Navegar juntos por primera vez
- Por Claudia Arias Espinosa
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La invitación está hecha. Puede sumarse a este viaje. No será fácil o divertido. El jefe dijo alguna vez que si partíamos, llegábamos, pero escabullir una embarcación, por pequeño que sea, entre el mar traicionero y la guardia costera, no es asunto sencillo.
Por supuesto, usted no sabrá qué día partiremos, ni cómo se llama la embarcación, ni otros detalles comprometedores. Toda precaución es poca. ¿No recuerda la expedición que organizó Martí? ¿El fracasado Plan de la Fernandina?
Debe estar listo. Solo eso puedo decirle. Debe estar listo para lo imprevisible.
25 de noviembre
Es hoy. Y ahora. Esta madrugada el clima no es alentador. Llueve. Si le sirve de consuelo, piense que podría ser peor. Piense, por ejemplo, que podría ser un huracán. Así que cúbrase y apure el paso.
Ahí está la embarcación. Es un yate pequeño. En esta oscuridad, no le vemos el nombre. Eso no importa. Aborde y acomódese como pueda. Es hora de partir.
Sí, vamos con las luces apagadas, por el río. El Tuxpan. Y cuando estemos cerca del mar, debemos burlar la vigilancia del faro y del puesto naval de la marina mexicana… Cruce los dedos.
¡Mar abierto!
Y mal tiempo. Tiempo espantoso. Olas enormes levantan el yate, que a veces se queda en el aire, para caer nuevamente con fuerza. Se lo dije, el mar es traicionero. ¿Nunca había navegado por alta mar? La mayoría.
… el barco presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito…1
Pasará. Le prometo que pasará. La tormenta no puede vencernos. Aunque insignificantes en medio de esta furia de la naturaleza, somos más fuertes.
Santiago arde sin nosotros
¡Por la radio del yate están pasando la noticia! Suben el volumen. El locutor informa el ataque a la estación de policía… tiroteos en las calles de Santiago... Nadie habla. Todos pensamos lo mismo: ellos allá, efectuando el alzamiento para apoyarnos, según el plan acordado, y nosotros aquí, a muchas millas de la isla.
Fidel nos reúne en el centro del yate. Designa los tres capitanes: José Smith Comas, Juan Almeida Bosque y Raúl Castro. Lee los nombres que conformarán las escuadras y pelotones. Nosotros vamos en el de Almeida. Nos entregan las armas y los uniformes. Algunos echan sus antiguas ropas al mar. Los tiburones las atrapan con avidez. Otras, se hunden lentamente.
El océano es un anfitrión temperamental
¿Se ha fijado en nuestros compañeros? Es fácil contarlos, porque la mayoría, una vez que ocupa un sitio, no lo abandona durante horas. Somos 82.
Hay un argentino, que respira con dificultad. Es difícil respirar aquí, donde no se puede caminar sin aplastar la cabeza de alguien.Aunque el argentino, en realidad, es asma lo que padece. Y no es el único extranjero. Viene también un italiano. Giro Donné, se llama.
Juan Almeida logró ver el nombre del yate: “Granma”. Como la abreviatura mal escrita de la palabra “grandmother”, que significa abuela. Y, mire usted, este yate, como las abuelas, está lleno de achaques.
El primer día empezó a hacer agua. Obviamente, rebasamos su capacidad y, además, llevamos armas, balas, antitanques… Dicen que el nivel del mar quedó por encima de la línea de flotación, donde la madera estaba reseca, y el agua entró por las uniones de las tablas. La propia humedad las selló. Ahora falló el cloche de un motor…
¿Tiene hambre? Con la premura de la partida, solo trajeron sacos de naranja, frascos con bacilos de vitaminas, unos pocos huevos hervidos, dos latas de galletas, un pan de molde, una caja de latas de leche condensada y una pierna de jamón. No alcanza para 82 hombres. Por suerte, con el mareo, el calor y el olor a petróleo, la mayoría no puede ni oler la comida.
Si le sirve de consuelo, piense que esta es la dieta para eliminar la perjudicial grasa abdominal, que de otra manera no hubiera hecho. Como Juan, (Almeida), que ya le recoge al cinto dos huecos más.
Subamos a cubierta, ahora que es de noche. Me gustaría hacerlo de día, cuando hay sol, brisa y azul por todas partes, pero está prohibido, porque pueden vernos los aviones y otras embarcaciones. Toda precaución es poca. Y prepárese. Pronto no se verán las estrellas. Viene tormenta otra vez.
