El “paraíso” de Roberto
- Por Maribel Flamand Sánchez
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Una agradable sensación de bienestar se experimenta al llegar a la casita de Roberto Gómez Borrego, ubicada a la entrada del barrio Veterinaria, en el reparto Piedra Blanca, en esta ciudad de Holguín. La rodean y refrescan cocoteros, guineas y ejemplares de plátano burro que se alzan por encima del techo de fibrocemento y que, además de proporcionar sustento alimentario a la familia, embellecen de manera particular el lugar.
Pero son muchas más las variedades de cultivos varios y medicinales que el nonagenario Roberto cultiva en el “conuquito”, donde señorean el verde y productos saludables, evidencias de jornadas de esmero que comienzan antes de que asomen los primeros rayos del sol y que luego de un ciclo no siempre extenso garantizan alimentos frescos para el autoconsumo de la familia.
Recientemente el “paraíso” de mi entrevistado se incorporó a la nómina de los 600 patios y parcelas que en la provincia de Holguín poseen la condición de Referencia, categoría que conceden los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) a quienes de manera sobresaliente y sostenida se integran al movimiento Desde el Barrio Siembra tu Pedacito, contribución de la organización de masas a la producción de alimentos.
Fue estimulante para él que hasta su hogar llegaran recientemente las máximas autoridades de la provincia y de los CDR para distinguirlo a él y a su parcela con el logotipo del movimiento productivo. Pero este hombre con un vigor admirable para sus 90 años de edad asegura que “desde los 10 años trabajo y siempre estuve vinculado a la agricultura. Soy del campo, de Corralito, cerca de la presa Colorado, en el municipio de Rafael Freyre.
“Antes del triunfo de la Revolución trabajé con colonos, tiempo después en el central Antonio Maceo, en el municipio de Cacocum, allí cortaba caña, desherbaba. También laboré en cooperativas agropecuarias, como ordeñador en vaquerías, en la Sierra Cristal picando palo de Caguairán para hacer postes para líneas telefónicas a principio de la Revolución. En los bolsillos de los pantalones que uso nunca he echado un peso mal habido, todo ha sido resultado del trabajo honrado en la agricultura. Tuve otros empleos, pero ya comenzaron los dolores en los huesos y los mareos por la cervical, por eso desde el 2016 me dedico sólo a atender el conuco”.
Siembra su propia huerta desde hace unos siete u ocho años cuando decidió asentarse en Holguín. En canteros o en tierra firme crecen también boniatos, yucas, maíz, frijol, fruta bomba, “tengo unos plantones de caña lindísimos”, y el ñame, su vianda preferida. Sobre esta planta de exigua presencia en nuestros mercados cuenta: “Compré en una venduta uno de cinco libras, que me costó 40 pesos, y lo convertí en 16 semillas que me dieron casi un quintal de esta vianda. Al año siguiente sembré 72 semillas pero la producción dio para llenar apenas una tanqueta, muy poco”.
Pero Roberto no se rinde y ahora espera correr mejor suerte con las varias herbáceas que cultiva diligentemente en uno de los canteros que conforman su huerta. Dice no tener suerte con el plátano, otra vianda de mucha preferencia: “No se me da, confiesa. Estas tierras no son buenas, para lograr mejorar los cultivos tuve que construir canteros con tierra traída de otro lugar”.
Cuenta que de casa sale a buscar plátano, aguacate y otras cosas, pero la mayor parte de las viandas son de su cosecha, por eso pondera el programa cederista para que la gente produzca donde quiera que haya un pedacito de tierra disponible: “Así el Estado no tiene que dármelo todo ni yo gastar en lo que puedo producir”, asegura.
Las plantas medicinales también crecen en sus predios: “Mire esa mata de sábila, usted no se imagina la cantidad de hojas regaladas a personas que vienen en su busca. Ahí tengo también tilo, orégano, yerba de calentura, menta, sasafrás…
Habla de sus gustos alimentarios como las viandas con leche: “Me encanta el ñame con leche, huevo frito o chicharrones. Usted me pone a escoger entre un plátano “pilao” con grasa de puerco y leche y un bistec y le dejo la carne”.
Sobre las plantas que más atención requieren expresa: “Todas necesitan cuidado, al igual que la tierra, para producir pide atención y buena semilla”. Sin embargo se advierte, por su sonrisa y el entusiasmo que pone a sus palabras, cierta preferencia por las guineas: “Son paridoras, cada racimo da alrededor de 105 guineos, algunos hasta 180. También he cortado unas bungas grandísimas”.
Dice no tener ningún secreto sobre su vitalidad, “a no ser lo mucho que he trabajado”, confiesa. Pero su hija Minerva, que convive con él, la otra reside en “Rafael Freyre”, dice que su padre es de una familia duradera. Tuvo un hermano que murió de 101 años y una tía de 109.
Padece problemas de visión que bien disimula porque se conduce con agilidad por entre sus sembrados, saluda siempre que pasa por su lado a Pucho, el perro con quien “me llevo de lo mejor”, y divisa bien la hierba a la que extirpa con las manos o la azada una vez asomados los primeros brotes.
Ante la sugerencia para acogerse al merecido descanso afirma categórico: “No me gusta estar sentado, mientras pueda hacer algo útil sigo en pie, la persona mayor que se sienta se tulle”.
Desde siempre Roberto supo el valor de la agricultura como primerísima fuente de vida, “de ahí depende todo”. Comprende también que el movimiento cederista para su fomento desde el barrio “ayuda a que la gente entienda la necesidad de virarse para la tierra y porque nada se disfruta más que lo que usted mismo produce”. Tal es su enseñanza.
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