolor se convirtió en un contenido atractivo para los usuarios?

No es la primera vez que se vuelve viral la tragedia y se cosifica la fatalidad, en pos de ganar seguidores e impacto en redes. Por desgracia, probablemente no sea la última. El morbo que generan este tipo de acontecimientos se posiciona por encima de la ética para conformar el panorama desolador que predomina en la sociedad digital.

Estas acciones, además de trivializar el dolor humano, lo transforman en un espectáculo consumible, en el que las victimas responden a los intereses irreverentes de un público ávido de contenido impactante, sin importar la dignidad de los afectados y los suyos.

Porque para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad resultaría difícil ponerse en el lugar de los seres queridos que sobrevivieron a los fallecidos. ¿Los encargados de difundir esos materiales piensan en ellos? Es inhumano no empatizar con los que se quedaron, esos que sufren y tienen por delante la titánica tarea de continuar con la carga de esa herida.

En los momentos de crisis, las personas deben sacar lo mejor de sí mismas, demostrando empatía y solidaridad hacia sus cercanos. Hay que crecer como personas y como sociedad, tanto en el espacio físico como en el digital, para que lo adverso del entorno no arrebate la sensibilidad ante la vida.


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