El origen del conflicto
- Por Claudia Arias Espinosa
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En abril: Estados Unidos sancionó a embarcaciones y compañías que participan en el transporte de combustible entre Venezuela y Cuba, entre ellas 34 embarcaciones de la petrolera venezolana PDVSA; las compañías Ballito Bay Shipping Inc., Jennifer Navigation, Large Range, Serenity Maritime (Liberia), ProPer In Management Inc. (Grecia), PB Tankers S.p.A (Italia), Monsoon Navigation (Islas Marshall)…
Junio: prohíbe los viajes grupales educativos a Cuba; cancela las autorizaciones para barcos de recreo y pasajeros, los cruceros, los yates y los aviones privados.
Julio: el Departamento del Tesoro adoptó medidas contra la empresa cubana Cubametales, encargada de la importación de combustibles, aditivos y aceites, así como de la contratación de buques para trasladar el combustible desde cualquier mercado del que se importe.
Septiembre: el Departamento del Tesoromodificó el Reglamento de Control de Activos de Cuba (OFAC), para evitar que Cuba tenga acceso a divisas, restringiendo el envío de remesas y las transacciones bancarias.
Estas son las sanciones más recientes que el gobierno de Estados Unidos, encabezado actualmente por el presidente Donald Trump, aplica a Cuba para, como declaró Miguel Díaz-Canel, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto central por el Día de la Rebeldía Nacional:
“… afectar, aún más, la calidad de vida de la población, su progreso y hasta sus esperanzas, con el objetivo de herir a la familia cubana en su cotidianidad, en sus necesidades básicas, y paralelamente acusar al Gobierno cubano de ineficacia. Buscan el estallido social”.
Por supuesto, son solo la punta de un iceberg que comenzó a formarse en la lógica geoestratégica del ya lejano siglo XIX, cuando la consolidación territorial de Estados Unidos motivó, por un lado, la percepción de su vulnerabilidad marítima y, por otro, la importancia estratégica y comercial de Cuba.
Ya en 1823, Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores más influyentes, confesó: “Siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que esta Isla, junto a la Florida, nos daría sobre el Golfo de México y los países e istmos a su alrededor, así como de las aguas que fluyen hacia ellos, satisfacería nuestro bienestar político”.1
Desde entonces, a los estadounidenses les resultó imposible concebir su bienestar futuro sin la presunción de poseer la Isla.
Según Louis A. Pérez Jr., Doctor en Ciencias, especializado en Historia de Cuba, de la Universidad Carolina del Norte2, los intereses de la nación norteña con respecto a Cuba se presentaban como deberes morales, y el ejercicio del poder, como un acto de beneficencia.
Así, también en 1823, el Secretario de Estado, John Quincy Adams,formuló la conocida Ley de Gravitación Política: “Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”.3
El propio presidente, James Monroe, alertó a las potencias europeas que todo intento de extender su sistema a cualquier nación del hemisferio occidental, se consideraría peligroso para la paz y seguridad de los Estados Unidos, asentando así la piedra angular de la Doctrina que hasta hoy lleva su apellido.
El propósito de poseer a Cuba adquirió un matiz místico en 1845, cuando L.O´Sullivanpublica en la Democratic Review la esencia del Destino Manifiesto: “extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire…”4
En pos de concretarlo, se producen múltiples intentos de comprar la isla a España en 1848, así como entre 1857 y 1861; fracasados debido a la imposibilidad de la metrópoli de privarse de los ingresos que obtenía de su colonia, tras la independencia de América Latina.
En 1898, Estados Unidos encontró finalmente la vía más efectiva: la intervención en la guerra hispano-cubana. Para justificarla, el presidente de turno, Woodrow Wilson, catalogó la acción como “un impulso de indignación humana y de piedad, porque vimos a nuestras puertas mismas, un gobierno sin conciencia de justicia o de merced, desdeñoso, en todos sus actos, de los principios que nosotros profesamos y para los que vivimos”.5
Vale señalar, además, que esta supuesta posición de responsabilidad moral y justificado deber se legitimó en la opinión pública norteamericana, gracias a la labor de la prensa amarilla, dirigida por William Randolph Hearst.
Al repasar estos hechos, no queda lugar a dudas en relación con dos cuestiones: el carácter histórico del propósito de Estados Unidos de asimilarnos a su sistema de dominación, y la cultura de resistencia y soberanía que ha desarrollado nuestro pueblo.
Bibliografía:
(1) (3) (4) Fernández Tabío, L. R. (28 de septiembre de 2015). Carácter histórico y estructural del conflicto. Universidad de La Habana, La Habana, Cuba.
