Permiso, gracias, por favor ...
- Written by Luly Legrá Pichs
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Al numeroso grupo de personas, que cada día se dan cita frente aquella oficina, con mayor parsimonia del mundo Javier les orienta: “Al entrar se dice buenos días señora o señor; permiso, gracias. Nada de ‘oye tú’, ‘ven pa´cá’, ‘mija o mijo’, ‘mira al tipo ese’, ‘tía o tío’, no se silba y se espera a que les manden a pasar”.
Cuando el funcionario terminó de “leer la cartilla” de cómo debía comportarse dentro de aquel recinto me alarmé sobremanera, porque resultaba una ofensa para mí, que a mi edad alguien tratara de enseñarme modales, normas de cortesía y urbanidad.
A pocos minutos de traspasar la puerta de ese lugar comprendí a Javier. Aquella instructiva charla tenía su basamento en la forma irrespetuosa en la que muchos cubanos, hoy por hoy, se comportan en centros laborales, restaurantes, bodegas y en otros sitios públicos, que de solo verlos inspiran respeto y llaman a moderar nuestro comportamiento.
Las causas no sé dónde encontrarlas. Pero de lo que sí estoy segura es de la importancia de recibir desde la cuna una correcta educación, el ejemplo familiar, el cual debe complementarse con la labor de la escuela.
Aún recuerdo con inmensa gratitud a mi maestra Delia, quien en la primaria nos enseñaba desde las palabras “mágicas” hasta que ni se mira por las ventanas de las viviendas ajenas o se entra sin permiso.
Ese era parte del contenido de una asignatura llamada Educación Cívica, que me pregunto si todavía se mantiene como parte del programa de instrucción escolar. Si bien en el hogar se enseñan, al menos, las reglas básicas de comportamiento en una sociedad, es en los centros docentes donde se refuerzan y aprenden otras nuevas.
De la misma forma, me preocupa, en demasía, que en negocios privados, ya sean cafeterías, restaurantes o transporte masivo, estas se ignoren por completo y no hay nadie que controle o exija el buen comportamiento de personas que han crecido en un país que se esfuerza cada día por ser uno de los más cultos del mundo.
Les pongo un ejemplo basado en una experiencia personal para que vean que no exagero. Hace unos días estuve literalmente obligada a tomar un camión de transporte de pasajeros de La Habana a Holguín. Por el precio (10,00 cuc) asumí que no solo pagaba la tarifa del kilometraje sino también algo de confort y tranquilidad.
Sin embargo, allí pensé mucho en Javier y en que tal vez era necesario que el chofer o el encargado, del para nada cómodo vehículo, enumerara algunas sencillas reglas, como prohibir el consumo de bebidas alcohólicas, la reproducción de música a decibeles altísimos, quitarse los zapatos y poner los pies malolientes en el asiento o al lado de otro pasajero.
Quizás alguien piense que esto se soluciona con un: Por favor puede bajar la música, quitar los pies, no hacer tanta bulla; pero no, cuando estamos junto a varias personas embriagadas y encerradas dentro de cuatro paredes de latón rodante, es mejor evitar males mayores, porque “uno es joven y queda mucha vida por delante”.
Solo digo que no basta con mensajes educativos en la televisión, o pegar papeles en establecimientos para que el cliente diga buenos días, permiso, por favor, gracias, cuando quizá el que lo pegó no lo practica.
Tampoco es suficiente con obligar al niño a decir gracias cuando el ejemplo no lo tiene en quienes les rodean.
Aboguemos desde el hogar, la escuela y el centro de trabajo por la educación formal, que es la carta de presentación personal de cada uno de nosotros y la verdadera muestra de que vivimos en un país culto.
Me niego a creer que la cortesía y los buenos modales se hayan perdido por completo, o que deban existir personas como Javier en cada sitio público para establecer lo que hace mucho tiempo debimos haber aprendido.
Urge prestar atención a la educación formal y cívica desde edades tempranas, para corregir a tiempo el futuro de nuestra sociedad. Ser grosero o maleducado no tiene justificación. Depende de lo que cada uno haga para convivir en armonía, porque todos, todos, exigimos cada día el buen trato.