Mella, líder y paradigma generacional
- Por Susana Guerrero Fuentes
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Las calles de La Habana Vieja aún conservan en su memoria los primeros pasos del niño curioso, el líder estudiantil, el revolucionario… Allí, en la calle Obispo, en un viejo edificio colonial de tres pisos marcado en aquel entonces con el número 67, bajo el calor del hogar materno, transcurrió la infancia de Julio Antonio Mella.
Nació un 25 de marzo de 1903 y aparece inscrito en el Registro Civil como Nicanor McPartland Diez. Como fruto de la unión extramatrimonial entre el sastre dominicano Nicanor Mella y Cecilia McPartland, de orígenes irlandeses, desde muy temprano sufrió los prejuicios que impedían la voluntad de su padre de reconocerlo con todos los derechos legales, junto a su hermano menor Cecilio.
Pese a eso, a los niños no les fueron indiferentes las atenciones paternas. A pocas cuadras de su residencia, Don Nicanor dirigía a inicios del siglo XX una sastrería. Se cuenta que allí pasó mucho tiempo el pequeño Mella junto a su hermano y jugando con él entre los muebles.
En el negocio de su padre, descendiente de patriotas dominicanos, Mella fue poco a poco fraguando su interés hacia la política. El local era, al decir de los investigadores AdysCupull y Froilán González “un punto de reunión, un centro de cultura, un lugar distinguido por el buen gusto y la buena educación…” donde se comentaban los aspectos más importantes del acontecer nacional e internacional.
En 1915, viajó junto a su hermano a Nueva Orleans, Estados Unidos, donde vivieron con su madre. Al regresar un par de años después, Mella ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y al concluir sus estudios allí matriculó en la Academia Newton.
En dicha academia recibió clases del poeta mexicano Salvador Díaz Mirón, experiencia que dejó gran marca en él. Un artículo del periódico Granma comenta que, inspirado en sus clases de Derecho Romano, Mella cambió su nombre de Nicanor por Julio Antonio, conjunción del de Julio César, estadista y guerrero, y el de Marco Antonio, militar y político. Aquellas enseñanzas influyeron en la formación política del joven líder y fueron determinantes en desatar su pasión por el pensamiento y la obra de José Martí.
Mella descubrió en el Apóstol un infinito tesoro y se valió de él para construir su propio legado. Desde su pensamiento ético y su conducta moral hasta el carácter revolucionario, a través de la raíz martiana sentó las bases del espíritu creador que lo consagraría como paradigma generacional.
Soñaba con ser militar y a los 17 años decide viajar a México para matricularse en el Colegio Militar de San Jacinto, con el apoyo de su padre. Su empeño se vio frustrado por las leyes mexicanas, pero su estancia allí le ayudó a comprender la doble moral imperialista, define cuál es el enemigo principal y se planteará la vía de la unidad latinoamericana para derrotarlo.
En una de las crónicas en que narra su viaje por tierras aztecas plasmará: “Los pueblos hermanos que un loco tenaz descubriera, cachorros de un caduco león, son hoy presas de un águila estrellada. ¿Por qué razón? ¿Por qué justicia? Por ninguna (…) Ver unidas a las repúblicas hispanoamericanas para verlas fuertes, dominadoras y servidoras de la Libertad, diosa. He aquí mi ideal.”
A partir de 1921, fecha en la que Mella ingresa a la Universidad de La Habana, la historia del joven líder es más conocida: sus luchas estudiantiles, su militancia comunista, su proyección intelectual y periodística, el difuso asesinato en México en 1929 en muy extrañas circunstancias. A pesar de su corta vida, fue tan provechoso y activo su quehacer que 25 años bastaron para dejar huellas eternas y que su impacto perdurase en los jóvenes de cualquier época.