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Mi tío, el empleado

“La corrupción engendra más corrupción y fomenta una cultura destructiva de impunidad”, así piensa António Guterres, Secretario General de la ONU.
 
Y según el sitio oficial de esa organización, www.un.org, cada año se paga un billón de dólares en sobornos y se calcula que se roban 2,6 billones de dólares anuales, suma que equivale a más del 5 % del producto interno bruto mundial.

Como se trata de un delito grave que frena el desarrollo económico y social, y ningún país, región o comunidad es inmune, el 9 de diciembre se instituyó como Día Internacional Contra la Corrupción, con el objetivo de sensibilizar al público sobre el tema.

Con ese pretexto y para abordar el asunto desde una perspectiva diferente, proactiva, le presento a Mi tío, el empleado, la más notable de las novelas del escritor cubano Ramón Meza y una caricatura brillante de la Cuba colonial en 363 páginas.

Ramón Meza y Suárez Inclán nació el 28 de enero de 1861, en La Habana. Por línea materna descendía de los González del Valle: profesionales, filósofos y comerciantes formados en escuelas inglesas.

Novelista de distinguida erudición que se había educado en el Real Colegio de Belén de los padres jesuitas; a los 16 años había obtenido su título universitario de bachiller en artes; a los 21, el de Licenciado en Derecho Civil y Canónigo y a los 30, el Doctorado en Filosofía y Letras.

Representante típico de la burguesía cubana reformista. Su juventud transcurrió dócilmente en un clima que presagiaba el reinicio de la guerra separatista; pero criado entre las elegantes y reaccionarias concepciones de la enseñanza jesuita y una familia burguesa se mantuvo al margen de la agitada vida política de la isla. Se dedicó a cultivar las letras y el magisterio, a combinar el talento y el rigor científico.

En 1887, en un contexto donde la oratoria, el periodismo, la crítica y la polémica ocupan la palestra pública, publicó Mi tío el empleado, que viene al mundo en forma de novela, género que renace en Cuba en las dos últimas décadas del siglo XIX, entre otras razones, porque los burgueses saben que, como señala Manuel Cofiño:
“Puede ser un medio para defender sus intereses, para crear un estado de conciencia, sanear sus costumbres y fortalecer su clase mediante la crítica al debilitamiento moral y la descomposición en que se encontraba una gran parte de esa propia burguesía”.

Con cubanísimo sentido del humor y sencillez de estilo, aborda el tema de la corrupción administrativa y para ello cuenta la historia de Vicente Cuevas, quien llega a Cuba procedente de un pueblito español, acompañado de su sobrino, sin más bienes, que un baúl y una carta en la cual el gran Marqués de Casa Vetusta lo recomienda a su primo Don Genaro de los Dées, un empleado ladrón.

Mediante negocios ilícitos, abundante corrupción y falta de escrúpulos, Vicente pasa de ser un simple empleado a ocupar el antiguo cargo de Don Genaro y se convierte en el respetado señor Conde Coveo.

A los seis meses, casado con la rica cubana Clotilde Armández y con los bolsillos repletos, se marcha de la isla. Los buenos patriotas de La Habana lo despiden con estrepitosos honores.

Así, cuenta “cómo se enriquecen, a robo limpio y cara de jalea, los empleados; cómo chupan, obstruyen y burlan al país, que pasa en la sombra discreta de la novela, como una procesión de fantasmas lívidos y deshuesados”, según resumió con la genialidad de siempre nuestro José Martí.

Los personajes, variopintos, están concebidos con esmero en su justa medida. Por sus crímenes el autor no los juzga; permite que sea el lector quien lo haga:
Vicente Cuevas: protagonista ignorante con ínfulas de grandeza. Al llegar de España, empleado servil, tras regresar de México, conde. Gusta de parecer gran literato y hábil orador. Famoso entre los hipócritas y otros más ignorantes. Altanero. Presuntuoso. Juró que sería algo, y lo fue todo.

Don Genaro de los Dées: empleado ladrón. Burócrata mayor. Un pillo que desprecia el país de pillos al cual roba. Si se afectan sus intereses es capaz de andar a coces y cabezadas. Si cree ofendida su autoridad, manda a cualquiera a la cárcel. Siempre aconseja que es preciso dejar la vergüenza en Cádiz.

Don Benigno: Anciano trabajador intachable con 30 años de experiencia en el mismo puesto, del cual fue despojado por Ambición y Corrupción. Devenido mendigo. Símbolo de la honradez. Aparece en los momentos fastuosos de Vicente Cuevas, para recordarle el origen infame de su poder y riquezas. La negativa de aceptar una moneda robada proveniente del conde le causa la muerte.

Mi tío el empleado permaneció ignorado durante cuatro generaciones.“¡Cómo reeditarlo cuando los escándalos por la corrupción administrativa se producían en cadena con una desvergüenza increíble, y ministros y politiqueros dejaban día a día chiquitos a todos los Genaros de los Dées y a todos los condes Coveos juntos!” decía Manuel Cofiño. Publicada en 1958 hubiera sido una obra subversiva…

Hasta aquí, albergo la esperanza de provocar, en quienes lean este artículo y en él descubran, por primera vez, a Mi tío…, el deseo de conocerlo personalmente a través del siempre aconsejable acto de la lectura.

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