El centenario de Antilla contado por sus hijos
- Por Milagros Puig Hernández
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A Agustina Belette Reynosa la tierra nipeña la vio nacer el 28 de agosto de 1915 y luego fue el escenario de sus juegos infantiles, sus sueños de adolescente y su despertar al amor. Con Joaquín Navarro formó una familia numerosa: un hijo, cuatro nietos, seis bisnietos, siete tataranietos "y un choznoo que es una belleza", comenta orgullosa.
Nueve años tenía cuando se fundó la municipalidad, y de aquellos primeros lustros recuerda el bullicio de sus calles llenas de pregones y de un comercio floreciente. "Había muchas tiendas de ropa, zapatos, quincalla, y a mí me encantaba mirar las vidrieras. Estaba la de Montané y Hermano, El Volcán, La Casa Azul y muchísimos timbiriches que vendían de todo, desde un limón hasta un saco de arroz. Mi mamá me mandaba a comprar sal y yo iba contenta porque siempre me daban la ñapa: una lazca de jalea o de queso, un pirulí, un coquito dulce..."
Los tiempos que evoca fueron prósperos, pues ya la villa disponía de servicio eléctrico y telefónico, alumbrado público, aduana, oficina de inmigración y consular, sucursales de la mayoría de los bancos que funcionaban en el país, numerosos hoteles como el Antilla, el Miramar, el América, majestuosas edificaciones como el palacio de Andrés Oliver, El Boulevar y el Teatro Aguirre, entre otras. Todo ello fue posible gracia a la laboriosidad de los antillanos que tesoneramente lograron levantar en una porción de tierra abandonada, los cimientos de la ciudad. Con el trabajo se fomentó una economía sólida, se labró la tierra que antes era estéril y se propició el florecimiento local. "Había que trabajar fuerte y yo empecé a los 13 años como conserje en una escuela pública. Con los dedos de la mano puedo contar las veces que falté y nunca por gusto. Estuve trabajando en Educación hasta jubilarme."
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En el año 1910 se fundó la primera escuela pública y tres años más tarde, la primera privada. Otras como el Colegio Antilla, instituido en 1924, y el José de la Luz y Caballero, diez años después, impulsaron un fuerte movimiento educativo. "Había un montón de escuelas pero ya yo era un muchachón y todavía no sabía leer ni escribir". - cuenta Delfín Palacio Drigg, de 104 años. "Trabajo desde que era un vejigo, siempre ayudando al viejo. Nos tirábamos antes de que cantaran los gallos para coger lo que apareciera: en el puerto, en la caña, en lo que fuera. La cuestión era que yo tenía que trabajar y no podía ir a ningún colegio. Más tarde sí aprendí".
Las labores agrícolas, y dentro de ellas la zafra azucarera, propiciaron el sustento de la numerosa familia. "Tenía nueve hijos que mantener, primero trabajé en la caña y después en el comercio. Fui un montón de años dependiente en muchas tiendas y me jubilé ahí". Durante 53 años Delfín se desempeñó como auxiliar de la Policía Nacional Revolucionaria y aún no ha perdido la costumbre de recorrer las calles. "Me gusta caminar porque eso es bueno. A veces me topo gente que se asombra de verme caminando a mi edad, y les digo que aquí hay Fin pa’ rato".
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El 29 de marzo de 1937 se fundó la orquesta Brisas de Nipe y sus acordes provocaban un verdadero deleite en la sociedad antillana, sobre todos en jóvenes como la quinceañera Edilia Palacio Drigg, que sonríe al declarar que hoy ya acumula 103 años de edad. En la década de referencia ya existía un desarrollo cultural consolidado, aunque Antilla aún era un barrio rural de Holguín, pero ya exhibía su primera banda musical creada por Clemente Pestana Henríquez, el primer cine propiedad de Adolfo Coronel, el incipiente museo de Alejandro Reyes Atencio creado en 1917, la obra literaria de escritores como Nemecio Carcacés, el periódico Letras Antillanas de Joaquín Navarro Palomares y el teatro construido por Domingo Aguirre en 1918, entre otras instituciones culturales. Sus nueve hijos crecieron bailando la conga de la soga y la Rompía de Genaro, tradiciones músico danzarias de la localidad transmitidas a sus 15 nietos y siete bisnietos.
El progreso alcanzado en esta y otras esferas, fue ilustrado por la prensa, pues ya en 1910 había surgido el primer periódico: “Eco de Nipe”, seguido por otros como “Luz de Antilla, “Los Sucesos” y “Juventud”, llegando paulatinamente a 32 órganos de publicidad. Mención especial merece “Letras Antillanas” de Joaquín Navarro Palomares, que vio la luz el 20 de mayo de 1915 y en 1925 cambió su nombre a “La Defensa”. Joaquina atesora esas publicaciones y gracias a ellas permanece el recuerdo colectivo de figuras y momentos trascendentales del municipio, como el mayor acontecimiento de aviación visto en Cuba, el 21 de agosto de 1931.
