RAÚL, EL NIÑO DE BIRÁN
“Es una persona que no busca publicidad, más bien la evita. Solo ofrece entrevistas a la prensa en casos de necesidad política. Tampoco aparece a menudo en la televisión. Mientras sobre Fidel hay una amplia bibliografía, en el caso de Raúl solo existen artículos, capítulos en investigaciones históricas y algunas publicaciones propias”, señala Nikolai S. Leonov, en el prólogo de Raúl Castro, un hombre en Revolución.
Por eso, una vez abrazada la encomienda de pintar con palabras la infancia de quien guiara el devenir del país en la última década, fue necesario consultar múltiples fuentes y unir retazos de historias, contadas por familiares y amigos.
El 3 de junio de 1931, Don Ángel Castro Argiz, “el gallego que emigró a Cuba donde plantó árboles que aún florecen” (escrito sobre el dintel de la puerta de su casa natal en Láncara) aguardaba ansioso la llegada de su cuarto hijo.
“Aquietaba su alarma dándole vueltas entre las manos al sombrero. Ya había aclarado y aún Lina [Ruz González] no había dado a luz. (…) Isidra Tamayo pasaba a cada rato con las sábanas empapadas de sudor, envuelta en el olor de los alcoholes y las lociones desinfectantes, y con una expresión de desconcierto en el rostro”, rememora Katiuska Blanco Castiñeira, en Todo el tiempo de los cedros.
“A la una en punto de la tarde, escucharon el llanto del recién nacido. Isidra dio la noticia con una sonrisa amplia en la que Fidel adivinó la alegría”.
En nombre del aprecio que sentían por Raúl Pino, abogado de la familia y gran amigo del padre, le llamaron Raúl Modesto, un segundo nombre que pocos conocen y que pareciera definir, desde aquel momento, un rasgo distintivo de su carácter.
Como sus hermanos, creció en la finca de Birán (antigua provincia de Oriente). Era un niño alegre, amigable y travieso, muy apegado a su madre, quien le decía cariñosamente Musito. Leonov relata que:
“Con mayor frecuencia que los otros, se perdía en compañía de sus coetáneos. Casi siempre iba para las barracas de los haitianos, donde se olvidaba del tiempo”.
Aquella ocasión en que visitaron a Ramón y Fidel en el colegio Hermanos La Salle, en Santiago de Cuba, Raúl, que tenía solo cinco años, vio niños jugando por todas partes y quiso quedarse.
“Lina salió de la institución –cuenta Blanco Castiñeira- y en una tienda cercana, compró ropas y preparó una maleta con lo imprescindible para que el varón más pequeño de la casa pudiera permanecer en el colegio”.
Al llegar la noche “comenzó a llorar. No le había dejado el biberón y a esas horas, un cura tuvo que ir a buscarle uno a una botica de turno (…) El paso del camión de bomberos animó también aquella primera noche. En su mirada refulgían todas las picardías de que era capaz, y sobre una banqueta, gritaba: Oye, se está quemando Santiago, Cristobita, se está quemando Santiago.
“Comenzó a gritar y a pedir auxilio y solo lograron calmarlo después de que el Hermano Enrique le trajo un sedante”.
Al ser tan pequeño, no pertenecía a ninguna clase, no cumplía horarios ni asistía a misa. Esperaba impaciente la hora del recreo y pasaba el día asomándose a las aulas, con la esperanza de ver a sus hermanos.
Fidel aseguraba que estaba malcriado y proponía enseñarle algo de disciplina haciéndole cumplir el régimen escolar; pero Ramón lo consentía. Así, deambulaba por los pasillos, a veces corriendo, a veces montando un velocípedo.
“En una de aquellas carreras chocó contra un piano y se hirió en la cabeza, lo que ocasionó una gran alarma en la escuela. Otra vez, lo pelaron y como no le gustó, él mismo se dio tantos tijeretazos en el pelo que los directivos tuvieron que raparlo, lo que le valió el sobrenombre de Pulguita”, continúa Blanco.
Su estancia en el colegio se prolongó hasta el acto de fin de curso, en el cual su presencia “causó simpatía porque era bajito y delgado, y cantaba, y se movía con gracia singular en la tarima del escenario: ‘la puerta de mi casa tiene una cosa, tiene una cosa; pero qué cosa, pero qué cosa: que se abre y se cierra como las otras, como las otras’.
A los seis años lo inscribieron en una escuela cívico-militar, institución que proliferó a lo largo del país por iniciativa de Fulgencio Batista, cuyo objetivo era preparar a los estudiantes como reserva de cuadros para sus futuros planes políticos.
