A la luz del Maestro
- Por Susana Guerrero Fuentes
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Con mis escasos seis años y sin respeto alguno por los signos de puntuación intenté descifrar los misterios que prometía La Edad de Oro. Confieso que, quizá por mi inocente costumbre de preferir las historias simples de princesas, hadas y finales felices, me tomó un poco de tiempo adaptarme al estilo de sus cuentos.
Con aquel busto de yeso,fijado en el patio de mi primaria, el rostro me llegó en 3D, aunque no a todo color. De pintarlo se encargó luego la maestra, y no, no necesitó las acuarelas de EducaciónPlástica. Bastaban las propias palabras martianas para llenarlo de matices y acercarnos a él, como quien habla de un hermano.
Nos contó del Héroe, del que amó a los seres humanos y del amigo de los niños, pero solo con los años comprendí la grandeza de la pluma del hombre sincero, el poder de su oratoria y la sabiduría de su intelecto.
De esta forma, me llevó de la mano y su imagen fue creciendo junto conmigo. Conocí al hijo respetuoso y al cariñoso hermano. Admiré al Pepe adolescente que sufría las desdichas de su Patria oprimida. Descubrí al padre que,espantado de todo, se refugiaba en su caballero Ismaelillo.
Recorrí cada línea del poeta, el escritory el periodista.Disfruté la sencillez de sus versos, vi en el periódico Patria y el Partido Revolucionario Cubano los nuevos soldados en la más necesaria de las guerras, y aceptéa Los pinos nuevos y a Nuestra América como paradigmas para el futuro.
Admito que no siempre le rendí el honor que merece. Muchas veces se me escapó, como suele pasar, entre frases “bonitas” para adornar algún trabajo práctico, en alguna forzosa comparación o en esas respuestas “mecánicas” de los exámenes.
Aun así, agradezco la oportunidad de haber conocido personas que, como la maestra de primaria, me lo devolvieron luego, patriota y repleto de logros, sí, pero humano ante todo, amigo y esposo, ser imperfecto, sensible y lleno de sueños, como cualquiera de nosotros.
Del Apóstol aprendí el amor por las letras, la esperanza en el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud. Aunque ya no soy pionera, conservo el espíritu de sus lecciones en el recorrido de mis pasos y me acompaña en la esencia de mi propia vocación.
De esas enseñanzas todavía guardo el compromiso de encontrar entre sus letras el legado infinito que nos dejó. Ese que nos muestra que su pensamiento abarca más que al independentista y al intelectual. Reúne en si un caudal de ideas económicas, éticas, didácticas y filosóficas, que muchas veces pasamos por alto cuando son las que deberían guiar la sociedad a la cual aspiramos.
En estos días, en medio de evocaciones por un nuevo aniversario de su natalicio y celebraciones alegóricas, reaparece el deseo de buscarlo. Pero el Martí de hoy no es el mismo que nació en 1853, ni es el mismo que acompañó a Fidel un 26 de julio cien años después.
Aspiro a que el Martí de hoy sea quien nos dicta los principios de la Patria,vsea el fuego que cada joven lleva, más que en una antorcha, en su mente y en su actuar, pues no necesita un 28 de enero para recordarlo y honrarlo. Un Martí que, desde la cima del Turquino, se sienta orgulloso de la Cuba que estamos construyendo.
No recuerdo con certeza cuando la figura de José Martí tomó forma frente a mis pupilas; probablemente en aquel Cuaderno Martiano que se “coló” entre mis libros infantiles o tal vez en algún billete de un peso gastado en cualquier golosina.
Con aquel busto de yeso,fijado en el patio de mi primaria, el rostro me llegó en 3D, aunque no a todo color. De pintarlo se encargó luego la maestra, y no, no necesitó las acuarelas de EducaciónPlástica. Bastaban las propias palabras martianas para llenarlo de matices y acercarnos a él, como quien habla de un hermano.
Nos contó del Héroe, del que amó a los seres humanos y del amigo de los niños, pero solo con los años comprendí la grandeza de la pluma del hombre sincero, el poder de su oratoria y la sabiduría de su intelecto.
Desempolvé viejas historias escondidas en los libros y encontré la estirpe de los gigantes en ese que todos nombran el Maestro.
De esta forma, me llevó de la mano y su imagen fue creciendo junto conmigo. Conocí al hijo respetuoso y al cariñoso hermano. Admiré al Pepe adolescente que sufría las desdichas de su Patria oprimida. Descubrí al padre que,espantado de todo, se refugiaba en su caballero Ismaelillo.
Recorrí cada línea del poeta, el escritory el periodista.Disfruté la sencillez de sus versos, vi en el periódico Patria y el Partido Revolucionario Cubano los nuevos soldados en la más necesaria de las guerras, y aceptéa Los pinos nuevos y a Nuestra América como paradigmas para el futuro.
Admito que no siempre le rendí el honor que merece. Muchas veces se me escapó, como suele pasar, entre frases “bonitas” para adornar algún trabajo práctico, en alguna forzosa comparación o en esas respuestas “mecánicas” de los exámenes.
Aun así, agradezco la oportunidad de haber conocido personas que, como la maestra de primaria, me lo devolvieron luego, patriota y repleto de logros, sí, pero humano ante todo, amigo y esposo, ser imperfecto, sensible y lleno de sueños, como cualquiera de nosotros.
Del Apóstol aprendí el amor por las letras, la esperanza en el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud. Aunque ya no soy pionera, conservo el espíritu de sus lecciones en el recorrido de mis pasos y me acompaña en la esencia de mi propia vocación.
De esas enseñanzas todavía guardo el compromiso de encontrar entre sus letras el legado infinito que nos dejó. Ese que nos muestra que su pensamiento abarca más que al independentista y al intelectual. Reúne en si un caudal de ideas económicas, éticas, didácticas y filosóficas, que muchas veces pasamos por alto cuando son las que deberían guiar la sociedad a la cual aspiramos.
En estos días, en medio de evocaciones por un nuevo aniversario de su natalicio y celebraciones alegóricas, reaparece el deseo de buscarlo. Pero el Martí de hoy no es el mismo que nació en 1853, ni es el mismo que acompañó a Fidel un 26 de julio cien años después.
Aspiro a que el Martí de hoy sea quien nos dicta los principios de la Patria,vsea el fuego que cada joven lleva, más que en una antorcha, en su mente y en su actuar, pues no necesita un 28 de enero para recordarlo y honrarlo. Un Martí que, desde la cima del Turquino, se sienta orgulloso de la Cuba que estamos construyendo.