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“Amores perros”

Me gustan los perros, aunque quienes me conocen saben que prefiero al gato. Pese a que en mi casa siempre rigió la teoría: animales solo comestibles y de preferencia muertos, fuimos seducidos por un salchicha con ínfulas de señor. Cuando lo robaron, casi hicimos duelo, por eso entiendo a quienes estiman a sus canes de un modo que algunos considerarían exagerado. Cada quien es dueño de sus afectos y nadie está facultado para cuestionarlos.
 
Me gustan los perros, lo que realmente me disgustan son algunos de sus amos. Esos que los sacan a pasear para dejarlos hacer “la gracia” en cualquier parte, pública o no. Los que dejan sin bozal a un émulo de Canserbero y después, arrastrados y paseados por sus mascotas, son incapaces de controlarlas. Luego cuando los cuadrúpedos arremeten contra sus parientes más pequeños, gatos, niños aterrorizados, cualquier transeúnte, el dueño grita: “¡Nabucodonosor, quieto!” En este punto, el que tiene enfrente al rottweiler de 30 kilos que no hace caso porque nunca le gustó su nombre, solo ve a un monstruo rabioso e impredecible y no al siempre bien ponderado mejor amigo del hombre.
 
Es una desconsideración mayúscula salir sin tomar precauciones, con perros potencialmente capaces de morder, sin importar el tamaño de su mandíbula, pues por muy bien entrenados que estén y aunque se bañen con champú, le compren juguetes y comida para humanos, siguen siendo animales irracionales.
 
Tanto como esos dueños que arrojan a la basura la camada aún ciega porque “no quieren un bicho más en la casa” o los que desechan como un traste inútil al que ya envejeció y molesta con ladridos a deshora y la torpeza normal en la senectud de cualquier especie.
 
Me disgustan especialmente los amos que les pegan, los dejan amarrados a sol y sereno o los someten a un brutal destino de gladiadores.
 
Flopi, Beethoven, Sultán, Negrita, Lassie, Nimeria, me gustan, no en mi casa, que es muy chica, sino vivos y coleando, manejados de forma segura, en manos de personas respetuosas de cualquier ser vivo y su derecho a existir; considerados con el espacio ajeno y cuidadosos de no exponer al otro al riesgo de la mordida, la garrapata o las sorpresas escatológicas en la acera. Ser dueños debe constituir, ante todo, un acto de responsabilidad y amor.
 
Liset Prego Díaz
Author: Liset Prego Díaz
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Yo vivo de preguntar… porque saber no puede ser lujo. Esta periodista muestra la cotidiana realidad, como la percibe o la siente, trastocada quizá por un vicio de graficar las vivencias como vistas con unos particulares lentes

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