Las queremos vivas
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En un mismo kilómetro, tres carteles me anuncian la llegada al pueblo. Verde, siempre es verde lo que separa a un pueblo de otro. A las casas no las delimitan grandes distancias, ya casi están una encima de la otra. Se escuchan voces, pitidos de motos, puertas abriendo y cerrando; había llegado.
Frente a mí, un tumulto de personas camina a paso lento, algunos agarrados del brazo y otros agarrados de una sombrilla. Persiguen algo, un carro, una caja, un muerto. Es una procesión fúnebre. Continúan su cometido hasta una edificación de grandes paredes blancas que no deja ver su interior: el cementerio.
Dos hombres levantan el ataúd y se dirigen a la entrada, con ellos va alguien más, el cuerpo frío en la caja, un recordatorio de mi objetivo en este lugar. Todos, los dos hombres, el alma sin rostro, el tumulto agarrado, todos me alertan como una especie de augurio el inconfundible sabor de la muerte.
Pese a los rumores en el pueblo, la culpa no fue de la abuela posesiva, ni del retraso mental, ni de las malas compañías. El único responsable fue un hombre que se atrevió a terminar con la vida de una mujer por el simple hecho de: “si no estás conmigo, no estás con nadie más”.
* * *
No sabía que podían matar a una mujer por el simple hecho de ser mujer. Eso pensé la primera vez que escuché sobre un caso. Tenía diez años, era muy pequeña para entender la crueldad, pero muy grande para ser víctima de ella. O quizás ya lo había sido, porque la violencia empieza con un comentario desubicado, con un forcejeo, con un roce de aparente inocencia.
* * *
Estaba hipnotizada, escuchándola a ella, una amiga. En la historia solo tenía seis años y alguien se atrevía a tocarla. Fueron toques. La figura le decía cosas —no recuerda cuáles—. Solo recuerda un peso encima, rasgos de unos cuarenta años en su cuello y una milagrosa irrupción; una puerta se abría.
La escena cambió, era yo en una casa que no era la mía. Cinco años, sentada en unas piernas. Tacto y tacto, era un cosquilleo diferente, solo lo había experimentado en el roce con mi almohada. La funda hecha con pedazos de esponja se había convertido en dedos que simulaban el descubrimiento.
—¿Se lo contaste a alguien? —le pregunté.
—¿A quién se lo iba a decir? Era una niña, no entendía nada. ¿Tú se lo contaste a alguien?
—A ti nada más, no lo recordaba.
—¿Y ahora, lo contarías?
—¿Para qué?
No solo éramos ella y yo. No fueron casualidades. Decidí compartir el secreto en mi aquelarre y descubrí que unos demonios se habían atrevido a tocarlas. A mis hermanas. Con ellas nadie se mete. Mis hermanas. No. Ni con una uña. No se les toca. Callada no. Ni una más. Es momento de hablar, hablar y hablar. De investigar y llorar en el proceso. Después hablar de nuevo. Por mí. Por ellas. Por todas.
* * *
Dos personas se conocen y pareciera que nada va a salir mal. Nadie prevé la asfixia. Solo tenía 15 años cuando lo conoció, se había enamorado. Un hombre encantador, de esos que toman la iniciativa. Cuando se enfadaba parecía otra persona —abría la boca muy grande— pero todos tienen sus cosas, nadie es perfecto.
La ceguera es compleja, esa de no querer ver las cosas. Silvia la padecía.
Es muy celoso porque me quiere / No lo entiendo pero tiene razón / Ese hombre me mira más de lo debido / El otro también me desea / Mis amigas me alejan de ti / Lo mejor es no verlos más / Soy tuya / Tu mujer / Es normal lo que me pides / Soy yo la rara por no entenderlo / Perdón / No te preocupes amor / Lo haré / Qué no haría yo por ti.
Asfixia, a momentos le faltaba el aire. Pero ahí venía él con sus actos de bondad: una flor, un beso sin pedirlo. Llegaba con su sonrisa de galán para darle un regalo; la había recordado en el camino.
Qué enamorada estoy de él / No lo valoro lo suficiente.
Tan pequeña —es diminuta la acción—, pero qué grande la ve, eclipsa todo lo demás. Es fácil agarrarnos a lo bueno, lo difícil es verlo como es: migajas que no llenan.
Después vino la sorpresa: un bastardo, un hijo fuera del matrimonio. Tocó otra piel y dejó descendencia. Llantos de cordero, quizás si lloraba arrodillado ella lo perdonaba. Quién no se ablanda ante unas lágrimas.
