Colas, colados y coleros…
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Cálculos hechos a priori me llevaron a pedir el último en una cola frente a la puerta de salida de la tienda El Encanto, donde dos empleadas mostrador de por medio vendían dos frascos de colonia Bonabel Agua de violetas, por cliente, este martes en la mañana.
Miro bien que voy detrás de una señora de pulóver rosado y mochila al hombro, quien a su vez tenía delante a otra mujer rubia con una amplia cartera de cuero y esta última a una pareja a simple vista, parecía un matrimonio. Es decir, “fotografié” a quienes tenía más cerca y también a los de atrás. Un hombre flaco y de piel oscura marcó después de mí. Unos minutos más tarde lo divisé casi a mediado de la cola, pero no quise imaginar nada extraño, la esperanza de estrenar el salario me embargaba.
Optimista, como siempre, en esto de hacer colas volví a tropezar con la misma piedra. No preví a los colados, a los que marcan dos y tres veces para ellos y los que puedan llegar a último momento; a los amigos de los amigos, a las mujeres embarazadas o con niños, por cierto sola una con uno pequeñito de brazos y, además, a los impedidos con y sin carné, todos enterados de la novedad hacían acto de presencia y formaban su larga fila, porque ya es muy normal que en estos menesteres exista o se arme una cola preferencial para cualquier cosa hasta para lo más inverosímil.
Y por supuesto también irrumpieron las “arregla cola”. Ellas fuertes y grandes se ofrecieron a “cuidar el orden”, pero como en río revuelto ganancias para el pescador salieron de primeras y se formó lo que ya es habitual en cualquier lugar donde se expenda un producto alimenticio, de uso personal o del hogar del cual se pueda obtener ganancias y no exista quien de verdad haga primar el orden.
No niego que la colonia guste a muchos para echarle a los niños después de su baño, para antes de salir de paseo o ir a la escuela y claro, también a las personas mayores. A mi me encanta el olor del agua de violetas, aunque pienso que comprar este artículo es un gusto, no resulta una necesidad para nadie.
Por eso me cuesta entender-muchos también así lo creen- que esa noble decisión de darle preferencia a personas impedidas y a mujeres embarazadas o con niños en brazos en los establecimientos para recibir determinado servicio o comprar productos alimenticios y otros muy necesarios se haya distorsionado por completo.
Tal medida aprobada en su momento y recibida con beneplácito por la gran mayoría por su sentido humanitario y por las características solidarias del cubano no tiene en estos momentos la misma connotación, por el abuso que algunos hacen de esa prerrogativa. Porque siempre se estipuló que era para adquirir o recibir productos o servicios de primera necesidad y subrayo las dos últimas palabras.
Si no piense en aquellos rozagantes de salud o que conoces como revendedores natos que llegan a un establecimiento con su cara dura y dicen: soy impedido; en la señora que sabes no tiene nietos y mucho menos niños pequeños o en las embarazadas que dejan a la sombra al forzudo esposo empinado de una latica de cerveza cristal, mientras hacen valer aquella facilidad de comprar antes por el muchacho que llevan de la mano o por la barriga, respectivamente.
También haga un momento de abstracción y recuerde a determinadas familias que utilizan a algunos de sus parientes con determinado impedimento físico con carné de asociado a algunas de las organizaciones (Aclifim, Anci, Ansoc) a las que están acogidos para soslayar colas y agilizar su día de compra, exponiendo muchas veces a ese enfermo a tumultos y espacios nada acogedores.
Aclaro, que con resolución que ampare la preferencia de atención a esas personas o sin ellas, nunca voy a estar en contra de quien en verdad tenga un problema de salud u otro realmente probado sea servido o compre un alimento u otros artículos de primera necesidad con la prioridad necesaria en una bodega, tienda recaudadora o mercado, donde sea, pero siempre respetando a quienes disciplinadamente hacen su cola y quizás estén más enfermos, tengan cuadros familiares críticos o afronten otras situaciones que algunos de los priorizados.
En cualquiera de nuestros establecimientos no hace falta nadie adivino o con una bola de cristal para conocer quiénes son los clientes o consumidores habituales de esos lugares y sus objetivos, por eso en esto de poner orden y enfrentar lo mal hecho tienen una cuota alta de responsabilidad desde el portero de una tienda, el dependiente como el administrador; así como inspectores y otros funcionarios de otros organismos competentes llamados a contribuir al respeto y la disciplina y a terminar de acabar con aquellos que quieren vivir a costilla del sudor del trabajador.
Y lo digo con sobradas razones, pues después de salir incómoda de la tienda El Encanto sin oler el agua de violetas en el mismo bulevar pomos de colonia se vendían a 5,00 cuc, es decir, el doble de su valor y ya sentada en mi casa el pregón de ¡Bobanel a cinco! me hizo sentar a escribir estas líneas.
