Me cuentan que las criaturas han perdido su voz
- Por Milo García
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Los niños me dan un poco de miedo, me causa nervios intercambiar palabras con esas criaturas; escuchan tan atentamente que los creo capaces de oler mis rarezas. Son enanitos en constante atención para reproducir todo aquello que dices y haces, y eso da miedo.
Parecen almas viejas que saben mucho de la vida, pero se lo callan para que los mayores no sospechen. Guardan secretos; seguro ven elfos, hadas y esas cosas. Son como seres inmortales, eso explicaría el porqué cuando caen parecen de goma. Una especie que pasa por un exhaustivo proceso de selección para tomar contacto.
Ella me miró y sonrió, eso significa que soy la elegida. Voy junto a ella, me siento en la escalera de su casa y la saludo. Pienso la mejor pregunta para comenzar a dialogar. Su nombre ya lo sé, así que no es una opción.
‒ ¿Cuántos años tienes?
‒ Siete, pero casi cumplo ocho.
‒ ¿Y en qué grado estás?
‒ En tercero ‒ me lo dice como si fuera la cosa más obvia del mundo.
‒ ¿Y cómo te va en la escuela? ¿Te gusta?
‒ Sí, juego con mis amigas, pero lo malo es que siempre vuelvo con dolor aquí atrás ‒ señala su columna.
‒ ¿Y eso por qué?
‒ Es que la profesora casi nunca va, entonces la seño que nos cuida solo manda a bajar la cabeza todo el día.
‒ ¿Pero no los deja ni dibujar?
‒ No, y tampoco podemos hablar, porque hacemos mucho ruido.
En unos años, todo un curso tendrá problemas de columna. Menudo terror estar encerrado en completo silencio, sin saber lo que es sumar. O que te prohíban el habla y el movimiento, cuando eres un grillo saltante que necesita preguntar y estirar las extremidades.
Yo solo pensaba en ese maestro que me enseñó a escuchar música mientras memorizaba las tablas de multiplicar. En aquella profesora que, entre contenido y contenido, hablaba con las paredes y las ventanas para llamar nuestra atención.
La niña o yo; una de las dos tenía la realidad alterada, o quizá las cosas han cambiado.
‒ Oye ¿qué quieres ser cuando seas grande?
‒ Creo que médico.
Me parece que no, esa fue una respuesta vacía, y yo tengo la necesidad de saber los más profundos deseos de las personas; aquello que los mantiene vivos. Ella me podría decir que su sueño es entrenar canguros en Australia, y me parecería la cosa más apasionante del mundo.
‒ Pero realmente ¿qué es lo que más te gusta?
‒ Bueno... me gusta bailar, la música.
‒ ¿Cantas?
‒ Sí, estoy apuntada en el coro de la escuela.
‒ ¿Y no te gustaría tocar algún instrumento?
Le brilló la cara, creo que hice la pregunta correcta.
‒ El piano me encanta ‒ me dice con énfasis ‒ una profesora me estaba enseñando, pero en la escuela casi no tenemos tiempo.
‒ Le puedes decir a tu mamá y tal vez encuentre a alguien para que te dé clases.
‒ Ya yo se lo he dicho varias veces ‒ abre aún más los ojos, dándome a entender que este tema tiene tiempo.
‒ Pero vuelve a decírselo, muchas veces a los mayores se nos olvidan las cosas.
‒ No sé.
Creo que entendí. Necesito aligerar el ambiente.
‒ ¿Y tienes novio?
‒ Sí, tengo cuatro.
No me esperaba la cifra, pero al menos puedo estirar la conversación.
‒ ¿Y cómo son? ¿Te tratan bien?
‒ Si, pero uno de ellos no, se sienta detrás de mí en el aula y siempre me tira del pelo.
‒ ¿Por qué es tu novio entonces?
‒ Porque me lo pidió un día y yo le dije que sí.
Supongo que el viejo truco de molestar a la niña que te gusta nunca pasa de moda.
‒ Deberías decirle que eso no se hace, que no te gusta, tal vez él no tiene quién se lo enseñe.
Continuó hablando sobre sus cosas, lo largo que tiene el pelo, lo que comió hace unas horas y hasta se atrevió a ofrecerme una imitación sobre el actuar de sus abuelos, cuando se enfada el uno con el otro. Nos mantuvimos en charla hasta que la llamaron y entró a su casa.
Al día siguiente tocaron mi puerta, era ella con algo en sus manos.
‒ Mira lo que te hice.
Tomé una nota en donde se leía: “gracias por ser mi amiga”.
Supongo que eso hace un amigo: preguntar y escuchar, justo lo que hice ayer. Sí, son criaturas raras, pero realmente no son tan difíciles, incluso si les pones un poco de atención puedes entenderlos.
‒ ¿Quieres dibujar? Te puedo prestar mis colores ‒ le dije.
Y aceptó sin rechistar. Con suerte, en unos días me confesará si es cierto que ven elfos, hadas y esas cosas.
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