Fue un error, me arrepiento, mi mujer eres tú, te quiero a ti.
Él es así / No es mala persona / Él me ama / Qué no haría yo por él.
Ahora sí, un hijo de los dos, fruto del amor, el amor retorcido.
Treinta y cinco años juntos. Bodas de coral. Silvia y Joaquín. Joaquín y Silvia. Llegó una nueva variable a la ecuación: el alcohol. Con él los insultos —¡imbécil!, ¡hija de puta!, ¡malnacida!—, vejaciones—una mano en el cuello, un codo en la barriga, una mano suelta—, intentos de degradar —¡Como mujer me quedas chiquita!, ¡si puedes paga tú con lo que ganas!—.
Disculpa mi amor, no volverá a pasar, no quiero perderte.
Llantos de cordero, quizás si lloraba arrodillado ella lo perdonaba. Quién no se ablanda ante unas lágrimas.
A un hombre no se le aguanta maltrato ni de palabras, su madre siempre lo dijo. La he decepcionado / Qué vergüenza / Cómo me atrevo a mirarla / Su niña.
Nunca dijo una sola palabra, ni a su madre ni a nadie. Si al menos perdiera el miedo, pero no era capaz de perdonarse a sí misma. Duele sufrir el maltrato, pero duele más no hacer nada al respecto.
Continuaron los años de tortura. El único lugar donde podía estar tranquila era en su trabajo. Allí nadie sabía nada, allí no sentía vergüenza por aguantar a un maltratador. Pasaba el día y miraba el reloj, las manecillas tomaban cercanía al número cinco y empezaba sentir la asfixia. Sentada de piernas cruzadas, con la mirada en el suelo, observaba como la oficina de cuatro paredes se achicaba, el techo parecía hundirse —se ahogaba— percibía un olor nauseabundo —alcohol—. No quería llegar a la casa, no quería ver la imagen de siempre.
Pero llegó y lo vio, estaba peor que nunca. Ya era algo serio —ella lo presentía— esto no era normal.
—Voy a arrancarle la cabeza a tu madre —le soltó a su propio hijo.
Él no sabe nada / Nadie sabe nada / Si finjo tranquilidad tal vez no se da cuenta.
—Mami, tú no tienes que aguantar eso. Eres una profesional, no lo necesitas, puedes rehacer tu vida, no tienes por qué aguantar a papá.
Por primera vez, luego de casi 45 años juntos, lo denunció.
Ya con Joaquín preso, las autoridades llamaron a su hijo. Algo le dijeron, porque el muchacho regresó a la casa convencido de sacar a su padre.
Llegó la audiencia familiar.
—¿Quieren que retire la acusación? —Silvia desistió y Joaquín solo pasó dos días preso.
Al inicio todo funcionaba como antes, cuando aquel hombre no tomaba ni una gota de alcohol. La gente decide engañarse, al menos cuanto dure la distracción.
—¡Sal de aquí, ni para cocinar sirves! —Volvió a aparecer Joaquín el ogro, Joaquín la bestia.
No llores / Sal de aquí / Sal de la casa / Cierra la puerta / Camina sin rumbo / No llores / Sigue caminando / Siéntate en un viejo banco / Respira / Ya no aguanto más / Llora / Pero llora fuerte / Nadie te está mirando.
—Mami, ¿dónde estás? —era su hijo al teléfono, había llegado a la casa y no la encontraba.
—Tú sabes, tu papá con su borrachera ¿ya se le pasó?
—No, y no vengas para acá, me dijo que donde te cogiera te iba a descuartizar.
Por segunda vez, Silvia denunciaba a Joaquín por amenaza. Ella desapareció, no dejó ningún rastro ¿dónde estaba Silvia?
—Voy a matarla, voy a matar a Silvia—le dijo Joaquín a su propia hermana.
—Voy a matarla, voy a matar a Silvia—le dijo Joaquín a su propia hermana.
Allá por los años setenta, una mujer sufría golpes de su marido y los hijos miraban todo sin poder hacer nada. Joaquín era uno de ellos, pero un buen día decidió ponerle fin y salvó a su madre. Nunca seré como él, como papá, a una mujer se le respeta. Subestimamos con facilidad los traumas de la infancia, pero cualquier día salen a flote y convierten a una inocente nutria en una bestia. El miedo puede ser tan fuerte. Tan agobiante. Puede transformarnos en aquello que juramos destruir.
Cuando Silvia lloraba en un viejo banco, pensaba en el lugar más lejano, justo un amigo vivía a las afueras de la ciudad. Ahí paró cuatro días. Cuatro días donde las amenazas por mensaje no pararon: “yo no soy tonto, me las vas a pagar”.
