Vestir de verde olivo
- Por Lázaro Abel García Gómez (Estudiante de periodismo)
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En ocasiones suelo ponerme pensativo al recordar momentos trascendentales, definitorios en mi vida. Casi siempre me llega uno de los más importantes: la entrada al Servicio Militar Activo (SMA).
Todo comenzó con una citación del Comité Militar de Gibara en la que se leía la fecha 15 de junio del 2016. Ella marcaba el fin de muchas horas que aguardaba en parte por ese momento, pero que a la vez no deseaba llegara, porque a partir de ese ahí me separaría de los míos, para experimentar en un nuevo mundo y a la vez quería llegara, porque despertaba en mi la curiosidad, aun cuando siempre dije a mis padres que cumpliría con ese sagrado deber como ciudadano y joven cubano.
Ciertamente, no sé si asociar ¨el verde¨- como muchos le llaman- con un libro de varias páginas lleno de anécdotas y enseñanzas. Primero debí pasar la previa con tan solo diecisiete años. Recuerdo como si fuera hoy la primera semana, cuándo mis padres con muchos deseos de verme llegaron hasta allí el domingo para visitarme.

Encontraron un Lazarito más flaco de lo habitual, pelado bien bajito, acompañado de su ropa de faena. Ellos aguantaban las lágrimas. Mi mamá me miraba dándome ánimos y a la misma vez preguntándose: ¿de qué fábrica lo han sacado? Perdí el apetito y muchos pronosticaban que a la primera racha de viento me iba con ella.
La bienvenida había sido cargar unas cajas de armamento, que pesaban más que yo. Pero luego, me puse “las botas” y fui cayendo en gracia hasta quedar nombrado como activista del Jefe de Compañía.
Llegó el día del juramento en que fui escogido para dar lectura al documento. Vinieron nueve días de descanso en la casa hasta el 1 de agosto del 2016, momento del regreso y de nuevas responsabilidades a cumplir como parte de los soldados del grupo de los “diferidos”.

Faltaban días para cumplir 18 años de edad y ya pertenecía al Grupo de Comunicaciones de la Unidad Militar, con un jefe de la especialidad, que valía la pena ser su subordinado, una jefa de grupo, comprensiva y muy cariñosa y un colectivo, el mejor de la Unidad.
Recuerdo aún, mi primer Bloque en la Región Militar para iniciar el Período de Instrucción, las galas y otras actividades en las que el Político me entusiasmaba para que cantara; los campos de tiro, donde comprobaban la puntería y el enmascaramiento, el Seminario Juvenil Martiano, en el cual la Primer Teniente y yo ganamos el primer lugar en Literatura; el control del Ejército Oriental al personal, la salida en campaña, donde como el apóstol conocí de cerca la selva, además de haber vivido los días luminosos y tristes de noviembre en jornada de honor y compromiso por la pérdida del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
Las clases impartidas me aportaron conocimientos, los trabajos en Ceuta y otros centros militares, experiencias y habilidades. También recuerdo los regaños por burradas cometidas. Pero así fue como aprendí a lavar, limpiar, chapear, tender la cama y a ser organizado. A muchos de los oficiales les agradezco el disfrute de tantos eventos y viajes estando en ese lugar.
Como agua pasaron 14 meses. Ahora, no olvido las amistades que encontré allí, así como el buen trato que recibí de la mayoría de los oficiales, sargentos y civiles. En el “verde” me hice secretario general del comité de base de la UJC y aprendí lo que antes no sabía. No olvido las bromas y momentos especiales.
El Regimiento de Tropas Especiales se convirtió en una escuela y hasta en mi propia casa. Agradezco a los que me acompañaron en ese período, por la ayuda brindada con tanto amor y paciencia.
Al cumplir mi misión como soldado comprendí que pasar el SMA era necesario. En él me hice más fuerte e inteligente, aprendí a evitar los errores y a ser mejor persona.