En el centro del pueblo de Holguín
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Cuando regresaba de pase, las primeras horas en la beca preuniversitaria podían ser una dulce tortura. Dulce, porque disfrutaba escuchar las historias de mis amigas sobre sus paseos de noche por la ciudad. Tortura, porque no podía acompañarlas.
Claro, ellas vivían en el centro mismo del pueblo y yo… a cuatro kilómetros y medio al este del corazón de la ciudad. Mi gran sueño era tener una casa allí, en el kilómetro cero. De haberse podido, me hubiese mudado a la mismísima Periquera.
Lo que podría parecer un arrebato adolescente, ha sido un deseo consustancial a muchos holguineros por más de dos siglos. Entre los ríos Jigüe y Marañón creció la ciudad colonial, en manzanas de casas unidas, con paredes que recordaban amurallados castillos medievales, hechas en la tradición de la ingeniería militar, con el doble propósito de guardar la honra familiar de la mirada indiscreta y en previsión de cualquier amenaza foránea, una invasión militar o de un alzamiento interno, como ocurrió en 1868.
Poco creció el pueblo bajo la égida de España. Durante la República Neocolonial se alargó a saltos, fluctuante como los propios precios del azúcar, sin ánimos de desbordar las márgenes de los ríos paternales. Solo algún vecino disperso, con vocación de ermitaño moderno, se atrevía a cruzar la natural frontera.
Todos querían vivir en el centro del pueblo. Como falta de alcurnias con lustre heráldico, de un árbol genealógico que se remontara a los varones de la Reconquista española, los holguineros fundaban su pretendida nobleza de acuerdo con la cercanía de sus residencias a uno de los tres principales parques: Carlos Manuel de Céspedes (San José), Calixto García y Julio Grave de Peralta (Las Flores).
Siendo así, en aquella época yo no aspiraba ni a plebeya. Menos mal que los tiempos cambian y llegó la Revolución con su aluvión de cemento que desbordó la ciudad mucho más allá del Jigüe y Marañón.
Se multiplicaron casas, escuelas, centros asistenciales, comercios, hoteles.Disímiles repartos nacieron en los cuatro puntos cardinales.
Con la experiencia de los años, ya vivo orgullosa de mi Comunidad Hermanos Aguilera, bautizada así por los hermanos Justo, Luis, José, Onofre y Delfín, quienes “consagraron su vida por la independencia de la Patria”, como reza la placa empotrada en la fachada de su casa natal, por cierto, la centriquísima y devenida Tienda La Luz de Yara.
Dicha Comunidad pertenece al no menos encumbrado Reparto Pedro Díaz Coello que lleva, para orgullo de sus habitantes, el nombre de quien fuera el máximo dirigente del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en Holguín.
Y así este pueblo, próximo a su cumpleaños 300, fue creciendo con nombre rebelde, con un no menos alejado de su centro, pero grandísimo Reparto Alcides Pino, con pretensiones de convertirse en municipio y cuyo nombre rinde homenaje al joven asesinado por sus actividades clandestinas como miembro del M-26-7. Dagoberto Sanfield también perteneció al Movimiento y designa otro reparto de la geografía citadina.
Por el sur creció el Reparto Ramón Quintana, quien murió torturado por la dictadura en el Regimiento # 7 de Holguín, por defender una actitud consecuente con la defensa de su pueblo.
En esa dirección también nació el Reparto Emilio Bárcenas, en homenaje al combatiente del Ejército Rebelde. Cercano a este se extendió el no menos populoso Reparto Alex Urquiola que también agasaja a un joven revolucionario combatiente de la Sierra Maestra.
Un nombre de mujer sobresale en los nombres dados de los nuevos asentamientos urbanos holguinero: Hilda Torres, una niña de 15 años vinculada a la lucha clandestina.
Hoy somos más los holguineros que vivimos allende los ríos. Y, aunque más de una vez regresé del Teatro Suñol tacones en mano, vivo orgullosa de ser una “repartera”, en un pueblo que creció homenajeando la Historia holguinera.
Comentarios
Que dicho sea de paso debemos mantener la celebración hasta Rosana podamos festejar como buen cubano y holguinero.
Felicidades!!!