La familia sabía de casos parecidos, sabía que Silvia estaba en peligro. No entendía cómo Joaquín podía atreverse a levantarle un dedo, cómo podía atreverse a ser como papá. Lo llamaban y no contestaba. La llamaban a ella y tampoco contestaba. Temían lo peor. Por suerte estaba lejos, muy lejos, donde él no podía hacerle daño.
La situación podía resumirse así: Silvia escondida sin ser la criminal y su hijo malgastando su dinero en alquileres con tal de no verle la cara al padre. Nada era justo. Insistió por otras vías, las autoridades no acudían y Joaquín seguía libre. Días después, luego de una llamada, lo encerraron; fue engañado con una citación de tránsito para evitar un escape.
Yo no quería que las cosas terminaran así / No me hace feliz imaginarlo tras las rejas / Pienso en irme lejos / Quizás así él pueda salir / Me duele / Carcome / Pero las cosas están en su lugar.
Ambas familias la apoyaron. Algunos temen y no confían, cualquier precaución es poca.
* * *
En 1960 Cuba atravesaba una etapa de cambios sociales debido al reciente triunfo revolucionario. En el verano inició una ola de nacionalizaciones, precisamente el 6 de agosto Fidel Castro Ruz anunciaba, en la clausura del I Congreso Latinoamericano de Juventudes, la nacionalización de 26 compañías, entre ellas Cuban Telephone Company, la cual ofertaba elevadas tarifas telefónicas al pueblo. A causa de esto, el 17 de agosto un grupo de obreros se reunió frente a la compañía, situada en la calle Dragones de La Habana, y retiró el letrero que la identificaba. En medio de todo el revuelo, casi el 90% de la población femenina se dedicaba solo a cocinar para la casa, lavar las prendas de su marido y cuidar a los niños.
Las mujeres no tardaron en alzar la voz.
Durante ese mismo verano, y ante la figura elegante de Vilma Espín, las discriminadas amas de casa exigieron la atención que merecían. La necesidad de trabajar con ellas. Ya existían diversas organizaciones que agrupaban a las mujeres como la Unidad Femenina Revolucionaria, la Columna Agraria, y algunas más, pero decidieron fusionarse para crear la Federación de Mujeres Cubanas.
Las bases de la organización ya estaban creadas, incluso ya habían ocurrido las elecciones a nivel nacional, pero era un año complicado en la historia de Cuba. Bueno Fidel, ¿cuándo?, le preguntó Vilma al Comandante, En cuanto tenga un chancecito vamos a constituir la organización, respondió.
El martes 23 de agosto, justo en el Salón-Teatro de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) Lázaro Peña, Fidel expresó: …Y ahora, a trabajar, a organizar y poner en actividad el espíritu creador, el entusiasmo de la mujer cubana, para que la mujer cubana, en esta etapa revolucionaria haga desaparecer hasta el último vestigio de discriminación…

Hoy, a 65 años de su creación, decido contactar a la Secretaria de la FMC en la provincia de Holguín, para pedirle una entrevista. Si tenía la intención de investigar sobre la violencia de género contra la mujer, debía empezar por ahí, la célula madre.
Luego de una larga espera (durante la primera semana se encuentra en la capital por cuestiones de trabajo, la segunda semana me envía el contacto de su secretaria o algo parecido, en la tercera finalmente me responde los mensajes), sucede el encuentro. Cuando mi grabadora marca el primer segundo de la conversación, Elizabeth Martínez Quintero se encuentra (finalmente) en la sede provincial de la FMC, en el Reparto Peralta.
—Los casos son identificados, algunas veces, porque las propias víctimas acuden a la organización para pedir ayuda; en otras ocasiones son familiares, vecinos y compañeros de trabajo quienes llegan hasta nosotros, preocupados por la situación —Elizabeth trata de ilustrar las preocupaciones. Me explica que, muchas veces, las víctimas se ausentan de sus puestos laborales por cuestiones de vergüenza—.
—Lo primero es lograr que la víctima reconozca la violencia de género, esa es la misión de la federación —continúa Elizabeth.
Pero las víctimas no siempre tienen el valor de reconocer la situación, debido a esto las activistas y trabajadoras sociales son preparadas para identificar y orientar a cualquier familia para acudir a las “Consejerías de Violencia” y a las “Casas de Orientación a la Mujer y la Familia”, creadas para este tipo de situaciones. En ellas actúan psicólogos y psiquiatras (infantiles y de adultos), psicopedagogos, juristas, oficiales del Minint, especialistas de Promoción de Salud, fiscales, entre otros.