Rápido pensé: tengo delante 20 personas y hay a la vista unas ocho cajas de esa fragancia, claro que alcanzo y me puedo dar ese “gustico”, porque acabo de cobrar mi salario aumentado. Si cada pomo cuesta 2,50 cuc son 5,00 cuc, perfecto. Uno para mí y otro para mis nietos.
Miro bien que voy detrás de una señora de pulóver rosado y mochila al hombro, quien a su vez tenía delante a otra mujer rubia con una amplia cartera de cuero y esta última a una pareja a simple vista, parecía un matrimonio. Es decir, “fotografié” a quienes tenía más cerca y también a los de atrás. Un hombre flaco y de piel oscura marcó después de mí. Unos minutos más tarde lo divisé casi a mediado de la cola, pero no quise imaginar nada extraño, la esperanza de estrenar el salario me embargaba.
Optimista, como siempre, en esto de hacer colas volví a tropezar con la misma piedra. No preví a los colados, a los que marcan dos y tres veces para ellos y los que puedan llegar a último momento; a los amigos de los amigos, a las mujeres embarazadas o con niños, por cierto sola una con uno pequeñito de brazos y, además, a los impedidos con y sin carné, todos enterados de la novedad hacían acto de presencia y formaban su larga fila, porque ya es muy normal que en estos menesteres exista o se arme una cola preferencial para cualquier cosa hasta para lo más inverosímil.
Y por supuesto también irrumpieron las “arregla cola”. Ellas fuertes y grandes se ofrecieron a “cuidar el orden”, pero como en río revuelto ganancias para el pescador salieron de primeras y se formó lo que ya es habitual en cualquier lugar donde se expenda un producto alimenticio, de uso personal o del hogar del cual se pueda obtener ganancias y no exista quien de verdad haga primar el orden.
No niego que la colonia guste a muchos para echarle a los niños después de su baño, para antes de salir de paseo o ir a la escuela y claro, también a las personas mayores. A mi me encanta el olor del agua de violetas, aunque pienso que comprar este artículo es un gusto, no resulta una necesidad para nadie.
Por eso me cuesta entender-muchos también así lo creen- que esa noble decisión de darle preferencia a personas impedidas y a mujeres embarazadas o con niños en brazos en los establecimientos para recibir determinado servicio o comprar productos alimenticios y otros muy necesarios se haya distorsionado por completo.
Tal medida aprobada en su momento y recibida con beneplácito por la gran mayoría por su sentido humanitario y por las características solidarias del cubano no tiene en estos momentos la misma connotación, por el abuso que algunos hacen de esa prerrogativa. Porque siempre se estipuló que era para adquirir o recibir productos o servicios de primera necesidad y subrayo las dos últimas palabras.
Si no piense en aquellos rozagantes de salud o que conoces como revendedores natos que llegan a un establecimiento con su cara dura y dicen: soy impedido; en la señora que sabes no tiene nietos y mucho menos niños pequeños o en las embarazadas que dejan a la sombra al forzudo esposo empinado de una latica de cerveza cristal, mientras hacen valer aquella facilidad de comprar antes por el muchacho que llevan de la mano o por la barriga, respectivamente.
También haga un momento de abstracción y recuerde a determinadas familias que utilizan a algunos de sus parientes con determinado impedimento físico con carné de asociado a algunas de las organizaciones (Aclifim, Anci, Ansoc) a las que están acogidos para soslayar colas y agilizar su día de compra, exponiendo muchas veces a ese enfermo a tumultos y espacios nada acogedores.
Aclaro, que con resolución que ampare la preferencia de atención a esas personas o sin ellas, nunca voy a estar en contra de quien en verdad tenga un problema de salud u otro realmente probado sea servido o compre un alimento u otros artículos de primera necesidad con la prioridad necesaria en una bodega, tienda recaudadora o mercado, donde sea, pero siempre respetando a quienes disciplinadamente hacen su cola y quizás estén más enfermos, tengan cuadros familiares críticos o afronten otras situaciones que algunos de los priorizados.
En cualquiera de nuestros establecimientos no hace falta nadie adivino o con una bola de cristal para conocer quiénes son los clientes o consumidores habituales de esos lugares y sus objetivos, por eso en esto de poner orden y enfrentar lo mal hecho tienen una cuota alta de responsabilidad desde el portero de una tienda, el dependiente como el administrador; así como inspectores y otros funcionarios de otros organismos competentes llamados a contribuir al respeto y la disciplina y a terminar de acabar con aquellos que quieren vivir a costilla del sudor del trabajador.
Y lo digo con sobradas razones, pues después de salir incómoda de la tienda El Encanto sin oler el agua de violetas en el mismo bulevar pomos de colonia se vendían a 5,00 cuc, es decir, el doble de su valor y ya sentada en mi casa el pregón de ¡Bobanel a cinco! me hizo sentar a escribir estas líneas.
Comentarios
Por supuesto, las colonias ahora mismo están en los puestos de los revendedores frente al Hospital Lenin o en la plaza detrás de la tienda La central