Mayo de fiesta
- Por Rubén Rodríguez González
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Crecí escuchando esta frase: “Parece un tres de mayo”, para indicar multitud y jolgorio. En la casa familiar de madera y tejas, la legendaria Fiesta de Mayo era tema recurrente: los bailes, los juegos donde se premiaba con porcelana china, los vaporosos vestidos que cosía mi tía modista, o la feria y sus aparatos, incluido el efecto de la estrella voladora sobre un primo que había almorzado potaje.
Fui tras la nostalgia y la historia. Según la investigadora Haydée Toirac, en la provincia se celebraban, en la fecha, varios eventos con carácter religioso y popular: los Altares de Cruz de Mayo, desde el siglo XVIII, como la Romería de la Cruz, devenida festividad juvenil; la Fiesta de la Cruz de Mayo, en La Palma, “Rafael Freyre”, y la de San Marcos de Auras.
La Fiesta de Mayo duraba tres días y se realizaba en las calles, el parque y las sociedades desde principios del siglo pasado. A divertirse, acudía gente de poblaciones cercanas como Yabazón, Bocas, Candelaria, Cantimplora, Uñas, Velasco e Iberia y de las ciudades de Holguín y Gibara, iban en autos, carretas, a caballo o por el desaparecido ferrocarril.
Organizaba el jolgorio una comisión integrada por vecinos entusiastas, los más acaudalados y la iglesia; los preparativos consistían en el embellecimiento del parque, adorno de calles y la instalación de los quioscos. Había dos sociedades, una de blancos y otra de negros con recursos. Los pobres bailaban en el parque.
El día primero se realizaba la verbena; el dos era el Baile de las Flores, donde las mujeres debían adornarse con ellas o portarlas, y el 3 se realizaba una procesión por las calles del poblado; era el día de pagar promesas en la parroquia de Jesús del Monte, de las más antiguas de la provincia.
El inicio de los festejos lo indicaba la diana mambisa. Se realizaban competencias a caballo y juegos tradicionales, como la cucaña y atrapar el cerdo ensebado. Las actividades públicas se financiaban con donaciones de comerciantes y dinero aportado por los vecinos. Para los niños, había bailes infantiles y juegos, incluidos parques de diversiones.
Se consumían comidas tradicionales como lechón asado, las famosas butifarras, crema de vie y otras bebidas; y se vendían bocaditos, fritas, mariscos y baratijas. Amenizaban conjuntos campesinos, órganos y orquestas procedentes de Holguín y Gibara.
La celebración se interrumpió por tres décadas, pero se retomó con el Milenio. Este año, los entusiastas organizadores de la Casa de Cultura e instituciones locales aseguran una jornada intensa desde el dos de mayo, con desfile infantil, exposición de artes plásticas y gala de apertura.
El día tres, el acucioso historiador Enrique Doimeadiós dicta conferencia e inaugura el espacio dedicado a los tres siglos de vida del pueblo; por la noche, coros. El cuatro trae muestra de artesanía, actividades deportivas apadrinadas por el Inder y danza nocturna.
Dedican el cinco a la literatura, con auspicio de la biblioteca pública Celso Enríquez, y la sabrosa tradición: las butifarras de Auras, preparadas a base de cerdo, ajo y pimienta, a pesar de su nombre equívoco.
El concurso para elegir a la Flor de Mayo será el sábado seis, con el glamur de la pasarela, aunque también la proyección social y los resultados docentes definen la elección. Esta vez, los varones se atreven con un certamen parecido: el Señor Mayo, que sesionará el día anterior.
El domingo siete, la Brigada de instructores de arte José Martí se ocupa de los pequeños, hay tarde campesina y cierra en grande la jornada. Se habla de conciertos de David Blanco y nuestra Yhamila, entre otras opciones.
Escuchándoles, toco madera y pido que esta Fiesta de Mayo traiga el espíritu romántico y la alegría que evocaban los mayores, en las tardes calurosas de mi infancia.
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