Amistad verdadera
- Por María Militza Ornella Fernández / Estudiante de periodismo
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Aquel día es albergado en lo más profundo de mis recuerdos con un cariño especial; pero, a la misma vez, evoca en mí sentimientos de tristeza, añoranza y nostalgia. Al fin, todos habíamos alcanzado la carrera de nuestros sueños.
En un abrir y cerrar de ojos habían pasado tres años desde nuestra llegada al Instituto Preuniversitario Vocacionl de Ciencias Exactas (IPVCE) José Martí Pérez de Holguín y precisamente ese día detonaba con un cambio en nuestras vidas, un antes y un después, un comienzo; pero no el fin de aquella amistad gestada bajo, inexperiencia, arduo estudio, estrés, lágrimas y sonrisas.
Nuestro paso por la institución permitió hacernos partícipes de grandes acontecimientos que, tal vez, para otros serían las travesuras normales de un grupo de adolescentes; pero para nosotros son la base sobre la cual se forjó los lazos más sinceros de solidaridad, amor y respeto mutuo.
Muchos florecimos intelectual, física, mental y hasta espiritualmente en ese lugar. Aprender para convertirnos en hombres de ciencia era nuestro precepto diario, mayor objetivo, principal anhelo y particular interés. Verdaderamente llevar una trayectoria sumida en estudios deja poco espacio para las relaciones interpersonales. Por eso, quizás, este sea el quid de la cuestión.
Al pasar la mayoría del tiempo juntos, fue inevitable no entretejer vínculos de amistad; pues por más ajetreados que estuviésemos siempre cultivábamos la confianza, simpatía y afecto. Esa conexión poco a poco y con constantes derroches de amor, se consolidó rápidamente, y alcanzó niveles insospechados.
En esa enseñanza, hicimos las mejores amistades. Amistades verdaderas, sin falsedades, ni mentiras. Ahí, revelamos nuestros más sinceros sentimientos y sobre todo fuimos muy felices. Resulta casi inexplicable entender cómo personas que no son familia pueden llegar a ocupar un gran espacio en nuestros corazones y conocernos tan perfectamente bien. ¿Acaso eso importa?, Claro que no. Querer, recordar, vivir, sentir, crecer y ser amigos va mucho más allá que tratar de obtener una simple explicación.
Aquella despedida fue emotiva y llena de promesas, algunas cumplidas bajo estrictos rigores de deseo, admiración y hasta sacrificios. Otras no cumplidas y dejadas en el abandono, no por falta de interés; sino por los propios menesteres que impone la vida de un universitario.
Por mucho que pase el tiempo, no podrá borrar lo que una vez ocurrió, no podrá mutilar un sentimiento tan transparente y lleno de afecto, no podrá juzgar ciertas acciones del pasado y mucho menos acabar con una verdadera amistad, porque ahí estaremos nosotros para recordar y volver a vivir la etapa de la amada vocacional.