Paternidad hereditaria

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Dia de los padres opinion

Estos han sido, aún lo son, días difíciles, y aunque las celebraciones se nos volvieron distintas existen fechas que se imponen en el calendario, como el día de los padres, y no se deben desestimar, a pesar de las limitaciones, del aislamiento, del abrazo a distancia, de las sonrisas escondidas detrás de una mascarilla.

El coronavirus llegó para revolvernos la vida, para cambiarnos la rutina, aflorarnos los miedos, alejarnos de las prácticas habituales. Llegó para enseñarnos a abrazar con la mirada, a querernos de lejos, a cuidarnos y demostrarnos afecto con unas gotas de hipoclorito y unos baños podálicos a la entrada del hogar.

A mí, por ejemplo, me costó varias jornadas prescindir del apretón que me daba papi cada tarde al volver del trabajo.

Una tendencia en jornadas como esta es escuchar o leer acerca del orgullo de madres que asumen un doble rol y salen adelante con sus hijos después de un abandono o la falta de reconocimiento paterno, para ellas una reverencia marcada al estilo de los más solemnes monarcas.

Pero yo sé de quienes, en su rol paternal, conocieron de desvelos y madrugadas de llanto incontrolable. De los que asumieron un doctorado en peinados femeninos, cuyo reconocimiento fue más por la constancia que por la calidad del resultado.

Sé de arrullos, cuentos antes de dormir, paseos de domingo y regaños justificados por parte de papá. Porque a mamá le tocó cumplir otras misiones.

Sé también de la valentía que demanda llegar a una reunión de padres en la escuela y sentarse en un aula llena de madres, y aun de esa manera ser una de las figuras principales, organizar las fiestas de fin de curso y planear excursiones.

Yo conozco padres así y en casa conservo un ejemplar. Uno que suprimió el abrazo de las tardes al llegar del trabajo, pero duplicó el de las mañanas y el de buenas noches.

Que llama a mitad del día para saber dónde estoy, cómo me siento y si necesito algo. Uno que, como los príncipes de los cuentos, llega siempre y me rescata de situaciones incómodas.

Que me acompañó a cada inicio de curso, a los actos finales, a la adaptación en las escuelas nuevas y me seguía el ritmo para tomarme fotos con los artistas en los carnavales del pueblo aquel donde nací.

De algún modo la ejemplaridad de su desempeño es “hereditaria”, pues sé de un abuelo al que le cambió la vida el día de mi nacimiento y me convirtió en su centro de atención.

Juntos me mostraron el camino y la manera más acertada de avanzar. Me enseñaron a amar las cosas simples y bellas, a dominar la nobleza y estar presente donde más útil resulte. A admirar el campo, el mar, la brisa fresca y a agradecer por todo, a sonreír por todo, incluso cuando los años golpean.

Me enseñaron, además, la mecánica de un carro, el nombre de cada destornillador y pinza, y la naturalidad con que se pone un overol de trabajo o unos tacones bien altos sin perder la ternura, por que ese es el precio de ser hija única.
 
Entonces, reverencia también para todos los que como ellos cuidan a sus princesas de los “dragones” y “lobos feroces”, pero conscientes de que la vida no es un cuento de hadas con obligados finales felices.

Y a los que ya no están, a los que fueron arrastrados por los años o el azar a un nivel diferente de existencia, llegue siempre el cariño, el recuerdo y los besos incontables.
 
Darianna Mendoza Lobaina
Author: Darianna Mendoza Lobaina
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Soy amante de las artes, el café y la poesía. No me gusta la cocina, pero creo que cada palabra tiene su propio sabor, y los textos hay que sazonarlos bien.

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