“Apoyo a la Respuesta Nacional a la Violencia Basada en Género”, ese es el nombre de un nuevo proyecto coordinado por la FMC, una acción para atender de manera integral los casos de violencia de género en el escenario familiar.
—Para su puesta en práctica se creará en 40 municipios del país un grupo de profesionales encargados de coordinar y atender estos casos —la Secretaria de la FMC en la provincia me alcanza unos panfletos que hojeo mientras me explica concretamente de qué va el proyecto—. Holguín y Mayarí se encuentran en ese número debido a la gran incidencia de la problemática. Tristemente las mujeres no solo son víctimas en casa, en la calle y en el trabajo; algunas veces, cuando deciden poner una denuncia, luego de luchar consigo mismas para armarse de valor, son puestas en duda.
—Este problema existe en la provincia y en el país, no siempre las personas que están en las carpetas de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) tienen toda la preparación necesaria para atender a las víctimas.
Allí sentada recordé la historia de Silvia; la incorrecta forma de actuar cuando puso la primera denuncia, tanto que hasta ella misma dudó de su palabra.
La Secretaria me entregó el Informe sobre las acciones desarrolladas para la prevención y enfrentamiento a la violencia, redactado el 15 de abril de 2025, donde no solo se encuentra la situación de la mujer, sino de la familia en general. Se leía:
(…) En el año 2024 se atendieron 85 casos, identificando como principal debilidad el seguimiento profiláctico para conocer la evolución y solución de esta problemática en su mayoría en el escenario familiar (…)
(…) en los municipios: Calixto García, Cacocum, Rafael Freyre, Urbano Noris y Gibara no funciona la Consejería todas las semanas y le faltan especialistas (…) el llenado de los libros de control de los casos sigue siendo una insuficiencia, ya que no se relacionan todos los datos que permitan dar seguimiento hasta el final (…)
(…) Hasta el cierre de marzo del presente año se han atendido 17 casos (…) Las situaciones más atendidas se corresponden con Violencia física (…)
La Secretaria agarró el teléfono de su oficina y llamó a la Casa de Orientación, justo a dos cuadras de donde estábamos, para informales que una periodista iría a hacer unas preguntas.
Llegué en cinco minutos, me presenté como la periodista. Allí me informaron sobre la misión de la institución, lo cual sabía gracias al lugar acudido hace unos minutos. Pero yo fui allí con el objetivo de hacer una pregunta en concreto.
—¿Me pueden ofrecer cifras de casos atendidos en el año?—me atreví a preguntar, y digo atreví porque ya me sabía la respuesta: no, son datos confidenciales.
Por último, les pregunté por la psicóloga Martha Yanara Santos Velázquez, de la cual tenía buenas referencias, pero ella nada más iba los miércoles, así que me dictaron su número y lo guardé; por suerte me concedió una entrevista vía mensaje.
* * *
Me dispongo a entrar al chat con la psicóloga y reproduzco los audios recibidos, se escucha: “La violencia tiene tres fases, la primera es la tensión en donde empiezan a generarse los primeros conflictos; la segunda es la fase de agresión, donde se evidencian las diferentes formas de violencia; y una tercera llamada luna de miel, donde la pareja, después del conflicto, se reconcilia. Entender este proceso es importante para así no juzgarlas por volver con esa figura agresiva”.

Es fácil juzgar desde una posición de seguridad, pero también debemos entender el ambiente violento heredado por algunas víctimas; por consecuencia aceptan, ven en la violencia un modelo válido para solucionar los conflictos, así mismo puede sucederle a los victimarios.
Una mujer violentada tiene síntomas como: baja autoestima, miedo, ataques de pánico y más. “En la mayoría de los casos, existe ese miedo de salir a la calle, a relacionarse con otras personas, a reinsertarse. La violencia puede llegar al nivel de no permitirle a la mujer salir de su casa, provocando una ruptura en sus redes de apoyo”.
“Las secuelas son muchas, van desde lo físico, lo psicológico y lo social, hasta a nivel reproductivo, pero en todos los tipos de violencia va a existir violencia psicológica, porque siempre existirá una afectación a nivel de nuestra psiquis”, terminó de responderme las preguntas.
Luego de reunir toda la información, por parte de trabajadoras de la FMC, tecleé las entrevistas para poder entender la situación con todas sus vertientes.
