Good old Superman
- Por Rolando Casals / Estudiante de Periodismo
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Este artículo contiene spoilers del filme Superman (2025)
En Superman (2025) hay una escena en la que el superhéroe titular conversa con su padre adoptivo. En esta versión, el último hijo de Krypton fue enviado a la Tierra con la misión de conquistarla y reproducir su especie (dejemos de un lado los chistes sobre el harén secreto, por favor).
Resulta que el mensaje de los padres biológicos de Clark sufrió daños en el trayecto, dejándole como herencia un metraje recortado donde pareciera que incentivan a su descendiente a proteger a la Tierra y sus habitantes.
Cuando el mensaje original se restaura y es dado a conocer al mundo, Clark ve su filosofía de vida puesta contra las cuerdas. Al conversar sobre ello con el señor Kent, este le responde algo que va más o menos así: Lo que tú interpretaste sobre el mensaje dice mucho más de ti que cualquier cosa que ellos tuvieran en mente sobre tu destino.
Creo que en eso se podría resumir, a estas alturas del campeonato, la relación que uno podría establecer con el cine de superhéroes. Sabiendo que estos mitos que se presentan universales nunca lo tuvieron a uno en mente, sabiendo que Avengers: Endgame es una de las películas más taquilleras de la historia y la saturación de contenido ha sumido al género en un pozo infecto de mediocridad. Es en esta era, en pleno 2025, que sale una nueva película de Superman, y tiene todas las papeletas para el desastre.
Superman es un personaje curioso. El héroe más famoso de la historia al igual que otras figuras de la cultura popular (Frankenstein, por ejemplo) padece de ese síndrome de memoria colectiva donde la mayoría basan sus opiniones sobre ellos en versiones regurgitadas y no tanto de interactuar con las historias de dichos personajes.
Superman se convierte en un caleidoscopio de significados. En sus universos ficcionales lo hemos visto como: figura mesiánica (All Star Superman), adolescente problemático (American Alien), lacayo de Reagan con una relación simbiótica con la naturaleza (El regreso del Caballero Oscuro), líder de la Unión Soviética (Hijo Rojo), tirano despiadado (Injustice), el protector de la humanidad que vive en una ciudad de cartón (las series animadas de Bruce Timm) y para qué hablar de las representaciones fuera de los cánones de DC Comics, como son la horrible peli Brightburn (2019), la celebridad sociópata de The Boys o el conquistador fascista de Invencible.
¿Quién sería entonces Superman para el público actual? ¿El exponente más grande de la cultura de masas? ¿Una nueva versión del relato hebreo del Golem? ¿Un arma de propaganda? ¿Un yanqui patriotero? ¿Super-Tiñosa? Se ve un poco ridículo, con sus habilidades asombrosas, sus mallas de forzudo de circo y su galería de villanos extraterrestres, duendes y robots.
Existe una visión, a mi parecer errónea, de la supuesta limitación de Superman como personaje dramático: que suele ser un tipo tan bondadoso y admirable que termina por volverse aburrido. Esta idea suele ir de la mano con la creencia de que la violencia y la oscuridad por la violencia y la oscuridad misma vuelven a una historia madura e interesante.
Si algo han demostrado las películas del Superman de Henry Cavill (mejor dicho, de Zack Snyder) es que esto es una idiotez, y si no me creen, háganse el favor de ver Batman vs Superman (2016) y díganme, con toda honestidad, si les parece una buena película.
¿Por qué pensamos que un personaje “bueno” sería aburrido, cuando en nuestro mundo es la bondad lo que más molesta? Si la base de una historia es el conflicto, y en este planeta ser bueno no termina sino por crear mil y un conflictos, ¿por qué la tomamos con el superhéroe y no con la mediocridad con la que muchos de sus escritores lo manejan? ¿Acaso el antihéroe, ahora la norma, no llega a ser tan aburrido como su contraparte?
Superman (2025) es la primera gran película del nuevo universo de DC, que ha fracasado desde hace más de 10 años en competir en el cine con sus rivales en Marvel. Este nuevo universo ha quedado a cargo del director James Gunn, que ya venía de trabajar con Marvel en la saga de Guardianes de la Galaxia.