“A las clases iba a caballo, pero debido a su pequeña estatura le resultaba difícil mantenerse en la montura y para su seguridad lo ataban fuertemente a los arreos”, detalla Nikolai Leonov.
En enero de 1938, Batista se preparaba para presentar su candidatura en las próximas elecciones y organizó un encuentro con profesores y alumnos. Raúl, el más pequeño, despierto y simpático de su escuela, captó la atención de todos, por lo que el director, el sargento Armando Núñez Castillo, decidió usarlo para convertirse en oficial.
En el segundo encuentro, Batista cargaba al niño cuando este recitó las palabras que rigurosamente le había enseñado Núñez: “Señor coronel Fulgencio Batista y Zaldívar: ¡A nombre de los estudiantes de la escuela cívico-militar de Birán Uno, solicito a usted ascender a nuestro sargento al grado de teniente!”
Batista accedió. Como señala Leonov, “el coronel dictador no podía saber que, con el tiempo, este pequeño se convertiría en uno de los principales artífices del derrumbe de su poder en Cuba”.
Refiriéndose a sus hermanos paternos, Martín Castro, que ya peinaba canas cuando fue entrevistado por AFP (Agencia de Prensa Francesa), expresó que a Fidel “le gustaban mucho los estudios y a Raúl le gustaban menos”.
El propio Raúl ha confesado: “El colegio, en condiciones de alumno interno, fue una cárcel para mí; para Fidel no, pero para mí, sí”.
A los ocho años, aquel muchacho de carácter vivo y travieso, continuó su educación en el Colegio de Dolores, también ubicado en Santiago de Cuba. Sobre esa etapa cuenta Leonov, el amigo soviético que conoció años después en México:
“Fidel y Raúl se provocaban y molestaban el uno al otro. Era habitual que, luego de acostarse, discutieran sobre quién debía apagar la luz (...) comenzaban a lanzarse almohadas y otros objetos, hasta que Ramón se levantaba y la apagaba”.
A lo largo de los tres cursos también “fortalecieron la comprensión mutua que se profesarían a lo largo de la vida”.
En 1945 ingresó en el Colegio de Belén de La Habana. A finales del siguiente año, Don Ángel recibió una carta: Raúl estaba de “huelga” respecto a sus deberes escolares; no le veían perspectivas en su ulterior estancia en el centro…
Regresó a la finca de Birán, para trabajar con el padre, hasta que Fidel lo convenció de continuar estudiando en la capital. El resto de la historia, presumo, el lector ya la conoce…
BALADA DE LOS DOS HERMANOS
Aquellos chicos que, se provocaban y molestaban por detalles como quien apaga la luz después de acostarse y de las palabras pasaban a la acción y comenzaban a lanzarse almohadas, como hacen todos los hermanos, juntos escribieron la difícil balada de sus vidas consagradas por completo a la Revolución Cubana.
Con sólo 22 años y sin experiencia militar, Raúl se unió a su hermano Fidel para atacar el Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, el día en que dejaron de verlo como un chico de rostro delgado y lampiño, cuando le arrebato la pistola a un sargento. Tras casi dos años en prisión, partieron a México, regresaron a bordo del yate Granma e iniciaron la guerra en la Sierra Maestra, que los condujo al triunfo.
Es que el otrora Ministro de la Fuerzas Armadas Revolucionarias siempre ha sido un hombre de Fidel, desde la época en que ambos convivían con hijos de trabajadores de la finca de su padre en Birán, nadaban en los ríos y hacían largas cabalgatas.
He escuchado anécdotas impresionantes sobre Raúl, ese hombre modesto que pronto cumplirá 90 años, cuentos que hablan de su compromiso con sus soldados y de su tropa correcta y organizada, del gran talento para administrar y dirigir y su capacidad increíble para comprender lo que demanda cada momento histórico.
Pero es mejor dejar que hable de eso Hal Klepak, profesor emérito de Historia y Estrategia del Royal Military College de Canadá, quien aseveró: “Conocía a sus tropas y no era un ministro de visitas relámpago a una base militar. Le gustaba conversar, charlar, hacer chistes y tomar un trago con sus oficiales (...) tiene esa cosa que los soldados aprecian”.
Algunos, casi siempre mal intencionados, insisten en pensar que Raúl vivió a la sombra de Fidel, pero, en realidad, lo que siempre hubo fue la mirada conjunta en la misma dirección. Como dijo Alfredo Guevara: “se complementaban tanto que, casi sin hablar se distribuyen las tareas. Dos hermanos no por la sangre, sino porque la Revolución los une de un modo indisoluble”.