(2) (5) Pérez Jr., L. (2014). Cuba en el imaginario de los Estados Unidos. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Mayo: el presidente Donald Trump activó el Título III de la Ley Helms-Burton, autorizando a que se presenten demandas judiciales en tribunales de Estados Unidos únicamente contra empresas cubanas, incluidas en la Lista de Entidades Cubanas Restringidas, elaborada por ese Gobierno.
Junio: prohíbe los viajes grupales educativos a Cuba; cancela las autorizaciones para barcos de recreo y pasajeros, los cruceros, los yates y los aviones privados.
Julio: el Departamento del Tesoro adoptó medidas contra la empresa cubana Cubametales, encargada de la importación de combustibles, aditivos y aceites, así como de la contratación de buques para trasladar el combustible desde cualquier mercado del que se importe.
Septiembre: el Departamento del Tesoromodificó el Reglamento de Control de Activos de Cuba (OFAC), para evitar que Cuba tenga acceso a divisas, restringiendo el envío de remesas y las transacciones bancarias.
Estas son las sanciones más recientes que el gobierno de Estados Unidos, encabezado actualmente por el presidente Donald Trump, aplica a Cuba para, como declaró Miguel Díaz-Canel, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto central por el Día de la Rebeldía Nacional:
“… afectar, aún más, la calidad de vida de la población, su progreso y hasta sus esperanzas, con el objetivo de herir a la familia cubana en su cotidianidad, en sus necesidades básicas, y paralelamente acusar al Gobierno cubano de ineficacia. Buscan el estallido social”.
Por supuesto, son solo la punta de un iceberg que comenzó a formarse en la lógica geoestratégica del ya lejano siglo XIX, cuando la consolidación territorial de Estados Unidos motivó, por un lado, la percepción de su vulnerabilidad marítima y, por otro, la importancia estratégica y comercial de Cuba.
Ya en 1823, Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores más influyentes, confesó: “Siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que esta Isla, junto a la Florida, nos daría sobre el Golfo de México y los países e istmos a su alrededor, así como de las aguas que fluyen hacia ellos, satisfacería nuestro bienestar político”.1
Desde entonces, a los estadounidenses les resultó imposible concebir su bienestar futuro sin la presunción de poseer la Isla.
Según Louis A. Pérez Jr., Doctor en Ciencias, especializado en Historia de Cuba, de la Universidad Carolina del Norte2, los intereses de la nación norteña con respecto a Cuba se presentaban como deberes morales, y el ejercicio del poder, como un acto de beneficencia.
Así, también en 1823, el Secretario de Estado, John Quincy Adams,formuló la conocida Ley de Gravitación Política: “Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”.3
El propio presidente, James Monroe, alertó a las potencias europeas que todo intento de extender su sistema a cualquier nación del hemisferio occidental, se consideraría peligroso para la paz y seguridad de los Estados Unidos, asentando así la piedra angular de la Doctrina que hasta hoy lleva su apellido.
El propósito de poseer a Cuba adquirió un matiz místico en 1845, cuando L.O´Sullivanpublica en la Democratic Review la esencia del Destino Manifiesto: “extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire…”4
En pos de concretarlo, se producen múltiples intentos de comprar la isla a España en 1848, así como entre 1857 y 1861; fracasados debido a la imposibilidad de la metrópoli de privarse de los ingresos que obtenía de su colonia, tras la independencia de América Latina.
En 1898, Estados Unidos encontró finalmente la vía más efectiva: la intervención en la guerra hispano-cubana. Para justificarla, el presidente de turno, Woodrow Wilson, catalogó la acción como “un impulso de indignación humana y de piedad, porque vimos a nuestras puertas mismas, un gobierno sin conciencia de justicia o de merced, desdeñoso, en todos sus actos, de los principios que nosotros profesamos y para los que vivimos”.5
Vale señalar, además, que esta supuesta posición de responsabilidad moral y justificado deber se legitimó en la opinión pública norteamericana, gracias a la labor de la prensa amarilla, dirigida por William Randolph Hearst.
Al repasar estos hechos, no queda lugar a dudas en relación con dos cuestiones: el carácter histórico del propósito de Estados Unidos de asimilarnos a su sistema de dominación, y la cultura de resistencia y soberanía que ha desarrollado nuestro pueblo.
Bibliografía:
(1) (3) (4) Fernández Tabío, L. R. (28 de septiembre de 2015). Carácter histórico y estructural del conflicto. Universidad de La Habana, La Habana, Cuba.
(2) (5) Pérez Jr., L. (2014). Cuba en el imaginario de los Estados Unidos. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.