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Distancias

amor a distancia
 
He amado, casi siempre, a kilómetros de distancia. He sentido la ausencia de un abrazo, un beso, un gesto, un pellizco en el corazón. No es cursilería barata, no es un poema extraordinario, increíble o desesperado, son las cosas que me ha dado la vida, los retos que me impone a diario, es la incertidumbre de estar y no estar presente físicamente. Y vivir así es un riesgo, una aventura, un desafío, una locura, un asiento fijo en Ómnibus Nacionales (ojalá). Vivir así, es como vivir asusente.

Este texto lo empecé hace meses. Miraba el primer párrafo, sin punto final. Y no salía más nada, no porque no tuviera que contar, sino porque me daba mucho miedo desnudar mi alma, me daba miedo quedar en deuda con la otra mitad. Pero quiero hoy asumir el riesgo, y no me importa más nada que tú, que me lees, y que también puedes tener la distancia de por medio, puedes ser una víctima. Asumo el riesgo, aunque nunca se me han dado bien las palabras bonitas.

Hay muchos que no creen en esto, que tiene un nombre fuerte. Lo digo en mayúscula: RELACIÓN A DISTANCIA, que puede ser nacional, internacional, que puede ser, incluso, municipal. Hay muchos que han dejado de creer en el amor, en esos latidos fuertes del corazón, tal vez porque han sufrido, porque amaron demasiado y no recibieron nada a cambio, tal vez por otra causa desconocida e inquieta. Hay muchos que no creen en sí mismos. Pero estas no son líneas teóricas sobre enamoramiento, y menos una crónica rosa.

Los que hemos vivido horas en terminales, las colas en listas de esperas, el viaje de aquí para alla, las billeteras vacías, la aventura de tener dos tierras, los que hemos sufrido los celos, las apariencias, los reclamos vía chat, decimos que sí, que es difícil, pero se puede, cuando se quiere, cuando se respeta, cuando se asume.

Esto, se sabe, trae consecuencias, como todo en la vida mi gente. Los kilómetros, los dichosos kilómetros, separa el abrazo de cada noche, las palabras de aliento, el beso que te hace falta, se siente el espacio entre las sábanas, las canciones se vuelven solas, mudas, inconstantes. Las madrugadas, temerosas, nostálgicas.

Pero pasa el tiempo, y nos volvemos a ver. Disfrutamos cada segundo, cada mirada. Nos observamos, y nos llevamos esa imagen intacta que queda tatuada, y sirve para recordar cuando estemos distanciados, cuando nos hagamos falta.

Cada cual que ame a su manera, que diga lo que quiera, pero este, que a veces cuesta trabajo sentirlo, encontrarlo, tiene códigos comunes, tiene acciones que te trazan y cuentan los caminos, y te dicen: “por ahí no, sé más paciente, cuídate, resiste a la cruel ausencia”.

Hay muchos que se separan por cuestiones de la vida, emigran, cumplen misión. Hay otros que se conocen así, que viven así, que mueren así. Sí, ya ya no son tiempos de cartas, ni carteros, puro romance, pura nostalgia. Es hora de redes, e-mail, chats, video llamadas, que uno, supuestamente, lo sabe todo.

Sin embargo, aunque nos estemos viendo por la fría pantalla del celular, siempre tendremos ese vacío, ese aliento que queremos sentir cerca. La distancia, la distancia es tremenda jodedora.

Y aunque he dicho todo esto, creo que a la larga uno nunca se acostumbra, y quiere sobrepasar la carretera, unir los países, las regiones, y ser completamente feliz, respirar el amor en su plenitud.
 
Jorge Suñol Robles
Author: Jorge Suñol Robles
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Periodista, hasta cuando duermo. Escribo porque las palabras pueden construir caminos y describir realidades, pueden cambiar el mundo. Melómano excesivo. Cubano, de pies a cabeza.

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