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Rastro de mariposas

calia sanchez manduleys

Entre tantas caminatas, balas y tensiones de una guerra, era necesaria la presencia de un alma sensible en la Sierra Maestra. Entonces llegó ella, con sus manos suaves, su cariño infinito y su olor a flores, en cada huella de sus pasos ligeros dejaba un rastro de mariposas.

No era la primera vez que Celia subía aquellas montañas. Algunos años antes, junto a un grupo de martianos coronó la cima del Pico Turquino con un modesto busto del Apóstol durante el año de su centenario. No podía imaginar que en 1957 regresaría, esta vez con el fusil al hombro, más “rebelde” que nunca, pero con el mismo anhelo de libertad para Cuba.

Mucho antes de escalar los montes empinados de la Sierra Maestra y llevar con orgullo el mérito de ser la primera mujer en incorporarse a la guerrilla, ya el nombre de Celia Sánchez Manduley venía acompañado de coraje y de sincera nobleza.

Cargaba en su mochila de añoranzas los recuerdos de su Media Luna natal, de Pilón y de Manzanillo. Allí, entre travesuras infantiles, enseñanzas paternas, idealismos de juventud y el quehacer diario, se forjó la martiana, la benefactora, la trabajadora, la revolucionaria…una de esas grandes mujeres que marcó la Historia de Cuba.

De ella se atesoran cientos de anécdotas que no siempre nos cuentan en las escuelas, no aparecen en libros de texto y no es necesario memorizarlas para aprobar un examen de ingreso. Sin embargo, nos revelan a la Celia humana, la liberan de los tópicos y de los epítetos.

Quizás resulta complicado imaginarla pequeña y traviesa, cerrando la llave de paso con la intención de dejar a algún pariente enjabonado en el baño, o recogiendo bibijaguas para colocarlas en el bolsillo de un compañerito, a modo de escarmiento. La misma niña que, con escasos seis años, sufrió fiebres de causas emotivas y psicológicas durante semanas debido a la muerte de la madre.

Desde entonces hizo ver la sensibilidad y ternura que crecieron junto con ella. A lo largo de su juventud ayudó a su padre en labores médicas durante los recorridos por los campos circundantes y allí conoció de cerca la pobreza extrema.

Los encantos infantiles también la atrapaban y mientras vivía en Pilón era usual verla rodeada de los niños pobres de la zona. Incluso, realizó un censo y ahorraba durante un año para que cada pequeño recibiera al menos un regalo en el Día de Reyes.
Una de sus grandes pasiones era la naturaleza: el amanecer, las montañas verdes, el murmullo de un río, los caracoles en la arena, las olas del mar… Solía estar cerca de las plantas y las cuidaba con esmero. Orquídeas, helechos y palmas reales eran de su preferencia.

En la clandestinidad tuvo diversos nombres y concebía ocurrentes escapes y estrategias para cumplir sus misiones. No obstante, fue en la Sierra donde afloró toda la ternura maternal de Celia y su capacidad organizativa. Era realmente imprescindible.

Hacía cumplir las órdenes de Fidel, era su mano derecha, se encargaba de la logística, ayudaba a los campesinos, a las mujeres, a los enfermos y a los niños y aún en las peores circunstancias se las ingeniaba para dar comida a las tropas y comprar los insumos necesarios.

Gran parte de las obras realizadas posterior al triunfo revolucionario llevan tras de sí su iniciativa y conservan su esencia: creatividad, dedicación, atención a los detalles y humanismo. Evitaba las cámaras y las entrevistas, pero nunca apartó su oído ni su mirada del pueblo. Quienes la conocieron, aseguran que escuchaba a todos y mantenía la humildad, sencillez y delicadeza en su trato a los demás.

Muy enferma ya, aún se esforzaba por robarle minutos al tiempo. No dejó de trabajar incluso en los días que la vida abandonaba de a poco el cuerpo. El 11 de enero de 1980 se fue Celia y muchos lloraron, porque sin importar las predicciones de una muerte cercana, se fue demasiado pronto. Aquel primer mes del año fue un poco más frío entonces y también las mariposas extrañaron “posarse” en su pelo.
 
Susana Guerrero Fuentes
Author: Susana Guerrero Fuentes
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Licenciada en periodismo. Siempre es un buen momento para contar historias

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