Una vez leí en internet que Gunn hace películas para adultos sumamente inmaduros, concuerdo con esta afirmación, aunque sin el ligero desdén que rezuma. En realidad, James Gunn lleva haciendo la misma película desde aquel extrañísimo live action de Scooby Doo (uno de esos filmes que son tan malos que uno termina por tomarles cariño).
Los niveles de contenido gráfico y satírico variarán, pero en esencia las historias de Gunn siempre giran en torno a un grupo de personajes excéntricos y falibles que se tienen cariño y se detestan a partes iguales (ah, y música retro).
Desde El Escuadrón Suicida (la de 2021) a Peacemaker, Gunn nos ofrece aventuras repletas de violencia estilizada y calor familiar. No es la vara de medir que debería regir la ficción, pero en el género superheroico el nivel lleva tan bajo desde la primera de Iron Man que uno hasta tomaría a Gunn por genio e innovador.
En ese sentido, Superman (2025) se aleja un poco (un poquitito) de la fórmula Gunn y cuenta con varios aciertos. En primer lugar, no es una historia de origen y el elegante segmento inicial nos evita perder el tiempo por enésima vez con la caída de una nave espacial en Smallville.
El conflicto principal gira en torno a una sangrienta guerra entre las naciones de Boravia y Jarhanpur. Boravia es un aliado del gobierno de Estados Unidos que asesina indiscriminadamente al pueblo de Jarhanpur. Pienso que la alegoría está más que clara. Superman interviene en el conflicto salvando civiles, lo que le acarrea el cuestionamiento de los medios y la enemistad de su país.
La interpretación de David Corenswet como Clark nos ofrece a un muchacho idealista pero impulsivo, alejado de la solemnidad, y, en consecuencia, más vulnerable y empático. La “Justice Gang” también posee un aura de desenfado, siendo un grupo de héroes algo patosos.
Pero la actuación que sin dudas destaca es la de Nicholas Hoult en el papel de Lex Luthor: un cínico multimillonario y traficante de armas, tan narcisista como brillante es su calva, sin el más mínimo escrúpulo en mentir o manipular, cegado por su odio hacia el superhombre, más cercano a la xenofobia que a la clásica sospecha “humanista” del personaje de los cómics.
La manera en que se enfatiza el origen inmigrante de Superman nace como respuesta al alza del racismo en Occidente. Lo irónico es que otro Superman, Dean Cain, se convirtió hace poco en agente de ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos).
La película tiene momentos de lo que me gusta llamar “villanía regida por lógica de historieta”, que nacen de la fricción inherente de escribir los planes macabros de supergenios con acceso a tecnologías asombrosas, pero siendo uno mismo cualquier cosa menos un supergenio, dando como resultado estas instancias de planes ridículamente elaborados que, al menos a mí, me resultan de lo más simpáticos.
Por lo demás, Superman (2025) es, en mi opinión, una de las películas más flojas de Gunn. Las escenas de acción se me hicieron algo sosas, sobre todo las del inicio, y el desarrollo de la trama puede llegar a ser demasiado aparatoso. Al ser una historia para todo público, es entendible que buena parte del humor grotesco de Gunn no tenga la misma libertad para moverse. Cuando terminé de verla me pareció que el desbordado entusiasmo de su acogida era, si nos ceñimos tan solo al mérito artístico, inmerecido.
Llegué a la conclusión de que su impacto no podía disociarse del contexto: una época donde el cinismo como mecanismo de defensa empieza a agotarse, donde ya la parodia es parodiada y el superhéroe como metáfora de los males de la sociedad se antoja cliché, hemos completado el círculo y vuelto a empezar.
Superman (2025) es entonces un paso (un pasito de bebé) en la buena dirección y un retorno a los orígenes. Con una secuela confirmada, el dinero que recaude engordará las arcas del embrutecimiento, pero al menos sus espectadores se quedarán con el núcleo duro de su espíritu: La esperanza es el nuevo punk rock, y como canta Iggy Pop: I'm a punk rocker yes I am.