Algo, sí o sí, me quedó claro: aunque una mujer no quiera aceptar la violencia que sufre, es necesario insistir. Entiendo el desgaste al decirle una y otra vez, pero al menos es un deber darle seguimiento. En el argot popular destaca la frase “entre marido y mujer nadie se debe meter”, entendible hasta cierto punto si ves con tus propios ojos un ataque con arma blanca donde, si intervienes, puedes salir mal parado, pero si escuchas golpes al costado de casa, pide ayuda por ella, lo más probable es que no tenga la fuerza necesaria para hacerlo. Se lo debemos a las que nunca volvieron.
¿Qué puede pasar? Quizás la mujer decida no denunciar, sí, pero al menos hiciste algo al respecto, no callaste ante una injusticia, no fuiste un silenciador más en el problema de la violencia de género contra la mujer.
* * *
Pese a los rumores en el pueblo, la culpa no fue de la abuela posesiva, ni del retraso mental, ni de las malas compañías. El único responsable fue un hombre que se atrevió a terminar con la vida de una mujer por el simple hecho de: “si no estás conmigo, no estás con nadie más”.
Cuando decidí investigar su caso, no esperaba descubrir una tradición familiar: la muerte de mujeres a manos de sus parejas.
Contaba con entrevistar a la abuela de la víctima, la mayor testigo de su vida, pero antes de poder alcanzarla di con el hijo de la señora —el tío de la víctima—. Su casa hacía esquina. Ahí parados —mis pies luchando con el inexplicable polvo del lugar— me presenté y le conté porqué estaba allí. Él me comentó que la señora no estaba en las mejores condiciones para hablar, la reciente muerte era mucho para afrontar. Entonces decidió ser la fuente principal de esta historia, la historia de Amanda, como he decidido llamarla.
La entrevista se desarrolló en una terraza, llegamos cruzando una especie de jardín al lado derecho del hogar. Me senté en una mesa de madera. Su mujer, justo detrás nuestro, escuchaba; su misión dentro de los próximos minutos sería corroborar las palabras del marido.
La víctima fue diagnosticada desde pequeña con un retraso mental, afectando su forma de socializar en el pueblo. En tales circunstancias creció bajo la crianza de sus abuelos, principalmente de la abuela, una mujer de carácter fuerte debido a ciertos abandonos en su vida.
—La educó bajo un régimen, incluso estuvo casada con quien a ella le convenía.
Amanda vivió en matrimonio por un largo tiempo. El marido, un buen vecino del lugar, trabajaba como ponchero. Pero los problemas no tardaron en llegar; la celestina decidió separar lo que había juntado. Las infidelidades y las deudas desgastaron la confianza depositada en el humilde ponchero.
Luego de la separación, la joven volvió a encerrarse como ya era costumbre. Su zona segura: ella y su abuela, ambas cuidando la una de la otra, la una por la edad y la otra por la discapacidad.
Aunque pocas veces se dejara ver, conoció a “la candela”, el personaje sobre el que todos en el pueblo susurraban con inquina. María—así la llamaremos—, el némesis de Amanda, quien, por lo que se decía en el vecindario, se dedicaba a la prostitución y también al proxenetismo.
Dicen que “la cazó”.
Parece que a Amanda le sobraban las celestinas, porque a través de esa mujer conoció a su próxima pareja. Todo funcionaba bien, siempre y cuando tuviera dinero para mantenerla cerca. Él sabía que aquella mujer no estaba enamorada, solo lo aguantaba por lo que le podía ofrecer, suficiente para sentir cierto poder sobre ella.
Llegó el caos: “ahora sí, ahora no”; terminaban, volvían, terminaban, volvían, un bucle adictivo. Llegó la última vez, nunca más lo vería. No más.
No.
Amanda, por primera vez, tomó una decisión sobre su vida sin la opinión de nadie.
Ante la negativa, el hombre usó su fuerza física para “hacerla entrar en razón”. Ella no sabe lo que quiere, está confundida. Cómo va a sobrevivir sin un hombre, sin mí. La abuela de Amanda, dentro de su demencia, se dirigió a la policía y puso una denuncia, nadie maltrata a mi nieta. Todo terminó en una multa que, solo en las fantasías, logró cesar la creciente obsesión de aquel hombre.
—El muchacho se enamoró —confiesa el tío con lástima.
¿Acaso usted le demuestra amor a su mujer a base de golpes? pensé, pero decidí callar, justo lo conocía y quería saber más sobre Amanda. No sé si es una idea machista o una incapacidad de entender el amor. Quien ama no maltrata, quien ama renuncia, quien ama deja vivir.