“Ahí mismo, al frente, acuatizó el famoso Dorniel X, llegó al mediodía, y todo el pueblo bajó a ver aquello. Era una cosa inmensa, de doce motores, y traía más de cien pasajeros. Siguió para Miami al otro día a las 6 de la mañana y ya a esa hora estaba el aeropuerto lleno de gente para verlo irse”. – rememora la anciana que vive frente al litoral donde se alzó la primera estación aérea internacional de Cuba, en su doble aspecto terrestre y marítimo. Las páginas de “La Defensa” que hojea en su regazo, detallan que varios aviones cubrían viajes a Miami y hacían combinación con los que llevaban las rutas de Haití, República Dominicana, Puerto Rico, Islas Vírgenes, Islas de Trinidad y Río de Janeiro.
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“La mujer desarrolló un papel clave dentro del movimiento político antillano. Yo recuerdo que trabajaba de costurera en un taller porque tenía 14 hijos y era necesario llevar el dinero a la casa, pero no solo trabajaba por el salario, me gustaba lo que hacía y desempeñé esa labor durante 27 años hasta jubilarme. Era una de las que militaba el Partido”. Quien así se expresa es Pilar Rosell Asea, quien al triunfar la Revolución se traslada a laborar a la fábrica de confecciones textiles “Josué País”, siendo testigo en ella del empoderamiento de la mujer antillana.
“En el textil la mayor parte de los trabajadores éramos mujeres. Seguíamos a Vilma en todo, y lo mismo íbamos a la caña que a recoger café, a donde nos necesitaran. El compromiso no disminuyó con el paso del tiempo, pues me mantuve fiel a Fidel, incluso estuve junto a él en una Tribuna Abierta en Santiago de Cuba. Ese ha sido uno de mis mayores orgullos. Yo era federada, cederista, dirigente sindical, militante del Partido, y por esas razones, cumplía y sobrecumplía con mi trabajo. De la máquina de coser colgó por muchos años la bandera de Vanguardia Nacional. Ya tengo 100 años, pero me siento fuerte. Si pudiera seguir trabajando lo hacía, porque el trabajo es fuente de riquezas y no por gusto está representado en el escudo antillano.”
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En la década de los 90 todo el país sintió los embates del período especial. Demarcaciones rurales como Los Negritos, donde vive Guillermo Peralta Terry, desempeñaron un rol fundamental para contrarrestar la difícil situación alimentaria desde el surco. Con 67 años participó en la creación de parcelas de consumo y huertos medicinales para sustituir los medicamentos que escaseaban constantemente y fue testigo de la entrega de tierras a los organismos para la siembra de viandas, frutas y la crianza de animales, dirigidas a comedores obreros y venta de la población. En esta etapa que evoca, los organopónicos comenzaron a dar sus frutos para demostrar que la agricultura urbana era una alternativa perdurable. Esta demarcación aportó meritorias soluciones en un período que demandó el concurso de todos.
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Han sido disímiles las transformaciones experimentadas por el municipio a lo largo del proceso revolucionario. Abundan pasajes que ilustran estas realidades en diferentes etapas, y Rafaela García Rodríguez junto a Walino Sevila Hernández fueron testigos de uno de ellos, cuando el 13 de junio de 1959 conocieron personalmente a Camilo Cienfuegos. El héroe visitó El Ramón, poblado donde vivían, a causa de los preparativos para una expedición contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Esa tarde compartió con los pobladores que al reconocerlo, por su barba y su sombrero alón, de forma inmediata lo rodearon. Entre la multitud estaba ella de 36 años y él, que al mes siguiente cumpliría los 37. Les prometió una moderna comunidad, la que solo tres meses después comenzaba a construirse.
En sendas casas mandadas a construir por Camilo, cumplieron ambos sus cien años. Los planes de desarrollo turístico asociados hoy a esa zona, contemplan la mudanza de sus vecinos hacia la cabecera municipal. La nueva comunidad “Camilo Cienfuegos” cuenta con varias manzanas y es un complejo de edificios de confortables espacios interiores, que disponen de telefonía fija, acceso a internet, agua potable y muchas comodidades que sus propietarios reciben totalmente gratis. Walino ya habita en ella y muy pronto lo hará Rafaela, ambos con millares de razones para la gratitud.
Cuando este 21 de enero, todo el territorio vista sus mejores galas para celebrar el centenario de la municipalidad, estos siete entrañables antillanos junto a las nuevas generaciones tendrán, entre otros motivos para el festejo, los proyectos que en el futuro inmediato convidan a soñar y trabajar unidos por la prosperidad y el bienestar común.