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Mis auténticas monedas de oro

Si alguien le dice que estas líneas se parecen a otras líneas publicadas en estas páginas, tendrá toda la razón. No es mi culpa, es de los homofóbicos disfrazados de “buena gente” que me enervan, de los que esgrimen razones supuestamente “cristianas” para satanizar a otros y se olvidan del libre albedrío y del amor al prójimo como segunda ley dada al hombre.

Me molestan las discriminaciones, todas, hasta esas que te obligan a marcar con una x, en una planilla de empleo, si eres F o M, a decir el color de tu piel o te encierran en cifras y por cientos. Hubo en Cuba, también, momentos ásperos en que debías decir si tenías creencias religiosas o no, afortunadamente, ya superados.

El espacio a lo diverso no es excluyente, no hace que las diferencias sean la razón para decidir un asunto de vida, laboral o social, si no las virtudes personales. No creo que el sexo sea el juez universal del ser humano, hay tantas cosas más importantes en el mundo, que no debería existir sitio para la crítica por razones de expresión de la sexualidad, que es un derecho personal.

Siento especial apego por la frase de Voltaire: “puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu sagrado derecho a decirlo” y pienso igual con la expresión del amor, el más perfecto y complejo de los sentimientos.

He sido afortunada, yo creo que, incluso, bendecida con mis amigos gays, a quienes les debo mucho más que un poema, mucho más que esta prosa rápida llena de egoísmo, solo reflejo de mis sentimientos. Quiero que sepan que los amo por esa maravilla que hay dentro de sus cuerpos y no por lo que exhiben fuera.

A mi amigo N… quiero decirle que aún estoy enfadada con aquel policía que decidió no darle importancia al caso de su asalto para robarle porque “a este se le cae la mano” y “ya sabemos lo que pasa entre ellos”, según me dijo el homofóbico oficial, con aires de complicidad y un guiño de ojos. Que rabia!

S… es la moneda de oro más valiosa, loca y negra, solo yo puedo decirle así, que me ha tocado en la vida. Esperaba a esta guajirita en la terminal de La Habana y se la llevaba para su casa en Fontanar, en un minuto contaba todos los chismes de la Hilandería, su trabajo, hacia una comida exquisita y veíamos juntos películas de vampiros o de la Indita María, cada fin de semana.

¡Como lloramos por lo “perversos” que son los hombres! Pero como reí en esos días de alegría, de vino, dedos índice y meñique levantados y fosas nasales abiertas para recordarme su máxima: “Jony, nunca olvides que en el amor es mejor dar compota que fricciones”.

Y con esa fórmula vive hoy en España y da clases de baile y música cubana.

K… y R… buscaron un “semental” durante años, pero nadie meritorio quiso y quien pretendió no les convenía. Así han acariciado muchos sobrinos, que, según ellas, realmente, el diablo se los dio. Solo quisiera decirles que las amo mucho también, aunque no las vea a menudo, que nunca olvido como echaron rodilla en tierra conmigo en esas tantas ocasiones del dolor.

Lamento mucho que R… Uno ya no venga a mi casa porque soy “una perra amiga de R… Dos”, porque le escribo en Facebook y le doy “me gusta” a las fotos que publica “ese traidor infame” desde su patio nevado en Nueva York. Por qué no pude escoger bando en la mala hora del rompimiento y es que ambos estuvieron a mi lado cuando, embarazada y sola, me arañó, en lo más mío, una garra de metal.

A V… lo vi hace unos días cerca de la Plaza de la Marqueta. Me habló de la niña y el niño, de la dolorosa vida matrimonial y de aquellos días valientes, a fines de los 90´, en que se planteó el divorcio, la búsqueda de casa, el aceptarse como es sin medias tintas y de la muerte del padre y la vergüenza que lo dejaron paralizado en el mismo lugar. Es un alma hermosa y triste.

Con R… tres, todo es calmado, tenemos comunión, porque estoy segura que nos conocemos de alguna interesante y excéntrica vida pasada. Amo su lucidez, su desparpajo, sus “amores perros”, su desapego al mundo material, su modo de flotar sobre los mortales, sin penas y sin culpas. Es como alquimia para mi alma.

Ya lo he dicho otras veces, no me gustan las clasificaciones relacionadas con lo sexual, esas que ubican a hombres y mujeres en diferentes grupos como: “homo”, “bi”, transexual o travesti, con una mirada intrusa y casi microscópica sobre la sexualidad y como si fueran una fauna aparte o representantes de otra especie que debemos estudiar.

Ahora ya conocen algunas de las razones por las cuales alzo mi voz contra la homofobia, no solo cada 17 de mayo, si no los 365 días del año, porque para mí las amarguras han sido menos amargas y las alegrías más dulces, gracias a esos amigos, que son auténticas monedas de oro con las que me honró la vida.

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