Holguín en el camino de la Historia: escala necesaria

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Ese 24 de julio era viernes. El joven Antonio López Fernández, jefe de una célula revolucionaria y a quien todos conocen como Ñico, ha recibido la orden: llegó la hora del ejercicio final. Comienza a citar a sus compañeros para Dragones No. 216, en la Plaza del Vapor, La Habana.
 
 
Pasado el mediodía, en la casa de Antonio Darío López García, ya se encuentran todos: Antonio Darío, Ñico, Armando Arencibia García, Calixto García Martínez y Adalberto Ruanes Álvarez.
 
Desde allí parten para 25 y O, el cuartel general, donde se encuentran Fidel y Abel. De inmediato, Fidel los atiende y conoce que entre ellos no hay ningún chofer. Así, decide y dice:
“Como ninguno de ustedes sabe manejar, les tengo que poner uno más al grupo”. Llama y ordena: “Mario, ponte a las órdenes de Ñico; tú serás el chofer del grupo de Ñico, y desde este momento ya perteneces a él”.
 
Luego, serían entre las 4 y las 5 de la tarde, habló por separado con Ñico y Mario Martínez Arará, el chofer asignado. Al primero le dio el destino del viaje; al segundo le encomendó un recado para el doctor Mario Muñoz Monroy, cuando pasaran por Colón, Matanzas. Excepto Ñico y Martínez Arará, los demás únicamente sabían que venían para Oriente, pero no el destino final exacto.
 
Poco después de las seis salen. Ha contado Ruanes: “Cuando íbamos para Bayamo, como el compañero Darío llevaba la guitarra y yo la filarmónica, por todos los pueblos que pasábamos cantábamos: Al Carnaval de Oriente me voy…” Se detienen en Colón; Mario localiza al doctor Muñoz Monrroy, le da el recado de Fidel y continúan el viaje con el mismo “tumba’o”, hasta que llegan a la ciudad de Holguín en la mañana del 25 de julio, Día de Santiago Apóstol.
Mario Martínez Arará conocía muy bien dónde se podía serviciar el auto y también desayunar, pues había sido chofer de la Compañía Taca y, además, en un tiempo, manejó un camión de carga de los que él y su hermano Raúl habían comprado.
 
“Paramos en Holguín para reabastecer el carro y en el mismo lugar ingerimos algunos alimentos ligeros y tomamos refresco y café. De ahí entramos a la ciudad y dimos algunas vueltas. Estuvimos dos o tres horas, luego continuamos el viaje hasta Bayamo”, refirió Ruanes.
 
Así llegaron a la Barra Sintes, en la confluencia de la Carretera Central y la calle Martí. Hasta este momento creíamos, como el historiador José Leyva, que el lugar en donde habían estado era la Barra Dalama. Sin embargo, en análisis con Nicolás de la Peña, vecino cercano a la Barra Sintes, y Ezequiel Hernández, quien trabajaba en la oficina de un Expreso de Carga por Camiones frente al lugar, consideramos que, siendo Mario Martínez Arará chofer de camiones, sabía muy bien dónde se abastecería y tomarían algún alimento; además, la calle Martí desde entonces daba entrada al centro de la ciudad. La Barra Dalama ofrecía similares condiciones, pero para entrar a Holguín, viniendo desde La Habana, se debía, y debe, retroceder para tomar por la calle Maceo, doble vía hasta la Calle Vidal Pita (la del Ferrocarril).
 
EN BAYAMO
 
Algunos pasearon en coche, otros caminaron a pie por la Ciudad Monumento, pero a la hora indicada estaban todos en el hospedaje Gran Casino, que servía de cuartel general a los revolucionarios. El asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes se efectuaría, al igual que el del Moncada, en Santiago de Cuba, a las 5 y 15 de la mañana del 26.
“Llegamos pegaditos al fondo del Cuartel y el fuego era tan intenso que la madera donde estábamos se astillaba… y la tierra se levantaba… nos pasó un balazo tan cerca del oído que estuve para largo rato con ese sonido ahí…”, ha comentado Ruanes.
 
Cuando se retiraban, vieron los dos autos parqueados. Ñico, Darío, Calixto y Arencibia abordaron uno y pretendieron dirigirse al centro de la ciudad, pero como Ñico, quien tomó el timón, no sabía manejar, iban dando tumbos hasta que cayeron en un hueco y lo tuvieron que abandonar y continuar a pie.
 
MARIO
 
En tanto, Mario Martínez Arará entró en el auto que había conducido desde La Habana y se percató de que había perdido las llaves. Junto a él estaban Ruanes y otros compañeros. Se les acercan dos soldados que inquieren qué pasaba. Ruanes, por respuesta les ordenó: “¡Levanten las manos, no se muevan!”, y pidió a los compañeros que los desarmaran, pero uno de los soldados se tira al suelo y comienza a dar vueltas y disparar. Los soldados pudieron darse a la fuga y los revolucionarios trataron de continuar.
 
Mario Martínez Arará esconde su arma entre unos maderos y se oculta en la nave de los Ómnibus; entra en una guagua que está lista para salir y trata de encubrirse; el chofer del carro lo delata; cuando lo conducían al Cuartel, lo hieren en la cabeza. Al ser interrogado por los soldados, que querían saber quién era el jefe del grupo, expresó: “El responsable de esta Revolución es José Martí”. En las caballerizas, antes de las 10 de la mañana, fue asesinado.
 
Antonio López Fernández (Ñico), Calixto García Martínez, Armando Arencibia García y Antonio Darío López García pudieron llegar, con mil trabajos, a La Habana. A Adalberto Ruanes Álvarez le salvó la vida el holguinero Ibrahím Gómez Ochoa, quien le dio abrigo en la finca de la familia y le hizo pasar como trabajador del lugar. Más tarde, algunos se refugiaron en embajadas y salieron para el exilio, otros tomaron el camino de la clandestinidad. Ñico, Calixto y Antonio Darío vendrían después en el yate Granma. El primero, tras el combate de Alegría de Pío (5 de diciembre de 1956), cae prisionero y es asesinado.
 
Este grupo de jóvenes de la Generación del Centenario hizo escala en la ciudad de Holguín. Mucho falta por conocer y precisar del hecho y de aquellas horas del 25 de julio de 1953 en el camino de la Historia.
 
Nota: Los textos que aparecen aquí entrecomillados fueron tomados, en mayo de 1992, de investigaciones realizadas por el historiador José Leyva (ya fallecido), quien se las facilitó a la autora, y del Archivo del Centro de Estudios Militares de las FAR.

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