El día antes de la tragedia ya no estaban juntos. Tuvieron un intercambio por mensaje. Él le escribió un “quiero verte”, ella le respondió con un “NO”. Él volvió a insistir y ella cerró diciéndole que NO la molestara más.
¿Es tan difícil entender la negativa de una mujer? ¿En algún punto comenzamos a comunicarnos con una lengua indescifrable? ¿Acaso necesitan un NO más alto? Más alto. Más alto. Más alto. Un grito. Hasta escuchar un grito no paran. Ojalá se detuvieran.
El hombre, en medio de un ataque de rabia, se dirigió a la panadería del pueblo, donde trabajaba un amigo. Tú vas a ver lo que va a pasar, le dijo. El amigo respondió: sigue adelante, hay más mujeres. Ante aquel intercambio generó la suposición de un posible suicidio porque no aguantaba más, pero él ya tenía un cuchillo guardado y no sería contra su propia vida que lo usaría.
Amanda tomó camino hacia la casa de María, debía cuidarla pues su amiga estaría tres días fuera del pueblo.
—La estaba esperando en una esquina con el estómago hastiado de ron y un arma blanca escondida en el bolsillo.
Era el 2 de enero a las 2 de la madrugada, una mujer caminaba sola por la calle y, antes de llegar a su destino, dejaba de respirar.
Nunca sabremos lo que pensó en esos últimos minutos de vida, si se preguntó dónde estaba la policía, o dónde estaba Dios, si pensó en la nefasta casualidad de dejar este mundo justo de la misma forma que su madre, o si sintió tranquilidad al no dejar en la Tierra alguna hija que, en un futuro, podría ser parte de una imparable tradición.
Al dejar aquel pueblo vi de refilón una iglesia, una pequeña. No había nadie, parecía hasta abandonada. No me sorprende que hayan perdido la fe.

* * *
Luego de visitar a las representantes de la FMC, me tocaba otra parte importante en el asunto: la Fiscalía. Coordiné una cita con la Fiscal Jefa del Departamento de Información y Análisis de la Fiscalía, Lisset Díaz Obregón. A primera instancia, la entrevista se enfocó en las formas de atender a estos hechos.
—Desde la atención a la población se puede identificar la violencia, si es necesario se investiga y se hacen dinámicas familiares para evaluar la situación, aunque esto no tiene mucha incidencia porque la gente tiene reservas al contar su vida —me cuenta la profesional.
Menciona la verificación fiscal (acciones de control en las entidades). Si se advierte que en un centro laboral pueda existir violencia de género, el fiscal ofrece un tratamiento. Además, cuentan con el departamento de Protección a las Familias y Asuntos Jurisdiccionales (especializados en los sectores vulnerables), quienes tramitan las quejas de mujeres, niños, ancianos y deambulantes.
Lisbeth me puso en las manos la Resolución No. 35/2022 donde se leía:
(...) POR CUANTO: El Decreto Presidencial No. 198 del 20 de febrero de 2021, aprueba el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres que establece en el área No. 5 lo referente a la elaboración y aplicación de una estrategia de género para el sistema jurídico, que comprenda estrategias propias para cada una de sus instituciones que contribuya a potenciar la eliminación de la discriminación por estereotipos de género en la elaboración, interpretación y aplicación del derecho y en las dinámicas internas de funcionamiento de las instituciones, organizaciones y facultades universitarias.
POR CUANTO: Resulta necesario aprobar el Protocolo de prevención y atención de la violencia basada en género en la Fiscalía General de la República y el Plan de Acción de la Estrategia Integral de la Prevención y Atención a la Violencia de Género y en el escenario familiar, para garantizar, en lo que corresponde, la protección de las víctimas, la igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades refrendados en la Constitución de la República (...)
Cuestioné el nombre que recibe en Cuba el asesinato de mujeres por una cuestión de género (ya lo sabía, pero quería confirmar). Asesinato, ni una palabra más ni una menos, así se llama: ASESINATO. Yo lo conozco por otro nombre, pero la palabra no se puede decir; existe un miedo al lenguaje, a llamar las cosas por su nombre.
El Artículo 344 del Código Penal cubano, dedicado al delito del asesinato, deja clara la sanción con privación de libertad de veinte a treinta años, privación perpetúa de libertad o muerte a cualquier persona que mate a otra según diversos asuntos.
