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El miedo, los niños y la prevención

niño mascarilla colegio


Mi hijo estornuda y el corazón me da un vuelco. No me acusen de dramática, en estos tiempos el más leve signo de gripe es aterrador. Lo miro, hago silencio. Espanto el susto de mi pensamiento, lo llamo para que tome miel de abejas y una vitamina, conjuro con ellas un escudo para el peligro que sigue acechando afuera y veces desde dentro. No será muy efectivo, placebo tal vez, pero no escatimo en mi fe.


El asma que mis hijos padecen desde bebés es una comorbilidad temible. Ellos que llevan más de tres meses en casa, ya no caben entre las paredes del hogar, y rebotan contra las restricciones ya agitados, deseosos de ver a sus amigos, el parque, los vecinos.


La vida busca una normalidad en medio del contagio que crece estrepitosamente en esta nueva ola. Y una debe trabajar, hacer las compras, sostener a la familia por encima del riesgo, el miedo, el tedio infinito que nos aleja de los amigos, de las salas de teatro, de la familia extendida, de la vida social entendida como hasta 2019 la concebimos.


Y los adultos volvemos a casa con el miedo de habernos contagiado, de contagiar a los nuestros que se quedan en casa, pasamos por el bucle de lavarse las manos una y otra vez, dejar la “ropa de calle” en un sitio distinto que el resto, lavar los nasobucos, las medidas que se han vuelto rutinarias, pero siempre queda la duda de lo invisible.


Ya varias veces hemos sentido el vaho quemante del virus en el cuello, presto a morder, lo comparo con un tiburón que nada en círculos cada vez más estrechos entre nuestros conocidos, y se aproxima, amenazante. En este punto hemos visto enfermar a parientes, amigos, celebridades, hemos sabido de muertes dolorosísimas, más de lo que imaginamos cuando, con ingenua mirada asumimos que este bicho es menos mortal que cientos de gérmenes que desandan el planeta. Nos faltó visión entonces.


En el mes de mayo más de 3000 niños y adolescentes se han contagiado de COVID-19 en Cuba. De ellos alrededor de 1000 menores de un año. En Holguín las cifras han crecido desde enero de manera preocupante. Pongamos por ejemplo los egresos del último trimestre: en marzo 71; abril 80 y mayo 125 pacientes en edad pediátrica. Ya junio suma a estas cifras cuatro menores contagiados, sobrecoge, preocupa, desvela.


Nadie quiere que su hijo enferme, aunque las familias tienen un rol indispensable en el cuidado y la prevención, en la mayoría de los casos, desgraciadamente los adultos terminamos por llevar el virus a casa, en contra de nuestra voluntad de proteger a los pequeños, un resquicio, un descuido, la confianza que a veces se disfraza de infalibilidad, nos traicionan y ahí se mete el germen en la casa, con su carga de zozobra, de culpa, de dolor.


Las secuelas del COVID-19 no pueden dimensionarse aún, el alcance de la enfermedad, su impacto está por mensurarse, pero se conocen sus impactos en la salud mental del paciente y de quienes lo rodean.


Ha pasado más de un año en que la salud se ha vuelto el centro de todo, como nunca antes, en que las cifras determinan las conductas a seguir en toda la sociedad. Los niños, que en algún momento se consideraron menos proclives al contagio, se enferman más hoy, padecen formas graves del padecimiento, pueden morir, y aunque estos casos en Cuba son muy bajos, es una posibilidad real.


No desdeñemos el riesgo, hoy, mañana, nunca.

 

Liset Prego Díaz
Author: Liset Prego Díaz
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Yo vivo de preguntar… porque saber no puede ser lujo. Esta periodista muestra la cotidiana realidad, como la percibe o la siente, trastocada quizá por un vicio de graficar las vivencias como vistas con unos particulares lentes

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