Días para la Tierra

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A la señora la juzgan mucho, hace tiempo parece mostrar un temperamento colérico, suele irritarse, dañar, entristecer. No cree en los hombres, la han lastimado demasiado. Les ha permitido que hagan ciencia, se superen, vivan bien; pero no ha sido recompensada. Les ha servido, mas solo ha recibido heridas, desatenciones, ingratitud, explotación. Los hombres no se han preocupado por analizar lo que necesita, lo mejor para ella.

La madre ha alimentado, dado agua, recursos para mejorar la existencia, minerales, ha dado todo a sus hijos. Ella y sus ecosistemas posibilitan la vida y el sustento. No se entiende que una madre cuide muchos hijos y luego ellos no sean capaces de cuidarla.

La casa ha dado abrigo, refugio, espacio… pero algunos moradores son muy ingratos.

Para 1960 no era raro que al caminar por algunas ciudades de Estados Unidos en pleno mediodía no se viera nada debido a la contaminación. Así que, por esta y otras razones, el 22 de abril de 1970, en coincidencia con el aniversario del natalicio de John Muir, notable conservacionista y al celebrarse el centenario de Lenin, se declara como Día Mundial de la Tierra.
 
Este último hecho llevó a que se catalogara como un “engaño comunista”; sobre todo por la idea de que el fundador de la Unión Soviética tenía como objetivo destruir la propiedad privada, meta que también comparten los ambientalistas.

Con este día se asumiría la responsabilidad colectiva, como recuerda la Declaración de Río de 1992, de fomentar la armonía con la naturaleza. A los cubanos nos sigue rebotando en el recuerdo las meridianas palabras de nuestro líder Fidel Castro, la idea de que el hombre es una especie en peligro de extinción.

Con la Revolución Industrial empezamos esta carrera de progreso tecnológico y regresión en calidad ambiental. A medida que nos desarrollamos las cadenas de abastecimiento se fueron haciendo menos transparentes, por lo que las consecuencias de nuestras actividades sobre el planeta cada vez son más difíciles de entender.

Incendios en Australia, terremotos, el Amazonas en llamas, el calentamiento de los Océanos, ebullición de volcanes, aumento del nivel del mar, destrucción de los corales, sismos, huracanes, lluvias ácidas, ébola, COVID: el mundo está patas arriba.

El daño causado es irreversible, pero una pausa es la clave de la conservación, o sea, lo que muchos llaman la transición de la revolución industrial a la revolución verde. Eso equivale a comparar lámparas de bajo consumo, apagar luces innecesarias, cerrar la pluma, no derramar desechos a los ríos, elementos no solo parte de campañas, sino el empujón al que la conciencia ecológica nos impulsa.

Este 2020 se cumplen 50 años de haberse instaurado la celebración, y casualmente un miércoles como en su fecha fundacional. Un aniversario como este auguraba muchas iniciativas a nivel global, pero la pandemia de la COVID-19 nos orilla a quedarnos en casa, razón para recapacitar más. Parte de esta crisis de salud se asocia al deterioro ocasionado a los recursos naturales; dicha situación nos debe conducir a la introspección personal para entender que sin agua y un medio ambiente sano no hay vida.

A la Tierra, como a los enfermos de Coronavirus, le cuesta respirar. Las acciones de los seres humanos le han enfermado los pulmones. Demasiado humo, demasiado desperdicio, supremacía…

La señora, la casa, la madre Tierra está lastimada, nos enfrenta. Motivos tiene. ¿Apocalipsis o Futuro? La verdad está en la opción por la que más se luche. ¿Es el desarrollo el secreto de la felicidad? ¿Pueden las vacunas adelantarse a los virus, los alimentos a la sequía…? Bien cabe reflexionar sobre el tema, tiempo sobra para muchos durante este confinamiento social.
 
 

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