Resaltan las circunstancias siguientes:
(...) d) cometer el delito por motivo de discriminación de cualquier tipo;
e) cometer el hecho después de haber sido advertido oficialmente por la autoridad competente por su actuación violenta o agresiva contra la víctima, o hallándose sujeto a alguna medida de distanciamiento o alejamiento de aquella;
(…) g) obrar la persona con premeditación, o sea, cuando sus actos externos demuestran que la idea del delito surgió en su mente con anterioridad suficiente para considerarlo con serenidad y que, por el tiempo que medió entre el propósito y su realización, esta se preparó previendo las dificultades que podían surgir y persistiendo en la ejecución del hecho; (...)
Por su parte en el Artículo 345.2 se lee:
(...) También incurre en iguales sanciones que las previstas en el artículo anterior, quien dé muerte a una mujer como consecuencia de la violencia de género (...)
—De acuerdo a la tramitación de los asesinatos, el tiempo por ley son noventa días, los cuales pueden ser prorrogables hasta 180, pero cuando un proceso llega a ese máximo, ya sea por las características del proceso: un peritaje que demora, un arma aparecida en el último momento, se envía el expediente a la fiscal general para que otorgue una nueva fecha de conclusión.
Otra vez me encontraba en la misma situación, donde me tomaría el atrevimiento de preguntar.
—¿Me pueden ofrecer cifras de los casos atendidos en el año? —me sorprendí al recibir una afirmación, estaba preparada para un “NO”. Agradecí la colaboración, al final no tiene sentido tanto secretismo, todos sabemos lo que está pasando.
—En el 2024 se registraron 17 hechos violentos contra la mujer, 10 asesinatos y 7 asesinatos en tentativa, siendo el municipio de Holguín el de mayor incidencia —me dijo con una larga lista de nombres en sus manos.

La mujer sufre desde pequeña, prueba de ello son los casos contra niñas, jóvenes y adolescentes, teniendo en cuenta hechos sexuales. Según me confirma la fiscal, han incrementado.
Solo quedaba una pregunta por responder en el cuestionario, relacionada, específicamente, con los casos investigados por mi cuenta.
—¿Qué se hace cuando una mujer retira una denuncia?
—Aunque se retire la denuncia, el fiscal debe seguir con el proceso si advierte un peligro real para la víctima.
Algunas mujeres han decidido retirar denuncias sin saber que marcarían su destino, la muerte las persiguió luego de sacar a los maltratadores de la cárcel. Nadie los detuvo.
* * *
Tres figuras duermen juntas en la cama, una madre y dos hijos. Ella los abraza fuerte, son sus niños, sus ángeles, los tres contra el mundo. Ambos la miran embelesados —sus ojos, nariz, color de pelo—. En un futuro volverán una y otra vez a ese recuerdo, intentarán revivirlo para sentir a mamá. Treinta años antes, 7 de abril de 1993, llegaba al mundo una nueva vida. Aries, signo de fuego, una líder innata. Blanca la llamaron, refería a la pureza, a la más brillante de las almas; con ese nombre de seguro haría historia.
En la profesión nos preparan para muchas cosas, pero esto necesita más humanidad que estudio. ¿Cómo le pido a un padre que cuente la historia de su hija muerta? Su querida Blanca bañada de rojo, manchada hasta los pies. Usé un intermediario, si yo lo intentaba lo más seguro es que me hubiera quedado muda ante la falta de piedad.
Aceptó, me contaría todo.
Blanca trajo dos vidas al mundo, una en el 2013 y otra en el 2016. Estuvo un buen tiempo con el padre del menor, pero la madre de Blanca rechazaba esta unión, siempre le alertaba; los dioses de la protección les dan cierto poder a las progenitoras para percibir el peligro, para oler de lejos el rojo, el rojo con olor a hierro.
El 27 de diciembre de 2021, aquel hombre la amenazaba de muerte por primera vez. Blanca fue junto a su madre a la policía y lo encerraron, pero pasaron dos días y ya estaba libre. Nuevamente, el hombre hizo de las suyas, ella recorrió el mismo camino ya sabiendo las calles de memoria; tres días preso y luego para la calle. Una vez más, otra amenaza.
Ya sin esperanzas, recurrió de nuevo a las autoridades, más de lo mismo: una víctima sin protección y un victimario sin nadie que lo detuviera. La justificación para siempre liberarlo fue la advertencia. Ojalá todo se resolviera tan fácil, ojalá dejaran de matar por una advertencia.
El 12 de marzo de 2022 a las 2:00 pm, el hombre advertido se dirigió a casa de Blanca para recoger a su hijo, pasarían un tiempo juntos. Llegó, agarró al menor, lo sacó de casa, cerró la puerta —modelo habanera, de cristal y fleje metálico—le puso el cerrojo y quedó encerrado con su expareja y el otro niño. Reclamó dinero. Olía a alcohol y tenía los ojos hinchados en sangre.
