Construir puentes a la digitalización

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Era fin de mes y el sudor corría por la frente de la sexagenaria Inés Marina, mientras intentaba, sin éxito, extraer dinero del cajero. La transferencia realizada por su hijo desde otra provincia, tres días atrás, se presentó como única alternativa cuando “ya se podía ver fondo en la lata del arroz”.

El por qué demorar la operación, tiene su respuesta en la denominada brecha digital y para Inés pudo traducirse en incertidumbre, desconfianza e incluso vergüenza, cuando en la cola, un muchacho abandonó su puesto para ayudarla.

Acuñado a finales de los años noventa, este término refiere la brecha en relación con desigualdades de acceso y uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) entre grupos sociales con más o menos habilidades asociadas. Los nacidos antes de la década de 1960 se encuentran entre los más afectados.

A los nativos digitales nos resulta difícil imaginar la cotidianidad sin el uso de las nuevas tecnologías. Cuando retrocedemos en la línea de tiempo, es común que a quienes crecieron con el “tic-tac” de las máquinas de escribir, les sea difícil adaptarse o tengan dificultades para operar un teléfono celular, una computadora y hasta un cajero automático.

Nuestra sociedad avanza ininterrumpidamente hacia la informatización de los servicios. En este escenario se hace más necesario que nunca, sin importar grupo etario o condición, que todos podamos insertarnos de manera certera en el proceso. Un primer paso sería reparar en su importancia y beneficios, para aquellos que se han quedado rezagados.

El uso de las TIC contribuye a mejorar la salud y calidad de vida para la tercera edad. El correo, facetime y la mensajería instantánea, acortan distancias con el nieto que emigró, un viejo amigo o el pariente que ya no sale de casa, evitando el aislamiento social y la reclusión.

El aprendizaje de nuevos programas y aplicaciones estimula la actividad mental y las funciones cognitivas, reduciendo la incidencia de la depresión y de enfermedades como el Alzheimer. Sin mencionar las tantas opciones informativas y de entretenimiento, o los beneficios del pago digital.

La seguridad informática es otro aspecto a alertar, cuando nuestros abuelos se educan en este campo. Las redes sociales están plagadas de estafadores. Solo pinchar un enlace o aceptar el envío de un archivo dudoso, pueden dar lugar a violaciones de información, cuentas y contenido privado. A la hora de crear una contraseña, debe ser familiar, para poder recordarla, pero segura y no repetida.

Según pronósticos, estamos en camino de convertirnos en una de las poblaciones más envejecidas de Latinoamérica y el Caribe en 2030. Aquí influyen factores como el aumento de la esperanza de vida, acortamiento de la jubilación y la atención a grupos vulnerables. También es cierto que llegada la tercera edad y después de una vida laboral productiva, probablemente no contarás con los ingresos suficientes para adquirir un aparato tecnológico de último nivel.

En tiempos tan agitados, es entendible que la velocidad del cambio y la transición puedan generar sentimientos de temor, frustración e impotencia. Presionar el botón incorrecto, borrar un archivo por accidente o repetir muchas veces la misma operación formarán parte del proceso. Por eso, ir poco a poco, con paciencia y dedicación, deben ser mantras para los que emprenden la carrera por adaptarse a las demandas tecnológicas.

Aun cuando se ha avanzado en la prestación de servicios de cursos y capacitaciones, como es el caso de los geroclubes, es necesario fortalecer la sensibilidad en las familias. Cultivar la solidaridad en los jóvenes para que colaboren con los mayores y les garanticen un momento al día para que se conecten e interactúen.

Es tarea de todos romper el mito del adulto mayor renuente a las tecnologías, debido a que estas llegaron para quedarse. La brecha seguirá estando ahí, es inevitable; pero queda, por nuestra parte, construir puentes sobre ella y tomar de la mano a quienes decidan cruzarlos. 


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