Raúl construyó un liderazgo fuerte, racional y pragmático que garantizó la continuidad de esta enorme obra, sin olvidar, jamás, su papel de padre de familia, esa que formó con su compañera de armas Vilma Espín, fallecida en 2007, compuesta por tres hijas, un hijo y muchos nietos.
Este hombre reservado, que, enfundado en su pulcro uniforme militar, confirmó en el octavo congreso del PCC su retiro, me recordó la anécdota del reencuentro en Cinco Palmas, aquel 18 de diciembre de 1956, cuando después del fuerte abrazo, ocurrió el memorable intercambio de frases: ¿Cuántos fusiles traes?, preguntó Fidel, “cinco”, respondió Raúl, “¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!”, sentenció el hermano mayor.
Con esa misma certeza el más chico de los hermanos Castro Ruz, garantizó la continuidad y aseveró en su discurso: “Mientras viva estaré listo, con el pie en el estribo, para defender a la patria, la revolución y el socialismo", fue una auténtica acotación para la increíble balada de una vida escrita a mano y corazón, junto a su hermano inseparable Fidel.
Y SI LLEGO A BESARTE…
Vilma y Raúl, otro dúo enlazado por el ideal y el lecho. Aunque ambos tenían casi la misma edad, estudiaron en Santiago, y amaban la patria, la coincidencia no ocurrió en este suelo.
Los padres de ella, por protegerla debido a su labor revolucionaria, le pidieron que cursara un postgrado en los EE.UU. Accede. A su regreso, el Movimiento le indica hacer escala en México. En el aeropuerto, al bajar del avión, pensó encontrar a unos guerrilleros con traje de campaña y pelos largos quizás; pero, para su sorpresa, eran unos jóvenes apuestos, bien vestidos, que le dieron la bienvenida con una orquídea. Allí estaba Fidel y también Raúl. El afán de los preparativos para el “Granma” los presentó.
Durante años he conservado textos escritos sobre Vilma, por su defensa a la mujer, su pensamiento, por admiración; pero la idea más completa del romance con su amado, solo la he encontrado en una entrevista que apareciera en La Jiribilla. Creo que hablar de su amor es algo que, independientemente de la discresión que ha caracterizado a nuestros líderes en materia familiar, se dejó de lado por remarcar logros del proceso colectivo, de la obra inmensa que se desarrollaba.
Sin embargo, la locución de que “una foto puede decir más que las palabras” se acopla a la silueta de este amor. Las sonrisas, las miradas, también narran una suerte de historia efímera al instante; pero que fluyen como pixel acumlativo para la construcción de la imagen tierna y cariñosa en torno a Vilma y Raúl.
Con 28 años ella aún no había tenido novio, hasta la madre ya quería que se casara. “Era muy seeeria. Mis compañeros me protegían mucho y con el tiempo me convertí en la chaperona de algunos de ellos. Los mismos que antes me cuidaban demasiado empezaron a sugerir que me apurara, no fuera a ser que quedara soltera, pero siempre pensé que eso no era cosa de apuro. Algunos decían que estaba esperando a un príncipe azul”, relató ella misma en esa ocasión.
Pero apareció él, para compartir la guerra y también la vida. Vilma, con dulce voz entonaba Dame un beso y olvida que me has besado; yo te ofrezco la vida si me la pides; que si llego a besarte como he soñado ha de ser imposible que tú me olvides…Y claro, él quedó extasiado con la dama y la canción.
Pero para llegar ahí no fue tan fácil. La complejidad del proceso bélico y su inexperiencia sobre enamoramientos hicieron que Deborah, su nombre de guerrilla por ese entonces, a penas supiera si era amor o cariño lo que sentía. Todos se percataban de los estremecimientos de él y las inseguridades de ella; a la vez que se daban cuenta de sus puntos en común y la necesidad de estar juntos.
“Un día, entró a mi cuarto, en la comandancia del Segundo Frente. Recuerdo que conversamos sobre un cargamento de armas y ropas que habíamos recibido. De pronto, recostó su cabeza a mi hombro, yo, extrañada, indagué: ― ¿Qué pasa? ― Nosotros estamos enamorados, dijo. ― ¿Y tú cómo lo sabes? ― ¡Ah! Pero, ¿tú no lo sabes? ― Yo, no. Nos reímos; conversamos y desde entonces, comenzó el noviazgo”.