El primer ataque fue por la espalda, un movimiento de cobarde. Uno, dos, tres minutos en el forcejeo. Una niña recoge su pelo, anuda un cinturón y entra en un kimono. Blanca recordó sus entrenamientos de judo cuando pequeña, le valió para defenderse un rato.
El cuerpo, luego de varias heridas, comienza a perder fuerza, los golpes en defensa resultan cada vez más débiles. Gritos, gritos del menor fuera de la casa, su papá iba a matar a su mamá. Los vecinos acudieron rápido, varios cuerpos se unieron a empujar la puerta cerrada, pero fue en vano. Le gritaban que no le hiciera daño al otro niño. Agarraron de la mano al pequeño que lloraba fuera y llamaron a la policía.
Un grupo de hombres, de traje negro con listas amarillas, llegaron al lugar; los bomberos fueron los encargados de poder abrir la puerta. Cuando entraron vieron dos cuerpos tirados, una Blanca repleta de rojo, y un asesino cobarde que decidió suicidarse cuando terminó con ella.
Al otro niño lo encontraron escondido en un pequeño hueco del aire acondicionado. Lo vio todo, sí, todo con detalles. Fue quien le contó lo sucedido a la policía. De primeras quedó paralizado, no sabía si defender a su madre o correr, si hacer las dos o ninguna, pero era solo un niño, un niño que respondió ante el miedo. Corrió y se escondió, escuchó gritos, golpes, puñaladas, sirenas, pasos acercándose, pasos que lo encontraron.
Ella está ahí arriba, les señalaba a los niños su abuela materna, ella los cuida desde el cielo. Las dos criaturas caminan por la calle, de casualidad observan a una mujer con el pelo rojo, así como su madre, y la recuerdan. Alguien decide reproducir la canción “Como yo te amo” de Raphael y la pueden ver cantando. Vuelven, vuelven a ese recuerdo de tres figuras abrazadas en una cama.
Miro al padre de Blanca y le pregunto por ellos, cómo están ahora.
—Comenzamos un trabajo con psiquiatras y psicólogos, donde nos enseñan cómo debemos llevar la situación. Ahora mismo están en casa de un tío y aprenden muchas cosas del campo: montar caballo, criar animales, recoger frutas, pastorear animales, arar con yuntas de bueyes y otras cosas. Ellos entienden lo que pasó y dicen que su padre era malo.
—¿Cómo llevan la situación en la familia?— le pregunté con suficiente tacto.
—Duele mucho no haberla ayudado y que la mataran a sangre fría, eso nunca se olvida, pero no queda otra alternativa que seguir adelante, ahora toda la familia está en función de los niños.
No puedo imaginar lo que es perder a tu propia hija. En ese momento eres capaz de replantearte si fuiste un mal padre por no haberte dado cuenta, por no haber llegado a tiempo, pero el único culpable ya no está, decidió irse antes de pagar por el crimen.
—¿Cómo le gusta recordarla?
Esquiva un poco la mirada, quizás por buscar las palabras precisas o por encontrar las fuerzas para responder.
—La recuerdo alegre, riéndose siempre de todo, por difícil que fuera la situación. Recuerdo mucho su Papi, ¿cómo estás?, eso nunca se me va de la mente.
* * *
Dice que está bien. Por ahora está tranquila, espera la sentencia, espera ver algún movimiento de las autoridades porque, hasta el momento de escribir estas líneas, nadie ha hecho el intento de preguntarle a ella, a su hijo, a alguien.
Lo peor es lidiar con las malas lenguas, con las figuras machistas que todavía conviven en estas tierras y le susurran: “Mija tú no crees que haya posibilidad de que lo puedas sacar, quizás fue una exageración”, “Concho tú sabes que él es una buena persona, no merece estar allí”. Parece ser que Silvia sí lo merece, frente a todo pronóstico lo normal es maltratar y lo raro es amar.
Silvia está de visita en casa de una vieja amiga, no la deja irse porque le hizo un dulce, solo para ella. Mira el reloj, es tarde, la esperan en casa. Pero no, no es tarde, es la costumbre; ya nadie le dice qué hacer. Ahora sí puede vivir.
Estoy viva / Me siento viva.
Un abrazo, un abrazo de despedida con su amiga. Si un abrazo duele, que sea por soltar.
*Nota: Las víctimas y familiares que ofrecieron sus testimonios fueron mantenidos bajo el anonimato para proteger su seguridad.*
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PERIODISTA
Milo García