Resguardar nuestra identidad

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Andrea tiene 3 años, vive en Holguín, le encantan los dulces, disfruta asistir cada día junto a sus amiguitos al círculo infantil y nunca, en sus más de mil días en este mundo, ha visto un dibujo animado hecho en Cuba y destinado a los infantes de la Isla.

Tampoco es que los haya echado en falta, pues no tiene idea de quienes son Chuncha, el Capitán Plin, Kukuy o Elpidio Valdés. En sus horarios de ver televisión, disfruta de las peripecias de los canes que conforman la Patrulla de Cachorros, sus personajes favoritos.

Durante sus jornadas en el círculo, las seños le hablan de los símbolos y los atributos patrios, la acercan de forma preliminar a conocimientos básicos de la historia del país, al tiempo que la guían en juegos y actividades que contribuyen a la formación de valores y hábitos de responsabilidad.

Las seños también hacen manualidades, con el apoyo de otras personas, y de sus manos salen figuras y muñecos que Andrea y los demás contemplan con asombro infantil. La última de las creaciones fue Blancanieves, que se unió a los siete enanitos fabricados unos meses atrás.

A ellos se suman Cenicienta, Mickey Mouse y otros personajes que acompañan sus días en esa institución educativa. Por allí no hay ni rastro de los animados autóctonos de la nación, que han acompañado a múltiples generaciones a través del tiempo.

Resulta paradójico, ¿cierto? En un centro encargado de velar por la formación en la primera infancia no predominan elementos propios de nuestra idiosincrasia, por encima de otros modelos foráneos impregnados en el imaginario popular.

La curiosidad por tal situación se incrementa al percibir que la mayor parte de esos medios son manualidades, que salieron de la creatividad de cubanos, conscientes del destino de sus creaciones. ¿Por qué no crear sobre la base de nuestros propios patrones?

En estos casos, resurge el debate sobre la penetración cultural en Cuba, como una realidad indetenible en estos tiempos. Tal fenómeno consiste en la introducción de elementos extranjeros a nuestra forma de vida, que se ponen de manifiesto en áreas como la música, los valores, las festividades, entre otras.

Si bien es cierto que, en el actual contexto de globalización e interconexión entre culturas, las ideas y prácticas se expanden a gran velocidad, no podemos dejar de lado la guerra que, en ese sentido, se ha mantenido contra nuestro país.

Ese conflicto ha sido promovido, a partir del triunfo de la Revolución en 1959, por el imperialismo cultural norteamericano, como auténtica potencia líder del sistema capitalista, que no cesa en su lucha por el dominio en todos los terrenos.

Su principal objetivo es imponer la identidad y costumbres propias, a costa del exterminio progresivo de lo que define a otras naciones. Para ello se han auxiliado de diferentes artimañas, entre las que se encuentran la tergiversación del pasado y la exaltación de su forma de vida, como única meta para los territorios menos desarrollados.

Ante tal escenario, se impone defender los nuestros, aquello que nos distingue y representa el legado de quienes nos precedieron como hijos de esta tierra. No se trata de satanizar todo lo extranjero ni mucho menos, pero es necesario que Andrea y los demás niños conozcan que, además de sus muñequitos habituales, también existen animados de aquí, con la capacidad de entretener a todas las edades.

Está muy bien que les guste Blancanieves, pero no pueden desconocer a la cubanísima María Silvia, que evidencia el destacado papel de la mujer cubana en la manigua y las filas del Ejército Libertador. Defender a la cultura nacional es tarea de todos, por lo que no es permisible perder terreno, cuando de preservar nuestra identidad se trata.


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