La Revolución triunfó el primero de enero de 1959 y el 26 de ese mismo mes y año Raúl y Vilma se casaron en el Rancho Club de Santiago de Cuba. Ese día “en esta casa me puse un nuevo uniforme de guerrillero y me fui a la boda con Vilma…lo mejor y más lindo que hice toda mi vida”, expresó él. Al matrimonio le sucedió ser padres de cuatro hijos y abuelos ocho veces.
Recientemente, en un material titulado “Raúl es Raúl”, su hija Mariela habló de la ternura con que él cuidó a su mamá al umbral de la partida; de su amor y entrega, su respeto, y del modo en que honra su memoria.
En la piedra del Segundo Frente, ya reservó su espacio, a su lado, como muestra de que ni la muerte a veces separa. Allí, acompañados de lomas, flores… guarda como “carril” el espacio para, una vez el tiempo de la seña, iniciar otra travesía juntos, como clandestinos, guerrilleros, patriotas, y ¿por qué no? como amantes.
SOÑAR UN PAÍS Y SU CONTINUIDAD
Bien lo reflejó Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, en su discurso de clausura del 8vo Congreso del Partido, cuando aludió a figuras representativas de la lucha por la libertad y soberanía de la nación, que con dientes y uñas, como se dice en la jerga popular, contribuyeron al gran logro de la Revolución cubana, con más de seis décadas de existencia activa.
"El General de Ejército continuará presente porque es un referente para cualquier comunista y revolucionario cubano".@PartidoPCC @DiazCanelB #8voCongresoPCC #CubaSocialista pic.twitter.com/aL7zIvehps
— Cubadebate (@cubadebatecu) April 19, 2021
La nómina es amplia, pues muchos son los que con el verbo, la acción, hasta sus propias vidas se dispusieron a la defensa de ese sueño, alcanzado en enero de 1959, momento cumbre que signó otra batalla no menos ardua, como vaticinó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en aquel entonces, en la que resulta imprescindible destacar uno de esos grandes y discretos guerreros que también ha “soñado” y puesto su empeño en la conducción de los destinos de esta Cuba, por la que sacrificó parte de su juventud desde los tiempos en que se luchaba contra una tiranía sangrienta y un gobierno subyugado a intereses imperiales.
El más pequeño de los Castro Ruz, hermano fiel e incondicional, expresión de la Generación del Centenario, que vino en el Yate Granma, sobrevivió al combate en Alegrías de Pío, y en ese momento fue uno de los 12 hombres con que contó la Revolución para hacerse, fundó un Segundo Frente Oriental y por mérito propio ganó el grado de Comandante en la Sierra y años después el de General de Ejército, consolidado como un estratega militar, se le asignó la misión de salvar al Oriente cubano tras el asedio que vivió el Archipiélago luego del triunfo revolucionario.
Tiene en su extensa hoja de vida, no solo el honor de haber llevado por rumbo seguro los intereses de la nación, defendidos en diversos escenarios dentro y fuera de las fronteras, sino haber sido el principal abanderado en el proceso de garantizar el relevo en la continuidad de la obra revolucionaria tras es el traspaso generacional.
Al hombre de precisas palabras, metódico y contundente actuar, tenemos que agradecerle, entre otras cosas, la gran tenacidad y valentía con que asumió el timonel en medio de complejidades económicas y que, como buen discípulo de Fidel, a quien siempre le profirió una admiración inigualable, prosiguió la búsqueda del perfeccionamiento de nuestra sociedad.
HUELLAS DE RAÚL EN HOLGUÍN
Parte de su entrega se visualiza en el protagonismo de profundas y vitales transformaciones, sazonadas con su ética revolucionaria, disciplina militar y responsabilidad, que hereda la nueva generación de dirigentes del país encabezada por Díaz-Canel, a quien le seguirá brindando el apoyo necesario, el consejo oportuno y la visión en el camino a seguir, como buen padre sabio que asesora a sus hijos cuando estos emprenden el vuelo en su proyecto de vida.
Llevo grabada en mi mente la imagen del abrazo a su hermano Fidel en la clausura del 7mo. Congreso de la organización rectora de la sociedad, a la que también le aportó su sapiencia. Ese acto afectivo llevaba impreso el compromiso de materializar la certera preparación de los que tienen ahora a su cargo la conducción de la Cuba diversa y no menos compleja, por la que, mientras viva, dijo: “estaré listo con el pie en el estribo para defender a la Patria, la Revolución y el Socialismo”.
Créditos:
Periodistas: Claudia Arias Espinosa, Ania Fernández Torres, Yenni Torres Bermúdez, Yanela Ruiz González
Video : Cubadebate
Edición: Yani Martínez
Desarrolladora web: Yeni Nogueira