¡Hombre al agua!
Las olas parecen los sonidos de una gran bestia que nos quiere tragar. El capitán ordena que alguien salga a avizorar el faro de Cabo Cruz. Una misión casi imposibleenaquel temporal. Roque se brinda voluntario.
Sube al techo. Granma se zarandea con fuerza y Roque desaparece en el agua negra. Alguien da la voz de aviso y todos salimos a tratar de encontrarlo. Los reflectores: otro achaque, y hay que buscar con linternas. Desesperamos, porque los minutos pasan, mortales. ¿Escuchó lo que dijo Fidel? ¡De aquí no nos vamos, hay que encontrarlo!
Alguien escucha su voz. Logran localizarlo. Lo sacan del agua, medio ahogado. Le aplican respiración boca a boca. Al fin, Roque, que ya no sería la primera pérdida de esta nueva etapa, dice bajito… viva…Cuba…libre…
¡Tierra a la vista!
Tras ocho largos días en el mar, es domingo, de madrugada y dicen que ya estamos cerca de la costa. La emoción, el temor, la alegría, no pueden describirse. Cada uno de nosotros siente el final de este viaje de una manera diferente. Nadie extrañará la sensación de los cuerpos sobre el mar.
Bajan el bote salvavidas para transportar mochilas y cajas de metal con balas, pero deben sacarlas otra vez porque el bote se hunde. Uno a uno nos tiramos al agua, fría y sucia. Los más corpulentos se encajan en el fango. Vamos en fila india. Fusiles en alto. El agua a la cintura, al pecho, al cuello y de nuevo a la cintura. Rápido. Estamos en Cuba.
El laberinto de mangle
Camine de rama en rama. Apoye bien el pie y sujétese. Si se cae, será peor. Los brazos duelen, lo sé. Si le sirve de consuelo, piense que, para los nietos, esta será la ocasión en que tuvo que andar como Tarzán. Tiene que seguir por ese hueco. No hay otro camino. Meta la cabeza, luego el brazo, el torso y empuje para pasar la mochila. No, no puede dejar el fusil. ¡Sin fusil no podemos ganar la guerra!
Es desesperante. Parece que nunca termina. Aquí reinan el calor, los mosquitos, las guasasas y el fango. No piense en el hambre, ni en la sed. Apure el paso y no se deje ver. Una avioneta nos dispara. Batista sabe que estamos aquí.
Tristeza en Alegría de Pío
Ahora me pasa por la mente todo lo ocurrido a partir de los aviones, del disparo que escuchamos y desató aquella impresionante balacera de fusiles y ametralladoras, concentrando su fuego hacia donde estábamos todos nosotros. Después, la retirada desordenada, los heridos, los cañaverales ardiendo para hacernos salir despavoridos o morir ahogados por el humo o quemados por las llamas...
¿Qué habrá sido del pelotón y todos los demás? ¿Cuántos estarán perdidos, heridos o muertos? 2
Perdidos
Subiendo y bajando farallones. Descansando sobre el diente de perro. Escondidos en cuevas. Sin comer, ni beber agua. Intentando cazar jutías. Atrapando cangrejos y chupándoles las patas.
Los uniformes son ya girones sucios sin color. Nuestros cuerpos, al punto del colapso, una prueba de lo terrible que puede ser el monte y lo lejos que puede llevarnos nuestra voluntad.
¿Nunca se había perdido en el monte? La mayoría. Pero pasará. Le prometo que pasará.A pesar de todo, nos mantendremos en movimiento.
Llegarán Gerardo, Ofelia, Rubén, Ibrahim, Alfredo, Argelio, Guillermo, Ramón, Perucho, Eustiquio… los campesinos buenos. Nos darán de comer y protegerán de los guardias, que andan como perros de caza. Cruzaremos la carretera. Llegaremos a Cinco Palmas. Abrazaremos a los demás, a Fidel. Comenzaremos la guerra y ganaremos. Por Cuba, ahora es cuando.
Referencias:
1-Ernesto Guevara de la Serna. “Una revolución que comienza”. Periódico Revolución, 9 de julio de 1959.
2-Juan Almeida Bosque.“Desembarco”. Editorial de Ciencias Sociales, 1988.