Extrañar

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La sensación de volver es tan extasiante como el olor a leña quemada que acompañó su infancia en algún rincón del Oriente, aderezado con agua de río, de mar, de coco. Pero la fecha de regreso resulta cada vez más incierta debido a las limitaciones de movimiento por la pandemia.
 
A ella le late en la piel una Isla mientras pasea por las calles de aquella ciudad gigantesca, desconocida, lejana. Escucha unas canciones viejas que le llenan de nostalgia el presente, porque conserva una playlist de cuando pasaba los días en los pasillos de la universidad, de cuando se escurrían las horas con los amigos y la familia en los parques o en el último Café abierto.

Extrañar ha sido siempre una espina en el pecho para los que parten, para los que deciden echar raíces en un pedazo de tierra ajeno a su cuna. Extrañar es como un aire seco y frío que arrastra hasta la memoria historias, olores y recuerdos.

Mas el vacío se vuelve inmenso, y las distancias hieren sobremanera en estos tiempos convulsos en los que una enfermedad se ha desplegado por el mundo e impide el desplazamiento y la cercanía.

Para aliviar las tensiones y el peso de la espera unos se refugian en el ajetreo del trabajo, otros en las labores domésticas, en hacer deporte, leer, ver películas, series, novelas. También están los que imponen metas a su optimismo y se sientan a ver pasar la vida a su manera, como menos les duela.

Ella se sienta a escribir y deja las penas en una plantilla de Notas del teléfono. Comienza a sentir el flujo de sangre que se acelera por todo su cuerpo y el corazón late tan fuerte como si fuera a salírsele del pecho en cualquier instante, para dejarle un hueco al descubierto.

Mientras escribe bloquea los ruidos a su alrededor. Mira la pantalla, mira los dedos que saltan en el teclado del móvil y comienzan a aparecer sintagmas, oraciones, parrafadas, hasta el momento de colocar el punto final.

Esa es la rutina en los periodos de descanso en cada jornada. Aprovecha para escribir los detalles y luego enviárselos a la madre, y la madre le contará al padre y a cuanto ser humano conocido se encuentre para presumir las vivencias de su hija en coordenadas inexploradas.

A veces tararea un tema que le encanta. Se levanta con las “pilas” puestas y sube el volumen, entonces siente como si el sonido le acariciara el recuerdo, como si cada letra le susurrara despacio y grita, “y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis venas va, ligero de equipaje sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje”.

Los mensajes o correos electrónicos se convierten en un bálsamo para quienes deciden marcharse o lo hacen por deber. Pero la oportunidad de regresar a su pueblo deviene en estímulo imprescindible, por eso despierta cada mañana con un bostezo de esperanza.

Cientos de familias atraviesan actualmente separaciones prolongadas, kilómetros que se acrecientan con el querer y no poder. Estar lejos y extrañar es un ardor perenne en el alma, un malestar incómodo que aprieta fuerte los domingos y en las fechas especiales, punto de coincidencia para la mayoría.

Las video llamadas en grupo cumplen una función analgésica. Alguien propone hacer un brindis. Una amiga en La Habana, otra en Holguín y la tercera lejos, muy lejos, a océanos de distancia. Se acotejan los horarios y se alzan tres copas detrás de una webcam. Salud. Pronto nos volveremos a abrazar.
Darianna Mendoza Lobaina
Author: Darianna Mendoza Lobaina
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Soy amante de las artes, el café y la poesía. No me gusta la cocina, pero creo que cada palabra tiene su propio sabor, y los textos hay que sazonarlos bien.

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